-Le digo que un día su muchacho la va a meter en un problema muy serio, Sarita.
-No se preocupe, eso no es posible, a mi Eduardo lo he educado muy bien, comadrita.
-Pero todo mundo comenta que no hay día en que no ande con la Jennifer, esa muchachita que no tiene ni quién le jale las riendas; ya ve que desde que el Pancho las abandonó, la madre se dedica a lo que usté ya sabe, la muy desvergozada, y la muchacha no para de andar de un lado a otro.
-Son habladurías de la gente que no tiene qué hacer, sólo estar viendo y juzgando la vida de los demás. Si viera qué contenta estoy de que mi hijo ya tenga novia; ya tenía más de quince y ni sus luces, pero ahora ya estoy tranquila. Yo y mi marido ya nos estábamos preocupando de que nos saliera gay, como dicen ahora, bueno no sé si me entienda, que nos saliera jotito… como el Manolo, el hijo de doña Eduviges. Ya ve qué problema se armó, dicen que hasta el papá lo sacó a patadas de la casa y ahora el chamaco quién sabe en qué malos pasos andará. Namás de pensar qué haría mi esposo si mi bebé me hubiera salido rarito, hasta la piel se me pone chinita… No me la iba a acabar, comadrita, ya ve que todo lo malo que hacen los hijos, los hombres nos echan la culpa.
–Pus yo nada más se lo digo; no es por molestarla, sino porque conozco a su muchacho desde que nació, es mi ahijado y pus le tengo harto cariño.
-Se lo agradezco, pero le repito que a mi muchacho no se le van a ir los pies, mi viejo ha hablado con él, desde que era un niño, y hasta le da los condones que nos regalan en el Seguro, porque nosotros ya para qué los queremos, hace tiempo que entre yo y mi viejo no hay nada de nada. Estoy muy contenta de que mi bebé ya es un hombre y no me salió jotito. Ahora sólo falta que más adelante, con el favor de Dios, encuentre una buena muchacha; las otras, como la Jennifer, sólo sirven para que él vaya aprendiendo cómo somos las viejas ¿No cree usté, comadrita?
La conversación fue interrumpida por la figura de un hombre que se recortó en el quicio de la entrada a la vecindad, el cual, inhalando a todo lo que daban sus pulmones, gritó
-¡El gaaaaasss!