Estoico, el joven revolucionario se irguió ante el pelotón de fusilamiento, teniendo a sus espaldas, como testigo, un desnudo muro de adobe.
Su mirada ansiosa buscaba, entre los pocos espectadores, a su mujer, y, sin mucho esfuerzo, la localizó, lo que provocó que esbozara una leve sonrisa, bajo su ralo bigote oscuro.
Se habían casado apenas hacía un año y ya tenían un “chilpayate”. El joven se la había robado, ya que los papás de ella no lo querían. “Ese muchacho no te conviene m’ija… siempre ha sido rebelde”, le decían cada vez que tenían oportunidad; por eso, cuando el hombre se fue a “la bola”, le sentenciaron: “Ves, te lo dijimos, pero no nos hicistes caso”.
-¡Preparen!…
Habían crecido juntos, pues sus familias eran vecinas, por eso, al llegar a la adolescencia, el muchacho vaticinó: “Ella va a ser mi mujer”.
Todo empezó con las miradas clandestinas en la misa, las cuales se transformaron en un “¡Adiós chula!”, cuando la muchacha pasaba rumbo al mercado. Después de varios “sí” y “no”, la correspondencia se dio.
-¡Apunten!…
-… ya ves que tus padres no me quieren ¡vente conmigo! Yo te voy a respetar y para que veas que es verdad, te voy a depositar en casa de mis padrinos –le había propuesto el muchacho, y lo que primero fue negación, terminó en aceptación.
-Padrinos –dijo el joven al matrimonio que lo escuchaba atento- disculpen el atrevimiento, pero me robé a mi novia y por respeto a ella y para evitar las habladurías de la gente, pero principalmente para respetar la tradición, quiero pedirles que me la reciban en su casa.
-¡Ah qué muchacho!… Bien se lo decía a mi mujer, cualquier día nuestro ahijado nos dará una sorpresa y no me equivoqué –dijo el hombre, rascándose la cabeza.
Tras mediar los rituales que marca la tradición, el padrino enfático dijo:
-Pero tendrás que trabajar el doble… o el triple para que ahorres unos centavitos y puedas casarte… Lo bueno es que ya viene la fiesta del Santo Patrono del pueblo y nos dijo el padrecito que habrá matrimonios para todos los que están amancebados, y tú tienes que arreglar tu situación: tu novia es hija de familia y merece tu respeto y apoyo.
Nueve meses justos, después de la boda, nació el crío. Al poco tiempo, el joven se unió a la revuelta armada, para “tener una vida mejor para nuestro hijo”, le justificó a su esposa.
Sin embargo, las cosas no habían resultado como él esperaba y ahora se encontraba frente a un grupo de “pelones” que le apuntaban.
Por fin, sus miradas se cruzaron y los ojos de él expresaron un “perdóname”, y los de ella, como respuesta, sólo se rasaron, al tiempo que volteaba al cielo…
-¡Fuego!
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