Las lágrimas impedían que la mujer viera con claridad el avión que aterrizaba, además, su mente estaba ocupada recordando, como si hubiera sido ayer, las frases y promesas dichas por el menor de sus hijos:
-No te preocupes jefecita, vas a ver que pronto regresaré, cargado de dólares, y te voy a construir el otro cuarto que quieres… Vas a ver, si Diosito me ayuda para que me vaya bien, cuando regrese voy a comprarme una camionetota para recorrer todas las calles del pueblo, con la música que me gusta ¡a todo volumen! y tú sentada a mi lado, jajaja…Yo sí voy a hacer dinero, no como mis hermanos que regresaron con los bolsillos rotos y las manos vacías…
Ante la mirada curiosa de los que pasaban a su lado, la mujer continuaba abstraída ante el enorme ventanal, hasta que un
-Mamá, ¡vámonos!… tenemos que hacer los trámites para que nos entreguen el cuerpo de mi hermano.
Limpiándose los ojos, con el dorso de su mano, la mujer se apoyó en el brazo de su hijo, y ambos se perdieron, entre la gente que llenaba el pasillo del aeropuerto, en busca del cuerpo del joven, cuyo nombre se sumaba a la interminable lista de personas que perdían la vida al tratar de cruzar la frontera.