–Ai nos vemos al ratón, jefa– dio el muchacho a su madre y salió de la casa.
-¡Oye espérate, Federico!… ¿Qué no me estás oyendo?… ¡Otra vez me dejó con la palabra en la boca, este maldito muchacho!
-¿Con quién hablas mujer? –preguntó el anciano que salía del baño, su lugar habitual en la casa.
-¡Con tu nieto que cada día está peor! –respondió la mujer.
-¿Otra vez con lo mismo? No te digo.
-Por más que le hablo, no me hace caso. Todo el día se la pasa aplastado viendo la televisión y con el maldito teléfono en las manos o en la calle con sus amigotes. Ya ves que por su flojera no entró a prepa. ¡Ya no sé qué hacer con él!
-Desde que estaba chiquito yo te quería ayudar con ese labregón, pero tú me quitaste todos los derechos. Cuando quería regañarlo, siempre me decías que no me metiera, que lo iba a traumar y allí tienes las consecuencias.
-Y para rematar una vecina me dijo que lo ha visto con una muchachita que tiene una famita nada recomendable. Me platicó que se ha acostado con media colonia y eso sí no lo voy a permitir.
-¿Y qué te esperabas? ¿Creías que siempre iba a estar pegado a tus faldas? No hijita, a ese muchacho lo que le falta es mano dura. Yo a su edad ya trabajaba; ya mero mi padre me iba a permitir estar de güevón a esa edad. Por eso estamos como estamos, porque ahora los padres todo lo quieren arreglar hablando y “acordando”, y, lo que es peor, dizque siendo “amigos” de sus hijos. Y luego vienen las lamentaciones…
-Ay papá, por favor, habla con él, a mí ya ni me escucha. Con sus ajás y sus ahorita ya me tiene fastidiada. Además tú eres hombre y puedes convencerlo para que deje a esa muchacha, antes de que otra cosa suceda. A mí me da pena habla de esos temas con él.
Al escuchar las últimas palabras de su hija, en los labios del anciano se dibujó una mueca de sonrisa y en sus ojillos se vio un ligero destello y se hicieron más pequeños.
-¡Cómo se ve que no eres hombre!
-No te entiendo ¿qué me quieres decir?
-Cuando a un hombre se le aceleran las cabras, no hay poder humano que lo haga cambiar y más cuando el motivo es el olor a hembra.
-¡Papá no seas grosero!
-No es grosería, es la realidad; tu hijo ya no es un bebito como tú quieres seguir viéndolo: ya le llegó a la edad de la punzada.
-¿Y entonces qué vamos a hacer?
-¡Vamos, hijita! Ese es tuuu problema; además, no creo que puedas hacer mucho porque ya lo dice el dicho: “Jala más un par de…”
-¡Papá, ya te dije que no seas grosero!
Y antes que el anciano terminara su comentario, la mujer apresuradamente se dirigió a su recámara, cerrando la puerta de un golpe, mientras el hombre soltaba una sonora carcajada.