La siguiente es una reflexión personal ante el mundo discográfico actual (un mundo mucho más sesgado, dirigido, manoseado, restrictivo, y un sinfín de etcéteras, que antaño). No pretende ser una verdad, sino un punto de vista de quien suscribe y, tal vez, “un rasgarse las vestiduras” ante la imposibilidad de poder comprar los “discos” de mi preferencia. Los ejemplos, lugares y discos mencionados son restrictivos, ya que sólo tienen el propósito de fundamentar los asertos expresados, para no cansar al benevolente y posible lector. Dicho lo cual…
Recuerdo que cuando era niño, ya hace muchos ayeres, veía a mi hermano mayor escuchar en un tocadiscos (una caja color crema, que tenía integrada la bocina) los discos fonográficos que podía comprar; eran discos “de pasta” (78 Rpm), negros y pesados, que tenían una canción en cada cara. Por cierto que se rompían o escarapelaban con facilidad (al menor golpe). Su clásico “hiz” me hace evocar esos años, cuando la realidad no me presentaba sus credenciales abierta y crudamente. Dichos discos venían en una funda de papel en la que, cuando mucho, tenía impreso el logo de la compañía discográfica; a través del orificio que tenía en el centro se podía ver la etiqueta que identificaba la grabación.
Estuche conteniendo algunos discos de pasta (años 50 del siglo XX).
Fotografía por Maximino Escamilla Guerrero.
Sin embargo, con el advenimiento de los discos de vinilo, en los años sesenta (aunque ya existían desde la década anterior), la situación cambió drásticamente: ahora se podían escuchar más canciones por cada cara del disco y las fundas, poco a poco, fueron siendo más creativas, hasta convertirse en el “Arte” del disco. Los ejemplos sobran (me refiero a los discos de rock en inglés, principalmente): recordemos el álbum Led Zeppelin III, cuya funda totalmente cubierta por “figuritas”, sobre fondo blanco, el que dentro de la portada tenía un disco giratorio que hacía que ésta fuera cambiante; o la portada minimalista (en concordancia con los movimientos culturales de la época) del álbum doble The Beatles (el Álbum Blanco, 1968), del Cuarteto de Liverpool, sin ninguna alusión al contenido, excepto el nombre del grupo ligeramente en relieve (en el interior encontrábamos un regalo excepcional: las fotografías de los cuatro Beatles, individualmente, y un gigantesco cartel con gran variedad de fotos de ellos, sin faltar Yoko Ono); de ellos mismos, su producción número trece: Let It Be, una caja negra donde se apreciaban los rostros de los integrantes del cuarteto, que se repetían en la portada del LP y ¡sorpresa!, en la edición inglesa se incluía un espléndido libro, llamado Get Back (como iba a ser nombrado el álbum inicialmente, al igual que la película que se filmó), donde se reseñaba la grabación del disco, con destacadas fotografías.
Cómo olvidar las fundas de los discos de Pink Floyd, son verdaderas obras maestras, la mayoría diseñadas por artista y diseñador inglés Storm Thorgerson (quien falleciera el 18 de abril de 2013, víctima del cáncer), ¿recuerdan The Dark Side of the Moon?, una portada icónica, como la de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles. Sería prolijo y, tal vez, interminable, describir el arte de los discos de los años 60, 70 y 80 del siglo anterior, son una verdadera delicia y placer estético.
¿Dónde queda el arte de los discos con las descargas digitales? Boxsets: de la edición del 20º. aniversario del lanzamiento de su último álbum, Division Bell (2014) y del álbum The Dark Side of the Moon de Pink Floyd (2011). Fotografía por Maximino Escamilla Guerrero.
Para adquirir los LPs, EPs o singles uno podía acudir a infinidad de lugares (ahora todos desaparecidos), el más representativo era el “Mercado de Discos” (donde se podían comprar infinidad de discos importados, como unas excelentes cajas, que ahora llamamos boxsets cuando nos referimos a CDs, con la obra completa de Ludwig van Beethoven, que merecieron el Grand Prix du Disque, Paris, y que sólo puede comprar algunas porque mi bolsillo de profesor no alcanzaba para mucho, aunque después puede adquirir una caja, con 87 CDs con las grabaciones de toda su obra musical; también pude conseguir la grabación de toda la obra de Johann Sebastian Bach, compiladas en 158 CDs, todo un alucine musical). En la Zona Rosa había tiendas de discos más pequeñas, donde también se podían comprar verdaderos tesoros musicales: recuerdo que en la tienda “Zorba”, que se localizaba en la calle de Génova, encontré un LP de Elton John, con canciones de The Beatles, ¡algunas a dúo, y en “vivo”, con John Lennon! Un agasajo auditivo. ¿Recuerdan “El Gran disco”, en la calle de Balderas 32, 1er. piso? ¿Cómo se llamaba la tienda de discos que estaba en Artículo 123 No. 90? La oferta era múltiple, variada y especializada, como debe ser en el mercado del mundo “libre” y “soberano” del capitalismo tan cacareado.
Edición inglesa del álbum Let It Be de The Beatles (1970).
Fotografía por Maximino Escamilla Guerrero.
En los años 80 del siglo XX, apareció un nuevo formato discográfico: el CD. Ante la demanda, las empresas echaron mano a toda la producción que tenían a su alcance, aún de los llamados “discos pirata” o bootlegs; así puede conseguir algunas grabaciones hechas en Italia, bajo el sello Yellow Dog, rarezas que ahora son imposibles de encontrar. Otro tesoro de esa época es un boxset de The Beatles, que tiene el nombre de Artifacts y que se editó bajo el sello Big Music (5 CDs y un booklet).
Modernidad no siempre es avance y, para mi apreciación, en el mundo de las grabaciones musicales esto es aplicable.
Después de unos años, una tienda de discos, que surgió a raíz del nacimiento de los CDs y que es propiedad de uno de los hombres más ricos del mundo, paso a paso se fue apoderando del mercado del disco, logrando que quebraran empresas grandes (como “Tower Records” y el “Mercado de Discos”) y pequeñas (fueron llevadas a la quiebra tiendas especializadas en música “clásica”, como “Margolín” y “Sala Chopin”, por ejemplo), hasta convertirse en un verdadero monopolio que controla la importación y distribución de discos en México (la tienda de los tecolotes, donde también se pueden comprar discos, es del mismo dueño). En nuestro país no existe otra tienda discográfica donde ir a comprar tus discos.
Quienes preferimos adquirir nuestros discos “en físico” (como ahora dicen), nos quedamos con los deseos insatisfechos, ya que la empresa en comento ya no le importa lo que algunos melómanos queremos, sino sólo distribuye algunos géneros musicales (como el que ahora llaman “regional mexicano”, y que se relaciona con la “narcocultura”), muchos de los cuales sólo causan estragos en el gusto musical de los oyentes.
Nunca se podrán comparar las descargas digitales de música con la emoción y el placer de abrir la caja Early Years 1965-1972, de Pink Floyd (2016).
Fotografía por Maximino Escamilla Guerrero.
Ahora nos argumentan que la mayoría de la población de México es joven y que la preferencia de ellos es por la música que se encuentra en las “plataformas digitales”, por lo que la gente mayor (que es la que generalmente tiene mayor poder adquisitivo que los jóvenes) no tiene acceso a la música y a los músicos de su predilección, en el formato que se desee.
Por ejemplo, existe un cuarteto de cuerdas estadounidense llamado Kronos Quartet (creado en 1973 por David Harrington), que interpreta música de cámara tradicional y contemporánea, de quienes he comprado más de cuarenta CDs y ahora resulta que no puedo actualizar mi colección porque la tienda en referencia ya no importa discos de esos músicos. Otro tanto ocurre con mi grupo de rock favorito, The Beatles: el pasado mes de mayo se lanzó a nivel mundial una edición super de Luxe del disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de 6 CDs, y en México no se puede conseguir, en las tiendas no tienen información. O cuando traen los discos importados, como la boxset The Early Years 1965-1972 de Pink Floyd, lo hacen a precios exagerados; esta caja de 33 discos se vendía en más de $ 14 000.00, y aunque la música del Fluido Rosa lo vale, el bolsillo patrio se queda pobre. Por cierto que esa caja es una obra de arte del diseño, ya no hablemos de su contenido.
Los que somos de otra generación, con otros hábitos y preferencias musicales, somos ignorados por un mercado “virtual”, que sólo vende productos (“sonidos”, diría yo) que están en el “limbo” de las comunicaciones (“nubes” o como quieran nombrarlas).
Por otra parte, en la actualidad, ya no se compran los discos para conocer la “obra” de un artista o grupo, y para seguir su trayectoria musical, sino sólo “canciones” aisladas y descontextualizadas, por intereses comerciales de las empresas especializadas. He escuchado decir que para qué comprar un disco si sólo les interesa una canción, cuando antes lo que nos importaba eran los músicos y su obra.
Dicen que las discotecas están en vías de extinción (aunque se ve un repunte de los LPs) y la música ahora está “almacenada” en dispositivos digitales cada vez más pequeños y de mayor capacidad. ¿Dónde quedó el Arte de los discos?
Reitero, modernidad no siempre es avance, para algunos de nosotros. Todo tiempo pasado fue mejor, o cuando menos eso queremos creer.