-Abraham Sotelo, para servirles ¿en qué puedo ayudarlos? –dijo el joven a la pareja que se encontraba frente a él, al tiempo que les señalaba los asientos.
-Queremos cancelar esta cuenta que tenemos con ustedes –dijo el hombre, entregando su identificación y el “plástico” al muchacho, quien ágilmente tecleo algunos datos en la computadora, cuando timbró el teléfono. Sin dejar de teclear, Abraham tomó la llamada.
-Banco de la Unión Obrera del Sureste. Lo atiende Abraham Sotelo, ¿con quién tengo el gusto?… ¡Ahhh! ¡Hola! ¿Cómo estás?… Aquí chambeándole… Sí, claro… ¿A poco ya te platicó?… No, fue con Jennyfher… No, ella no. La otra… La que me presentó el Robert… De hecho así fue… ¿Clarita? No no, te digo que fue la Jennyfher… … …
Ante la perorata telefónica del muchacho, la pareja volteó a verse sorprendida y molesta. La mujer se inclinó hacia el hombre, quien giró la cabeza para escuchar con el oído izquierdo, ya que con el derecho tenía problemas de audición. Con voz muy baja dijo:
-¿Cómo es posible que en horas de oficina este patán esté platicando sobre “sus mujeres”? Me dan ganas de buscar a su supervisor para…
Con un movimiento, apenas perceptible, el hombre apretó la mano de la mujer, quien entendiendo la orden, suavizó el gesto y fingió mirar hacia la calle, a través de los amplios ventanales.
-… … … El otro era “equis”, no valía la pena… Sí, yo le solté dos o tres golpes… ¿Claro que lo derribé ¿quién crees que soy güe?… ¿Te llamo más tarde? Estoy un poco atareado. Sí, ayer salí hasta las nueve de la noche… No, después de esa hora ya no tuve ganas de ir a ningún antro ¿ves?… Claro, te devuelvo la llamada. Chao –al colgar el auricular, Abraham se dirigió al hombre- ¿No tiene objeción en que saque una copia de su IFE?
-No –respondió lacónicamente el hombre, cuyas cejas, para este momento, parecían pararrayos por las que descargaba energía negativa.
Tomando la credencial, Abraham se levantó, se trató de acomodar su blanca camisa de pinzas, que amenazaba con liberar su abultado vientre y que ya dejaba ver, entre dos botones, su peludo ombligo. Por cierto que su ojo derecho estaba morado.
Los minutos transcurrían y el joven no regresaba.
-¡Qué pésimo servicio hay en este banco! Lo bueno es que ya no tendremos nada que ver con esta gente.
Un hombre vestido de traje negro y camisa blanca, al igual que Abraham, se asomó y al ver que en el cubículo del “asesor personal” sólo estaba la pareja, se retiró. Al poco rato regresó el joven. Sin decir algo, se sentó, siguió tecleando, tomó unas hojas de la impresora y dirigiéndose al hombre dijo, apresurada y nerviosamente:
-Por favor firme aquí, aquí y aquí… Esta es su copia de que la cuenta ha sido cancelada. ¿Algo más en lo que podamos servirles?
-No eso es todo –respondió el hombre, quien tomando su “copia”, se levantó y, tanto él como la mujer, se despidieron de mano del muchacho.
-Pues, en Banco de la Unión Obrera del Sureste estamos para servirles, que tengan un bonito día.
Una vez solo, Abraham tomó el teléfono y tras marcar un número, prosiguió:
-¿Elías? No güe, te digo que lo que ocurrió el sábado entre la Jennyfher y yo fue de pelos… … …