Él salía de la oficina de gobierno, vistiendo su reluciente uniforme de coronel, y ella pasaba por la puerta del lugar, tratando de no tropezar con su vestido.
Primera mirada; quedaron prendados uno del otro, aunque lo que vendría después serían las manidas justificaciones, usadas por los hombres para conquistar a una mujer (mi esposa no me entiende, no nos separamos por nuestras familias, tú no eres como todas las mujeres,…). Ella no pudo resistirse al atractivo del militar. Resultado: terminaron convertidos en amantes.
Compartir los momentos que él le robaba a su familia, reunirse lejos de las miradas conocidas, no pedir nada y entregar todo, no poder asistir a la iglesia. Todo eso no importaba, lo trascendente se expresaba cuando estaban uno en los brazos del otro, cuando sus miradas se cruzaban y las manos ansiosas del joven la despojaban de sus ropajes, para, después, recorrer palmo a palmo su piel, con manos y labios, como preámbulo de la comunión plena, del sensual estremecimiento cuando se entra al sancta sanctorum del cuerpo amado, para fundirse en una sola emoción.
Aunque siempre, después de cada entrega, estaba latente el temor de escuchar al amado decir la frase consabida: “Ya está en la puerta el carruaje que te llevará de regreso a tu casa”. Aún no se decían adiós y sus cuerpos ya se extrañaban.
No obstante, un malhadado día llegó: en esa ocasión, el hombre comunicó a su amante que su esposa sospechaba que tenía otra relación amorosa, pero como él lo negó rotundamente, la mujer recurrió a los padres del joven. No hubo escapatoria, su padre sentenció:
-¡Te ordeno que termines esa relación, condenable por Dios y la sociedad! y si no, ¡olvídate de que tienes familia!
Por eso, el coronel, después de una larga explicación y justificación, terminó diciendo:
-Lo siento, amor mío: ¡tenemos que separarnos!… Te pido perdón, pero lo nuestro está condenado al fracaso; mi familia y mi carrera militar se pueden derrumbar… ¡No me puedo exponer a un escándalo social, en estos momentos!… Así que ésta es la última vez que nos vemos…
-Pero mi vida, ¿y nuestro hijo… y nuestro amor?
-No hay marcha atrás… además, mañana salgo, con mi tropa, hacia el norte del país, pues llegaron rumores que se prepara un levantamiento.
*** *** ***
Es el 6 de mayo de 1914, el país continúa en guerra. La mujer se arregla el velo que cubre su cabeza y sale de la iglesia; recorre el atrio y al pasar junto a un grupo de señoras, que con aspavientos comentan la última novedad del vecindario, escucha que su coronel, el hombre que es el centro de su vida, ha muerto en el campo de batalla. Incrédula, pierde el equilibrio…
-Señora ¿le puedo ayudar en algo? –le dice el hombre que la sostiene del brazo, evitando que caiga.
-No, gracias. Posiblemente me mareé con el olor de las ceras, además la iglesia estaba muy llena… Le agradezco –le dice al hombre y presurosa, sin voltear, la mujer sale del recinto sagrado; su hijo la espera en casa.