Como todos los jueves, era el día en que las mujeres del pueblo se bañaban en el río y algunas, las menos, iban a lavar. Ese día, por ningún motivo los hombres se acercaban al río.
Era la primera vez que iba Josefa, después de la “cuarentena”. Su esposo, que trabajaba de telegrafista, la había abandonado cuando se enteró que esperaba un tercer hijo, aunque no faltaban las “malas lenguas” que aseguraban se había ido con otra mujer. Pero a Josefa no le quedó otra alternativa que “sacar adelante” a sus tres hijos (dos niñas y un niño), con el apoyo de su mamá.
-Te fijastes Toña, que cerca del río hay un grupo bien grande de hombres –comentó Josefa a la mujer con quien platicaba, mientras se bañaban.
-Sí, dicen que son del pueblo vecino y que vinieron a ver a sus mujeres, pues desde que comenzó la bola no habían vuelto.
Pero antes de que las mujeres siguieran la conversación, fueron interrumpidas por los gritos de una muchacha que llegó corriendo a la orilla del río.
-¡Córranle! ¡Escóndanse debajo del puente!… ¡Ahi vienen los pelones a atracar a los revolucionarios!
-¡Rosa, traime a mis chamacas! –gritó Josefa a su prima.
Como pudo, Josefa agarró a sus dos niñas y, junto con las demás mujeres, corrió a refugiarse debajo del puente.
La refriega comenzó: de un lado del río, los federales disparaban a los “revoltosos”, y éstos, del lado contrario, respondían con metralla a la agresión.
¿Cuánto tiempo pasó? No lo sabían las mujeres, pero el frío calaba hasta los huesos, pues el agua les llegaba hasta los muslos y su única vestimenta, el fondo con el que se bañaban, seguía mojada.
Presurosas, y viendo para todos lados, las mujeres abandonaron el río; llegaron al poblado y se dispersaron para sus casas.
-¿Ay Josefa, me tenías “con el Jesús en la boca”! –le dijo su mamá a Josefa, cuando entró- Ya no sé qué hacer con el niño, no ha dejado de llorar.
-Déjeme resollar amá y le platico… este… yo creo que mi chiquito tiene hambre.
Amorosamente, Josefa acunó al pequeño para amamantarlo, al tiempo que comunicaba a su madre lo sucedido.
Conforme pasaban los minutos, el llanto del niño iba en aumento y Josefa ya no sabía qué hacer.
-Creo que le cayó mal la leche –dijo la abuela.
Efectivamente… Poco después el niño ya no lloraba; inerte en los brazos de su madre, no disfrutaría de la vida mejor por la que combatían muchos hombres, más allá de las paredes de la choza.
(¿Quién es la Marquesa de Buenavista? El próximo viernes tendrás la respuesta. Busca sus relatos cada viernes, en La Bombilla.)
Referencia fotográfica: José Guadalupe Posada. “Revolución Mexicana”. Grabado, en sinaloamx.com Lunes 27 de abril de 2015.