-¿Qué no podemos tener un día en paz? –preguntó el muchacho a su novia- Casi no hay día que no terminemos peleados. ¡Esto no puede seguir así!
Dicho lo cual, el joven se levantó y se alejó, con la cabeza baja y mordiéndose los labios.
-Mchh… ¡Ya regresará! –dijo la mujer, torciendo la boca y permaneciendo sentada en la banca del jardín- Así son los hombres, cuando les damos lo que les gusta los tenemos comiendo de nuestra mano.
En ese lugar se habían conocido hacía tres meses. Ella era empleada de una tienda de ropa para mujer, y él trabajaba, como cajero, en un comercio de comida rápida.
Antes de una semana, como dijera la mujer, el muchacho ya estaba llamándole a su celular.
-Mi vida ¿nos podemos ver?… ¡Ya no aguanto!; te extraño mucho –fue la petición del hombre.
-¿Ya no estás jetón?… Porque por todo te enojas. Si quieres verme, esta semana no puede ser, estoy muy ocupada. Llámame otro día –fue la respuesta de la joven.
-Pero mi vida, no sabes cuánto me haces falta… por favor.
-Ya te dije que me llames otro día. Perdona que te cuelgue, pero me está llamando un cliente.
Después de algunos días y varias llamadas telefónicas, los jóvenes se reunieron en el jardín.
-¡Cómo eres mala flaquita! Me haces sufrir mucho… ya ansiaba tenerte entre mis brazos –dijo el muchacho.
-Ya te lo dije: sígueme haciendo enojar y me vas a perder, tú sabes –tuvo por respuesta de la chica.
-¿Qué te parece si hoy, en lugar de sentarnos en el parque, vamos a caminar y sirve que platicamos lejos de los oídos curiosos?
-Bueno… pero sólo dos horas porque tengo otro compromiso.
Tan concentrada estaba la mujer en la plática que no se percató en qué momento llegaron al callejón. Una vez allí, el hombre la empujó contra la pared y la sujetó con ambos brazos, impidiéndole cualquier movimiento.
-¿Qué te pasa?… ¡Suéltame que me estás lastimando! –pidió la joven; pero su ruego fue inútil, el hombre estaba transformado.
-¡Ahora sí cabrona, de ésta no te escapas! ¿Creías que podías humillarme? Con un hombre no se juega, pendeja?… Puedes gritar todo lo que quieras, por este callejón no pasa nadie –dijo el muchacho.
-¡Por favor bebé, déjame ir… vamos a donde tú quieras, pero no me hagas nada!
Pero el hombre ya no escuchaba; violentamente tomó a la chica por la cintura con el brazo izquierdo, mientras que con la mano derecha extraía de sus ropas un estilete: “Para que aprendas que ninguna pinche vieja se puede burlar de un hombre”, y lo hundió una y otra vez en el vientre de la joven, hasta que sintió que el cuerpo de la muchacha se aflojaba y se volvía más pesado.
Con paso rápido, el hombre salió del callejón, dejando el cuerpo inerte del “amor de su vida”, tirado en un charco de sangre.