Es una tradición que cada 12 de diciembre el pueblo católico celebre el misterio de las apariciones de la Virgen María de Guadalupe en el cerro del Tepeyac. Es una fecha emblemática para los fieles de todas las clases sociales, quienes han encontrado en la imagen algo más que el rostro de su madre amorosa. Este sentir, que no ha menguado desde el momento de su entrada en el Nuevo Mundo, se puede palpar en los vericuetos de la religiosidad popular que distingue y caracteriza a esta nación.
Muchos no podrán ser católicos, pero sí guadalupanos. Ese día, declarado de asueto en las ya legendarias Leyes de Reforma, promulgadas por la facción liberal encabezada por don Benito Juárez, todo se paraliza: el ambiente se torna sagrado y festivo. Millones acuden al santuario en busca de consuelo, de indulgencia, de un milagro o de la solución a una grave necesidad.
La imagen de la Señora del Tepeyac, como cariñosamente se refieren también a ella, decora prácticamente cualquier sitio: altar, pared, calendario, playera, bolsa, monedero, póster, retablo, tatuaje… en fin. Ella está presente en la cultura nacional.
Más de quinientos años se han invertido en una pregunta que a la fecha no tiene respuesta: ¿el acontecimiento guadalupano se trata de un auténtico milagro o de una obra de arte hecha con propósitos catequéticos? Diversas explicaciones se han vertido en acalorados debates que protagonizan sociólogos, filósofos, científicos, periodistas, investigadores, historiadores, creyentes, miembros del clero, ateos y un largo peregrinar de profesionistas que intentan arrojar luz para esclarecer este misterio que representa la fe de millones en el mundo y la duda tortuosa de otros.
Hace unos meses, en la ya larga lista de textos relacionados a este apasionante tema, hizo su arribo la reedición del libro La Virgen Florida; Contexto histórico y significado de la Señora del Tepeyac. Esta obra del periodista, escritor e historiador Carlos Eduardo Díaz, publicado originalmente en 2013, nos muestra una forma diferente de aproximarnos a dicho tema; es un aporte que por su frescura y originalidad nos expone la solidez y trascendencia de la Virgen de Guadalupe no sólo en la identidad religiosa de México, sino también en la vida social, política, cultural y vivencial que define su mito y leyenda.
No estamos ante un texto de catequesis, sino de una obra que nos hace meditar en la realidad antropológica del culto y sus repercusiones. El autor parte de una serie de hipótesis que son planteadas desde la introducción. Para empezar, afirma que en nuestra patria la identidad de María de Guadalupe no pasa inadvertida para nadie, ya sea para venerarle, admirar su tradición o incluso odiarle en una cerrazón de entendimiento que lleva a plantear las conclusiones más obvias, desde luego, con la intención de demeritar su penetración confesional y cultural.
En esta tendencia, pocas son las personas que se dan tiempo de analizar la carga sincrética de su origen y mensaje iconográfico. Como lo expone el autor: “Inculturar es un término exclusivo de la religión católica y significa armonizar el cristianismo con las culturas de los pueblos que se desea evangelizar… Ni los españoles, que no tenían ojos sino para el oro, ni los nativos, que fueron las grandes víctimas, los injustamente despojados, pudieron haber concebido la inculturación, mucho menos una inculturación como la que rodea al hecho guadalupano: magníficamente balanceada.”
Dicha afirmación podría desestimar la tan desgastada suposición de que lejos de ser un milagro, la imagen se tratara en realidad de una pintura elaborada por manos indígenas o europeas. En 1531, ciertamente, ninguna de ambas culturas podría tener un conocimiento tan adelantado en estudios interculturales, si se recuerda que en el pensamiento español toda manifestación ajena a las directrices del cristianismo era o resultaba obra del mismo diablo.
Carlos Eduardo Díaz hace hincapié en que los verdaderos destinatarios del mensaje de la Gudalupana era el pueblo mexica, es decir, el pueblo derrotado, vencido y ultrajado. La imagen, como portadora de significados, acorde a la cultura sometida, transmitió un mensaje no excluyente de reconciliación, pues en él también abrazaba a los conquistadores. “La imagen es un códice; por tanto, puede leerse, interpretarse. Por desgracia, jamás llegaremos a entender por completo todo lo que contiene.”
En la parte central de estos planteamientos, el autor rescata el valor estético del Códice Nican Mopohua, que significa ‘Aquí se cuenta, aquí se narra’; texto atribuido a Antonio Valeriano, noble mexica educado por fray Bernardino de Sahagún, cuyo valor poético, desde su apreciación, se nutre de un magnífico contenido de metáforas en lengua náhuatl, aunque su traducción al español empobrece su significado; razón por la que la redacción de este documento no podría ser la obra de un fraile español: “…un europeo del siglo XVI no habría podido expresarse de esta manera en náhuatl ni mucho menos construir la narración dentro del infinito universo indígena al que el texto hace continuas e implícitas referencias, lo cual nos lleva a otro punto: sólo los nativos lograron entenderlo en su totalidad. Esto es notable: el Nican Mopohua posee diversos paralelismos con ciertas enseñanzas y códices antiguos.”
Con el propósito de que comprendamos el por qué la Virgen de Guadalupe guarda estrecha relación con la mentalidad mexica, el material explora los orígenes de nuestra historia antigua. En este viaje, la imagen del gobernante Tlacaélel sobresale por su poderío y legado, pues es el responsable de modificar el pasado azteca en sus contextos político, religioso y social, a tal grado de convertirlos de siervos en amos y señores de todo lo existente. También, el libro toca los temas concernientes a la mitología que encerraba la edificación del Templo Mayor, la leyenda de los Cinco Soles y la existencia en el panteón ideológico de nuestros ancestros del dios Ometéotl: ‘Aquel que es perfectamente uno.’ Por lo que la hipótesis de que los mexicas eran politeístas, cae por tierra, desde la apreciación de Carlos Eduardo Díaz.
Resulta imprescindible la sección que este material destina a la explicación de los elementos iconográficos de la imagen guadalupana y su comparación con signos y patrones de vida en la sociedad mexica. Por ello, elementos como el cabello suelto de la Virgen (peinado con raya en medio), el sol detrás de ella, el moño o listón negro debajo de sus manos, la luna, las estrellas, la flor de cuatro pétalos (Nahui Ollin) y la posición misma de la doncella mestiza, entre los principales, nos hacen avalar la hipótesis de que estamos ante un códice: “Lo que los mexicas vieron a simple vista, empero, es lo que importa. Ese códice elaborado especialmente para ellos, escrito en su lenguaje, para que pudieran interpretarlo y comenzaran a actuar en consecuencia. Además, el mensaje oral: esa amorosa presencia que estaba ahí, esperándolos, y que les otorgaba dignidad, identidad,; ese rostro y corazón que les había sido pisoteado.”
La Virgen de Guadalupe siempre será una presencia constante en la vida de nuestro país, más allá de las especulaciones, investigaciones o debates sobre la autenticidad de su milagro, los creyentes la tienen grabada en su corazón, pues como el autor asegura: “…les basta la imagen misma para sentirse sus hijos y sentirla su Madre.”
La Virgen Florida; Contexto histórico y significado de la Señora del Tepeyac, es un libro necesario que nos enseña a redescubrir lo que por cultura popular ya conocíamos, pero que no habíamos profundizado por falta de interés: después de su lectura, jamás volveremos a ver igual a La morenita del Tepeyac.