-¡No, muévela!… ¡Súbela un poco más del lado derecho!… ¡Allí está bien!
El hombre, avejentado prematuramente, daba indicaciones a un muchacho que lo ayudaba a colocar una manta plastificada, en el segundo nivel de la fachada de su casa.
-¿Cuánto te debo? –inquirió el señor, cuando el joven bajó.
-Lo que usté guste, patrón… para el chesco – fue la respuesta.
¿Cuántas veces el hombre había reemplazado la manta por deterioro? Ya había perdido la cuenta, pues por las inclemencias ambientales o porque no había faltado algún vándalo que, como gato, había escalado la pared para “grafitear” la manta. Por eso, casi como en un ritual, cada vez que la manta se dañaba, era sustituida por otra, siempre con las mismas características.
La gente que pasaba frente a la casa del señor, ya ni volteaba a leerla pues, con el tiempo transcurrido, ya conocían su contenido: del lado izquierdo aparecía la foto del joven extraviado que, sonriente, miraba fijamente a la cámara. Estaba acompañada del siguiente texto:
“SE SOLICITA SU COLABORACIÓN
para localizar a XXX, de 17 años de edad,
quien se extravió el 25 de enero de 1999,
cuando se dirigía a la escuela.
Cualquier información se agradecerá al teléfono XXX
o al correo electrónico XXX.
Gracias.”
El e-mail aparecía tachado con marcador negro, tal vez porque el anciano no sabía manejar esa herramienta.
Tras haber colocado la nueva manta, el hombre entró en su casa. Volvió a sentir la zozobra ya conocida, pues cada rincón le recordaba al hijo desaparecido.
Al principio, había recorrido una y otra vez las calles de la enorme ciudad; pero con el paso del tiempo, la única certeza era lo informado por la policía: el muchacho había sido secuestrado, sin embargo, los hipotéticos secuestradores nunca se comunicaron.
El hombre vivía solo, pues un día su esposa no despertó, a pesar de los esfuerzos de los paramédicos; no quiso seguir sufriendo por la ausencia de su hijo. Desde entonces, el hombre ya no siguió su cotidiano peregrinar, porque albergaba la esperanza de que algún día el timbre de la puerta sonara, y él quería estar presente para recibir al hijo añorado.