Después de un agotador día de trabajo, Anselmo llegaba al Andador “Alborada” de la unidad habitacional donde vivía. Como siempre, en la esquina se encontraba la pareja de vecinas que podían dar santo y seña de la vida de todo mundo; pero el hombre pasó junto de ellas musitando un inaudible “Buenas tardes”, que fue respondido con unas miradas suspicaces y una leve y mustia sonrisa.

Al llegar a la puerta de su vivienda, extrajo la llave de uno de sus bolsillos, sin embargo no pudo insertarla, sólo entonces reparó en que la cerradura era otra, pues la anterior era “plateada” y la actual, “dorada”.

Tras presionar varias veces el timbre de la casa y esperar algunos minutos, la puerta se abrió y apareció su esposa.

-¿Y ahora por qué cambiaste la cerradura? –preguntó Anselmo a la mujer.

-Para que no puedan entrar personas “indeseables” –respondió lacónicamente Yadira.

-Pero yo no soy indeseable, soy tu esposo y me deberías haber avisado.

-Yo ya no tengo nada que avisarte, porque tú ya no vives aquí.

-¿Quéeeee?

-Lo que oíste, que ya no vives aquí –y agachándose, la mujer extrajo detrás de la puerta una maleta- ¡Toma, aquí tienes tu ropa! Ya después que las junte, te avisaré para que pases a recoger tus demás pertenencias!

-No entiendo qué pasa…

-¿No entiendes o no te quieres dar cuenta de que ya me tienes fastidiada?. Nunca me has servido como esposo, porque siempre te han faltado…

-¡Yadira, no me faltes al respeto! Yo nunca te he ofendido.

-¿Qué nunca me has ofendido? Jajaja… Si yo lo que quería era un hombre, un auténtico hombre, y no un pelele, o lo que es peor: un “mandilón”, como dicen las vecinas. ¿Crees que es fácil escuchar a mis espaldas, y a veces de frente, los comentarios sobre nosotros? No, amorcito, esto ya no puede seguir así. ¡Toma tus cosas y vete!

-Pero si yo siempre he cumplido con mis obligaciones como padre, siempre estoy al pendiente de nuestros dos hijos, al llegar del trabajo me paso las tardes con ellos: haciendo la tarea o llevándolos al parque. A ti te consta que ni amigos tengo por dedicarme a los niños.

-Pues por eso, a mí ni un lazo me echas; te la pasas metido en la casa y no me permites respirar, por eso las vecinas no te bajan de “mandilón”.

-Lo que ellas digan no nos debe importar…

-A ti no te importa, pero a mí que debo estar escuchando los comentarios todo el día, sí me ofenden. Busca tu camino y yo buscaré el mío.

-Está bien, creo que no estás de humor para hablar, pero cuando menos déjame darles las buenas noches a mis hijos.

-Los niños no están, los llevé con mis papás para que no presenciaran la falta de hombría de su padre o, como acostumbra, se soltara chillando como una mariquita.

Entre los aspavientos que hacía la mujer, Anselmo vio echado junto al cotidiano sillón desde donde veía la televisión, a su mascota:

-¡Roco! ¡Ven acá muchacho! –dijo el hombre, al tiempo que se daba una ligeras palmaditas en el muslo derecho; al escuchar a Anselmo, somnoliento, el perro levantó la cabeza, lo vio y volvió a su posición inicial.

Yadira aprovechó el momento y sin dar tiempo a que Anselmo insistiera, cerró la puerta con violencia.

Impávido, sin creer lo que pasaba, Anselmo tomó la maleta y desanduvo el camino, ignorando, en esta ocasión, al par de vecinas que seguían en la esquina, las cuales, cuando el muchacho pasó, se inclinaron para cuchichear y seguirlo con sus maliciosos ojillos.

Oscurecía y, lentamente, el muchacho dio vuelta en la esquina, pues había que buscar donde pasar la noche. Su mujer era drástica en sus decisiones y estaba seguro que tendría que iniciar una nueva vida.