-Te espero hasta que termines el examen –le dijo Héctor a su amigo Manuel.
-Pero no sé cuánto tiempo me tarde, ya ves que esa maestra es impredecible y, sobre todo, porque es el examen final –justificó Manuel.
-Tú no te preocupes, yo te espero, al fin que en los pasillos hay muchos compañeros con quienes puedo platicar –concluyó Héctor.
En efecto, el muchacho era muy popular en la facultad. “Tú hasta con las piedras platicas”, le había dicho Manuel en una ocasión: persona que recién conocía y, al poco rato, ya platicaban como si fueran íntimos desde hacía muchos años. Su trato afable, su carisma y su facilidad de palabra derribaban todas las barreras de cualquiera, era la llave que le abría cualquier puerta.
-¿No te aburriste?… el examen fue muy extenso y me tardé más tiempo del que esperaba –dijo Manuel, al salir del salón.
-No –fue la lacónica respuesta dada por el muchacho, pero era visible su molestia.
-¿Vamos a tomar un café? Dicen que cerca del Metro ha… -insistió Manuel, tratando de platicar con su amigo.
-No, ya me voy a mi casa –tras el consabido intercambio de movimientos con las manos, Héctor concluyó- Bueno ¡nos vemos! –y se alejó, saludando a todo aquél que se cruzaba en su camino.
-¿Y yo qué hice? Si me tardé no fue mi culpa –se dijo para sí Manuel- Ni modo es mi amigo y así lo tengo que aceptar.
Durante todo el período intersemestral, cada vez que Manuel marcaba al celular de Héctor, la conocida voz grabada repetía: “Lo sentimos, el número que usted marcó se encuentra apagado o fuera…”.
-¡Qué extraño! ¿Por qué no me contestará? –cavilaba Manuel.
Al inicio de un ciclo escolar más, los pasillos de la facultad estaban colmados de jóvenes.
-¡Héctor! ¿Cómo estás mi buen? Te estuve marcando y nunca me contestaste –dijo Manuel, alegremente, al ver a su amigo Héctor –quería que nos inscribiéramos en las mismas materias para estar juntos y así…
-No, no es posible, yo ya me inscribí y bien sabes que los cambios de grupo no están autorizados –justificó Héctor, con frialdad –Bueno, nos vemos; creo que ya empezó mi clase y no me quiero quedar sin asiento ¡Adiós!
Y el “entrañable” amigo se alejó; pero Manuel alcanzó a ver y oír que Héctor, al llegar junto a un grupo de muchachos, exclamó alegremente: “¡Hola! ¿Cómo están? Ven, les dije que si nos inscribíamos al mismo tiempo, nos tocaría juntos. ¡Vamos a ser el mejor equipo del grupo! Jajaja.”