El niño dejó de jugar con su amiguito cuando escuchó que un automóvil se detenía detrás de ellos; volteó y vio que se trataba de un taxi, que ya no podía continuar su camino por la gran cantidad de agujeros que cubrían la calle de terracería, si es que se le podría llamar calle al espacio dejado por la alineación arbitraria de casuchas, en ese asentamiento irregular.
La portezuela se abrió y descendió la hija mayor de la comadre de la mamá del niño. Después de pagar por el transporte, la mujer, con dificultad, caminó rumbo a su casa. Sorprendió al menor que la muchacha trajera el cabello enmarañado y la ropa desaliñada. Presuroso, se levantó del polvoriento suelo y alcanzó a la chica.
-¿Le puedo ayudar? ¿Quiere que la acompañe a su casa?… –preguntó el pequeño.
-Gracias, no te preocupes… estoy bien – y la chica continuó su camino.
Atónito, y sin comprender, el niño quedó estático viendo a la mujer entrar en su casa, hasta que escuchó el grito de su madre que lo llamaba a comer.
Con el transcurso de los días, el incidente pasó a segundo término en la mente infantil (dicen que los niños viven en el presente ¿será?); pero un día, al regresar de la escuela, iba a correr la cortina de tela de cambaya floreada, que cubría la entrada de su casa, cuando escuchó que su madre platicaba con la comadre:
-… y la verdad, comadrita ¡no sé qué hacer! Nada más de imaginar que mi viejo se entere, ¡tiemblo! Es capaz de matar a mi muchacha –decía la comadre.
-Pero si usted me había dicho que el novio era un muchacho responsable, que ya hasta lo había traído a la casa –replicó la mamá del niño.
-Pues sí, pero “caras vemos…”. El muchacho nos vio la cara; ¡ay comadre! se veía tan seriecito y responsable. Se acuerda que le platiqué que es el jefe del taller de costura, donde trabaja mi hija. La envolvió con sus palabras zalameras, se hicieron novios, como usted ya sabía, pero hace casi dos meses la tonta se le entregó, no se cuidó y mire nada más, mi muchacha “me salió con su domingo siete” ¡y para rematar el sujeto es casado! ¡No sé qué voy a hacer! Además, le quiero decir que creo que el día que mi hija dio su mal paso, su hijo la vio llegar…
Al escuchar su nombre, el niño retrocedió y tiró una cubeta; la madre violentamente corrió la cortina de la puerta:
-¿Qué haces escuchando detrás de la cortina, muchacho del demonio? Ya te he repetido hasta el cansancio que cuando los adultos platican, los niños no deben ni asomar las narices ¡Órale pásele y váyase al cuarto! Y nomás se asoma y conmigo se las ve ¿está claro?
Con la cabeza baja y sin decir palabra, el niño entró en el cuarto contiguo a la sala-cocina-comedor y, de un salto, se acostó en el camastro. Concentrado en las pelusitas que danzaban entre los hilillos de luz que se filtraban por los agujeritos de las láminas del techo, su mente era un mar de dudas, un mar de preguntas sin resolver, pero siempre salía a flote el cuestionamiento: “¿Cómo es posible que una persona pueda hacer daño al ser amado?” La vida le daría la respuesta.