Desde las paredes del taller mecánico, las voluptuosas desnudeces femeninas (producto de las bondades del photoshop), extraídas de las páginas centrales de las “revistas para caballeros”, parecían ver sorprendidas a los dos hombres cuarentones, rodando por el piso, emulando las “poses” de lucha olímpica que recién habían visto juntos, en la película de moda. Sus abultados vientres evidenciaban que el ejercicio no era su práctica cotidiana, amén del abundante sudor que cubría sus robustos cuerpos y su respiración jadeante.
Intentando “descansar”, durante varios minutos habían permanecido en la misma “llave”; sus calientes alientos se mezclaban porque sus bocas estaban muy próximas; la abundante transpiración de ambos formaba una sola, por el contacto prolongado de sus desnudas pieles, ya que acostumbraban quitarse la camisa cada vez que “luchaban”, para estar más cómodos, decían. Durante ese tiempo sus ojos no se apartaban unos de otros, en un mudo lenguaje que decía todo, hasta que uno de ellos comentó:
-¡Qué rico huele hoy compadre!
-Gracias, compadrito. Como sé que le gusta mucho la loción que me regaló, me la puse pues sabía que hoy íbamos a luchar.
-En serio compadre, ¡qué rico huele!
Con el “jueguito”, los hombres reían soezmente, hasta que la silueta de una mujer se recortó, a contraluz, en el quicio del taller:
-¡Grabiel, te buscan en la casa” –dijo, frunciendo el entrecejo.
El hombre se soltó de su contrincante y levantándose le dijo, levantando sus prendas de vestir:
–Ahorita regreso compadre, para que nos echemos el segundo raund… No me tardo mucho, es lo bueno de tener la casa y el trabajo, uno junto al otro… Jajaja –con toda la mano derecha se mesó el abundante y descuidado bigote que le cubría el labio superior, y salió del local.
-¿Cómo está compadre? ¿No sacó hoy el taxi a trabajar? –dijo la mujer al otro hombre.
-No comadre, voy a trabajar hasta la tarde –respondió el compadre, algo nervioso.
-¡Quién como usted que es jefe!… Nos vemos, que esté bien.
-Este… Gracias… igualmente –respondió nervioso el hombre.
*** *** ***
Era casi el mediodía del martes y la mujer movía, con ambas manos, al esposo, quien plácidamente seguía dormido, con el torso al descubierto por el calor que se sentía a esa hora.
-¡Grabiel… Grabiel! ¿Qué no vas a abrir el taller?
-No, hoy tengo que ir a la casa de un cliente –respondió Gabriel, rascándose su peludo pecho y bostezando a todo lo que daba su enorme boca.
-Tú sabrás –expresó la esposa-… Voy a ir al tianguis a comprar lo de la comida. La niña se fue a la secundaria; sólo está el Éder porque amaneció con algo de calentura y no lo mandé a la escuela. Cuando te vayas, cierras la puerta con llave para que el chamaco no se salga al patio.
Después de una hora, la mujer regresó a la vivienda, cargando el poco “mandado” comprado.
-Mamá, mi papá no está, se fue con mi padrino –le dijo el niño.
-¿Cómo?
-Sí, lueguito que te fuistes, llegó mi padrino, los dos llenaron el veliz con la ropa de mi papá y el perfume que tanto le gusta, y se fueron.
-Y ora ¿qué les pasó a éstos? –se preguntó la mujer. Al poco tiempo, su pregunta sería respondida.
Días después, la “comidilla” del barrio sería que ambos compadres se habían ido a vivir juntos.