-¡Adiós mamacita!… yo chimuelo y tú con tanta carne…
-¿Cuánto por ese culo?
-¡Lástima que no me gustan los putos, si no yo sí te la dejaba caer!
-¡En esa cola, yo sí me formo…!
-Pues cuidado bro, no sea que ya, en la cama, te lleves una “sorpresita” jajaja…
Diariamente, el muchacho, conocido en el rumbo como “La Güera”, escuchaba infinidad de crudos piropos e improperios de los automovilistas que circulaban por la transitada avenida.
Luciendo su abundante y rubia cabellera, producto de años de no cortarse el pelo y de las extensiones compradas, y enfundado en una apretada blusa y una minúscula falda, que le permitía mostrar sus largas y estilizadas piernas, el joven travesti había elegido como centro de operación el cruce de la gasolinera, ya que “… aquí se detiene mucha gente para cargar combustible y entre todos ellos nunca me faltarán los clientes”, se había dicho.
“La Güera” ya sabía que, además de prestar el servicio solicitado, bien sea como activo, pasivo o ambos, tenía que soportar las reiteradas historias y justificaciones de los clientes: mi esposa no me comprende; para afianzar la relación con mi mujer es bueno, de vez en cuando, romper la rutina y buscar la variedad; yo no soy puto, pero es que tú tienes un cuerpo muy sabroso, mi reina; te juro que tú eres el primero y único hombre con el que me acostado; quería saber que se siente; etc.; etc. … Pero después que los hombres lo dejaban solo en la habitación, el hastío y la soledad amenazaban con asediarlo:
-No, no… no seas pendeja –se decía- mejor veamos cuánto he reunido en el día y cuánto guardaré en mi cajita para mi jubilación… una nunca sabe y, de un momento a otro, te haces vieja…
(Hasta el próximo viernes)