Los ojos de María Eugenia no daban crédito a lo que veían. Parada a un lado de la puerta de la escuela preparatoria, apretaba fuertemente la mano de su hijo.
-¡Mamá, me estás lastimando! –exclamó el muchacho, logrando que la mujer lo soltara.
-¡Ay, perdóname mi amor, pero es que esto no es posible! –expresó María Eugenia, mientras su hijo la veía con desgano, ya sabía cómo reaccionaba su madre cuando algo no le parecía- ¡Ya viste a esa muchacha! ¡Dios mío, si casi ni trae falda, si se agacha, enseña toda la ropa interior!… ¡Y esa otra, la de los pelos morados y rosas!… ¡Habrase visto semejante descaro!
Uno tras otra, cada uno de los jóvenes que ingresaban en la escuela era revisado con la mirada por la mujer, logrando que cada vez se escandalizara más.
-¡Tanto cuidarte para que vengas a terminar en este “lugar” –siguió exclamando María Eugenia, enfatizando la última palabra- En vano te tuvimos, desde el kínder, en las mejores escuelas particulares, pero tú padre que insistió en que hicieras el examen para la prepa de la Universidad; como él estudió allí, quiere que tú sigas sus pasos, pero ahora que llegue me va a oír. ¿Cómo te voy a dejar, mi vida, entre esta chusma? Hasta pena me da decir lo que parecen esas “muchachitas”, y los hombres, ni se diga, quién sabe de qué barrio de mala muerte los sacaron. ¿Qué voy a hacer Dios mío? Estoy pensando seriamente en que mejor nos vayamos a la casa, aunque esto implique enfrentarme a tu padre. Que te pague una preparatoria particular, si quiso tener hijos, que le cueste…
-No exageres mami, esos muchachos son como los de mi secundaria, pero como ahora traen ropa de calle, se ven diferentes. Mira, ¿ves esos dos que están parados en la esquina? Eran mis compañeros de salón –justificó el muchacho.
-¡Hola Brayan! ¿Cómo estás? –preguntó una muchacha que se detuvo junto al jovencito.
-Bien. ¿También te quedaste en esta escuela? –inquirió el muchacho.
-Sí; cuando menos ya he visto a seis de los compañeros de la secu, así tendremos con quien platicar. Nos vemos luego –concluyó la muchacha.
-Y esa lagartona ¿quién es? –preguntó la mujer a su hijo, cuando la muchacha se alejó.
-Es una amiga de la secundaria, mami; es la hija del presidente de la mesa directiva, el Sr. Suárez ¿no te acuerdas de él?
“Torciendo” la boca, María Eugenia sólo dijo:
-Bueno bebé, sabiendo cómo es tu padre creo que es mejor que te quedes; nos vemos a la salida; estaré aquí, en la puerta, a la una en punto.
-Pero si salgo hasta las dos.
-No importa, yo estaré a esa hora, aunque tenga que esperarte. Déjame persignarte, mi vida –y tras santiguar al muchacho, la mujer lo besó en la boca.
-¡Mamá, aquí no, que nos están viendo!
-¡Y qué importa! Por eso soy tu madre.
Y antes que la mujer continuara con su interminable perorata, Brayan entró en la escuela, mientras que con el dorso de la mano se limpiaba la boca.