-¡Ven Abel, vamos a bailar esta pieza! ¡Está padrísima! –dijo Rocío al muchacho, tirándole del brazo.
Para festejar que habían “terminado la preparatoria”, los muchachos habían organizado una fiesta en la casa de Damián. Era una “reunión de traje”, amenizada con los éxitos de ese año, 1966. En ese momento se escuchaba “El orangután y la orangutana”, con la Sonora Santanera.
-Entonces qué, Abel, siempre sí vas a estudiar ingeniería –le preguntó la muchacha, mientras giraban al compás de la música.
-Sí, sigo firme en mi decisión. Ya ves que desde que ingresé en la prepa eso es lo que he querido –respondió el joven.
-Pues espero que nos sigamos viendo ¿o no? –prosiguió Rocío.
-¿Por qué no nos sentamos a tomar una agüita de sabor para platicar a gusto? No puedo bailar y platicar al mismo tiempo, no sé por qué será –justificó el muchacho.
Esa tarde y noche, los vínculos sentimentales entre Rocío y Abel se afianzaron. Antes de despedirse, los dos jóvenes terminaron besándose y prometiéndose darse la oportunidad de continuar con esa naciente relación.
-Antes de irnos, ¡vamos a bailar!… Están tocando otra vez “El orangután y la orangutana” –dijo sonriente ella y jaló al centro del patio al muchacho.
*** *** ***
El tiempo que les dejaba libre sus respectivas carreras, era aprovechado por los jóvenes para verse y disfrutar su amor. Nada hay más satisfactorio que tener con quien compartir las contingencias y los problemas inherentes a la vida, así como la dulzura del amor, pensaban él y ella.
-Abel, no sé por dónde empezar… No sé qué pasó, tú bien sabes que me cuido pero… -decía Rocío, sin acertar cómo continuar.
-¿Qué pasa mi vida?… ¿A qué te refieres? –preguntó, extrañado el joven.
-Para qué le doy más vueltas… Lo que pasa es que estoy embarazada. Perdóname, pero…
-¿Perdonarte? Si es la mejor noticia que he recibido en mi vida… Me has hecho el hombre más feliz del mundo –dijo, riendo, el joven, y ambos se fundieron en un fuerte abrazo.
Tras hablar con sus familias, Rocío y Abel decidieron irse a vivir juntos. Para intentar solventar sus gastos, el muchacho buscó un trabajo que le permitiera seguir estudiando, porque cuando su hijo nació, las necesidades fueron mucho mayores.
*** *** ***
-Mañana se está preparando un mitin en Tlatelolco ¿vamos? –preguntó Abel a su mujer.
-No, ya ves que el niño ha estado enfermito y no tengo con quien dejarlo –contestó ella.
-Bueno. Yo voy un rato, nada más para ver qué informan y me regresó, aprovechando que mañana no hay clases –explicó Abel.
Al día siguiente, el joven se despidió de Rocío.
-Espérame preparada, en cuanto llegue iremos a echarnos un pozolazo frente al Cine Cosmos –le dijo, dándose ambos un beso.
Fue la última vez que Rocío vio a Abel. Esa tarde y muchas más lo esperó, pero su pareja ya no regresó. Lo buscó en hospitales, delegaciones, cárceles, hasta en la morgue, sin embargo, el muchacho no apareció. A veces sus vecinos le recomendaban dónde buscar y no faltó alguno que le dijera haberlo visto con otra mujer. Lo cierto es que nadie supo el destino de Abel.
Han transcurrido casi cincuenta años desde la desaparición de su pareja y, esporádicamente, se ve sentada, en la ahora llamada “Plaza de las Tres Culturas”, a una anciana que espera que algún día regrese Abel para continuar con ese amor que se inició un día, al compás de “El orangután y la orangutana”.
(Hasta el próximo viernes)
Referencia fotográfica: www.xtrafondos.com