“Viejo o adolescente, criollo o mestizo, general, obrero o licenciado, el mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva: máscara el rostro y máscara la sonrisa. Plantado en su arisca soledad, espinoso y cortés a un tiempo, todo le sirve para defenderse: el silencio y la palabra, la cortesía y el desprecio, la ironía y la resignación. Tan celoso de su intimidad como de la ajena, ni siquiera se atreve a rozar con los ojos al vecino: una mirada puede desencadenar la cólera de esas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospecha de palabras. Su lenguaje está lleno de reticencias, de figuras y alusiones, de puntos suspensivos; en su silencio hay repliegues, matices, nubarrones, arcoiris súbitos, amenazas indescifrables. Aun en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria: “al buen entendedor pocas palabras”. En suma, entre la realidad y su persona establece una muralla, no por invisible menos infranqueable, de impasibilidad y lejanía. El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos también de sí mismo.” (Octavio Paz)
Cuando se habla de fiesta, invariablemente acude a la mente de los habitantes de la comunidad de El Peñón de los Baños, en primer lugar, el carnaval: los días previos a la Cuaresma en los que para decir “adiós a la carne” se da rienda suelta a la alegría desenfrenada, a las conductas sin inhibiciones (amparadas por las caretas que cubren los rostro y ocultan la identidad de las comparsas, conjuntadas a veces con el alcohol), al jolgorio, a la música festiva, a la danza, llegando incluso a correr la sangre, como acontecía en la época prehispánica, aunque ahora como resultado de la irresponsabilidad y de conductas viscerales, y no para agradecer a los dioses los “favores recibidos” y/o para evitar que el “mundo” fuera destruido.
Las festividades del carnaval fueron traídas a tierras americanas, durante el virreinato, por los frailes misioneros, como un elemento más del proceso de catequesis.
Al ser asimilado el carnaval por los recién “evangelizados”, su expresión primaria, la danza, ocupó el lugar central en las celebraciones; la danza, con sus múltiples símbolos y significados, con su alegría y riqueza visual y coreográfica, se empató con los festejos multitudinarios que se realizaban en la época prehispánica, fundamentalmente para rendir pleitesía a las divinidades del panteón originario; el lugar que ocupaban tales dioses fue ocupado por los santos y la Divinidad cristiana, traídos por los invasores españoles.
Con relación a la celebración del carnaval en la comunidad de El Peñón de los Baños, se sabe que hacia 1890, en la Hacienda de los Baños, había un teatro, ya para entonces muy antiguo, con una fuente; allí se representaban zarzuelas españolas. Las personas que organizaban estas representaciones, eran quienes también hacían las fiestas del carnaval, los habitantes del pueblo al verlos, comenzaron a imitarlos.
Con el paso de los años, en la celebración del carnaval de El Peñón, se fueron aglutinando elementos de los festejos de Huejotzingo, en Puebla, y Tlaxcala. Del carnaval de Huejotzingo se retomó el drama que se representa al caer la tarde o al anochecer del Miércoles de Ceniza, en el cual el bandolero Agustín Lorenzo es “ahorcado”, con la diferencia de que en la comunidad poblana dicho acto se realiza al mediodía:
Por lo que respecta a la fiesta del carnaval que se lleva a cabo en Huejotzingo, Puebla, Frances Toor, dejó asentado que la primera ocasión que ella la presenció fue en 1928, aunque regresó en varias ocasiones para presenciar tales festejos. En 1930, en su destacada revista Mexican Folkways, publicó una generosa descripción de la festividad, detallando los vestuarios de cada una de las comparsas participantes, los cuales poco han variado, si se comparan con los usados en la actualidad:
Otro destacado personaje que presenció y legó una descripción de la festividad en la población poblana mencionada, fue el pintor Gabriel Fernández Ledesma, quien, en su libro Carnaval en Huejotzingo, refiere detalladamente lo que observó en 1948.
Como se mencionó, el punto culminante de este carnaval, así como del que se realiza en El Peñón de los Baños, es la representación de los hechos en los que vio involucrado Agustín Lorenzo (aunque, como ya se mencionó, en esta última comunidad, parece que el “ahorcamiento” del “bandido” ha pasado a segundo término, ya que, en la actualidad, dicho simulacro se representa ya entrada la noche, importándoles más a los danzantes bailar y compartir “alegremente” que involucrarse en el “ajusticiamiento”). Con relación a este personaje, Frances Toor recogió un escrito de William P. Spratling, en el cual se refiere su origen, a través de una fantástica leyenda, impregnada de ingenuidad y valoración de la gente humilde:
Por otra parte, del carnaval que se efectúa en las poblaciones del estado de Tlaxcala, vecinas de Puebla, la comunidad de El Peñón de los Baños retomó, en sus inicios y aún en la actualidad, aunque cada vez en menor frecuencia, la indumentaria, consistente, en el caso de los varones, en traje de “catrín”, cabeza tocada con sombrero de fieltro bajo el cual cae sobre los hombros y espalda una pañoleta de satín, bordada con flores y las iniciales o el nombre del propietario; la cara se cubre con una fina máscara de cera con barba, bigote y cejas de pelo “encarrujado” (hechos de crines de caballo, generalmente); estas máscaras son compradas en Santa María Astahuacán, Distrito Federal, o en Chimalhuacán, Estado de México, y revendidas a los danzantes en la puerta de algunas casas del Peñón de los Baños; la “dama” que acompaña al “catrín”, un hombre vestido de mujer, porta ropa femenina muy llamativa y provocativa, consistente, en muchas ocasiones, de minifalda y blusa escotada que oculta una prominente prótesis, zapatillas, medias, la cabeza cubierta con una pañoleta y algún tocado, y el rostro oculto con una máscara de satín. La pareja, bien sea el hombre o la “mujer”, llevan una sombrilla (recuerdo de los ritos propiciatorios para pedir lluvia, ya que de acuerdo a la fecha en que se realiza el carnaval, se avecina la época más calurosa y seca del año, así como preámbulo de las siembras de temporal, ahora desaparecidas en la comunidad). La cuadrilla es guiada por un hombre, con la vestimenta descrita, el cual porta en su mano derecha un bote de hojalata, cubierto con un pañuelo, y que contiene las monedas que recolecta durante el recorrido por la comunidad, y que agita para que la cuadrilla avance o se detenga y baile frente a la casa donde le dieron una cooperación importante, al mismo tiempo que les sirve de descanso y para ingerir algún licor que les ofrece el propietario. Este singular personaje lleva en la mano derecha un “chicote”, un chirrión de ixtle que agita y hace tronar, recordando los movimientos de la serpiente, animal asociado con el agua, y con el chasquido, al trueno que producen los rayos, otro elemento acuoso.
En fechas recientes, los danzantes han diversificado sus vestimentas, copiando las de otros carnavales, como el veneciano, aunque también se pueden ver “turcos”, personajes de la televisión, animales, luchadores, personajes “galácticos”, etc. Generalmente los vecinos de la misma cuadra o los familiares hacen o “mandan” hacer su vestuario conformando comparsas de “venecianos”, “espadachines”, “vikingos”, “turcos”, etc. Poco a poco las tradicionales máscaras de cera van siendo suplidas por otras hechas de fibra de vidrio y pintadas de color blanco y con algunos detalles de color.
Desde el Domingo de Carnaval y hasta el Miércoles de Ceniza, recorren las calles del pueblo de El Peñón de los Baños, diferentes cuadrillas, de los tres barrios, antaño integradas sólo por hombres, en papeles “masculinos” o “femeninos”, como se indicó (aunque ya se observa la presencia de mujeres). Tales cuadrillas van acompañadas por grupos musicales que interpretan una gran variedad de sones y canciones populares, generalmente contratados en el cercano pueblo de San Juan de Aragón.
Llegado el miércoles, se lleva a cabo la representación donde se recuerda al célebre bandolero, Agustín Lorenzo, el cual, después que secuestra a su “novia”, es atrapado, juzgado y “ahorcado” en un templete construido exprofeso en el jardín de los barrios del Carmen y de la Ascensión, y en la confluencia de las calles Transval y Norte 180, en el barrio de Las Cruces. Los dos últimos barrios llevan a cabo esta escenificación el Miércoles de Ceniza, como es tradicional, mientras que el primero la representa el domingo siguiente, sin importar a los participantes que ya sean “días sagrados”. Recientemente se realiza el Carnaval de los Niños: las cuadrillas están formadas sólo por menores de edad, vestidos con indumentarias de “animalitos” y personajes “infantiles” de los programas televisivos y/o cinematográficos, y son conducidos por algunos adultos (a veces también disfrazados); el punto culminante de esta celebración se efectúa el segundo domingo, después del Miércoles de Ceniza, en el barrio del Carmen.
Como ya se asentó, tradicionalmente, los participantes en el festejo del carnaval en El Peñón de los Baños, compran las caretas de cera con algunos vendedores que las expenden en la puerta de sus viviendas; estas personas las adquieren con sus productores, inicialmente en dos poblaciones, principalmente: Los Reyes La Paz, Estado de México, y en Santa María Astahuacán, Delegación Iztapalapa del Distrito Federal, o bien los danzantes las compran directamente con los artesanos, que por fortuna han aumentado en poblaciones como San Mateo Atenco, Edo. De México, y San Juanico, en Gustavo A. Madero, Distrito Federal. La Dra. Ruth D. Lechuga, a quien mucho debe el país por el registro escrito y fotográfico de las fiestas tradicionales de México, así como por la colección de objetos artesanales que reunió, entre los que destacan las máscaras, entregó a Donald Cordry un escrito, para que lo incluyera en el libro Mexican masks (tan criticado y denostado por quienes inicialmente apoyaron su elaboración), en el que describe la elaboración de las caretas de cera, por la familia Cedillo de Santa María Astahuacán:
Irresponsabilidad, disputas interpersonales, interfamiliares o interbarriales, alcohol, anonimato que se esconde en la colectividad, son algunos factores que manchan de sangre e inseguridad el carnaval de El Peñón de los Baños: las viejas rencillas se materializan por el mínimo motivo fomentando la imagen negativa de la comunidad y la reticencia de algunos vecinos y/o visitantes de asistir a las festividades, y que son motivo para los titulares de la prensa amarillista y las páginas de internet. Ojalá que los participantes que originan los actos delictivos tuvieran conciencia de la importancia de conservar las tradiciones de la comunidad, para fortalecer la imagen e importancia de El Peñón de los Baños ante la ciudad de México, ante el país y el mundo.
Fuente iconográfica: www.youtube.com, www.tallapolitica.com.mx