Mi encuentro con Pedro Infante se produjo en esas circunstancias que en ocasiones uno no quisiera nunca más volver a recordar. Para ese entonces era un niño que contaba apenas con 6 años y 6 meses de edad, y el momento crucial de nuestro encuentro se produjo cuando ocurrió el deceso del afamado actor y cantante azteca aquel nefasto lunes 15 de abril de 1957 en el Aeropuerto Internacional de Mérida, a consecuencia del fatídico accidente de la aeronave en la que viajaría a la ciudad de México y de la que formaba parte de la tripulación.
Para ese entonces, yo no sabía quién era Pedro, había escuchado por la radio algunas de sus canciones sin identificar al intérprete. La noche del accidente, el dolor y la tristeza tendieron su largo manto en mi hogar, tal cual debe de haber sucedido en millones de hogares de todo el mundo, cuando la noticia de su trágica muerte llegó hasta ellos.
Mi padre, que era un Caballero de la Ley (calificativo que se les daba a los miembros de la Benemérita Guardia Civil del Perú, hoy Policía Nacional del Perú) llegó esa noche a casa triste y desmejorado. Mi padre parecía un espectro. Nomás entrar llamó a gritos a mi madre para darle la mala noticia que debió haber sido terrible, porque juntos se echaron a llorar. Al ver este cuadro pensé que el muerto era un familiar mío y también me puse a llorar. Esa noche se habló en casa de la visita de Pedro al Perú, específicamente de sus presentaciones artísticas en la ciudad de Lima, la capital de nuestro país.
Al día siguiente tomé cabal conocimiento de lo que realmente había ocurrido y de quién fue el muerto que me hizo derramar lágrimas de pena y dolor sin siquiera haberlo conocido ni siquiera por fotografía, cuando tuve oportunidad de leer las ediciones especiales que habían publicado los medios periodísticos de Lima y Trujillo, mi ciudad natal, que mi padre había comprado para informarse en detalle sobre lo acontecido con su ídolo.
Debo hacer mención, que cuando Pedro llegó a Lima acompañado por el mariachi Perla de Occidente la segunda semana del mes de enero de 1957, mis padres viajaron a Lima para poder verlo actuar personalmente. Descubrieron en aquella ocasión que Pedro era de tez blanca y cabello castaño oscuro, cosa que no podía apreciarse en las películas en blanco y negro; que no era muy alto pero tampoco bajo; que era dueño de una hermosa y prodigiosa media voz que le permitía interpretar bellos temas musicales; y un carisma y talento inigualable que le hacían granjearse la simpatía y la admiración de quien lo viera actuar.
Cuando tenía 9 o 10 años, se me presentó la oportunidad de ver en película a Pedro Infante. La Compañía Cervecera Pilsen Trujillo, como era costumbre en esa época, llegó al distrito donde vivía y proyectó en una casa que se encontraba ubicada en una de las esquinas de la Plaza de Armas, cuyas paredes eran blancas (por lo que aquella vez se le utilizó como ecran o telón), la película DICEN QUE SOY MUJERIEGO en la que el sinaloense compartió roles estelares junto a la grandiosa actriz Sara García y la bella potosina Silvia Derbez , bien secundados por el talentoso Fernando Soto “mantequilla” y ese gran actor de carácter que fue Rodolfo Landa, entre otros. Esa noche, camino a casa iba yo tarareando Mi vaca lechera, que fue la canción que más me gustó entre todas las que cantó Pedro en la película.
Pedro Infante y la bellísima Silvia Derbez en una escena de la película DICEN QUE SOY MUJERIEGO (foto tomada de internet)
Quince días después, en esa misma casa proyectaron ALLÁ EN EL RANCHO GRANDE, con Jorge Negrete y Lilia del Valle en los estelares, secundados por actores y actrices de categoría como el chicote, Eduardo Noriega y Lupe Inclán, entre otros. Me gustó, no lo niego, pero, con tan solo haber visto una sola película de las que filmó, yo ya era hincha de Pedrito, e incluso, me pareció que la actuación que le vi a Pedro en Dicen que soy mujeriego, había sido más descollante que la de Jorge.
Mientras tanto, el tiempo proseguía su marcha y durante un buen lapso no volvimos a saber más de Pedro hasta que un día, a la medianoche, por televisión, cuando era un adolescente nuevaolero, pasaron LA VIDA NO VALE NADA. En ese momento desconocía el título de la película, pues cuando empecé a verla esta ya tenía sus minutos de haber empezado. Me gustó su actuación y las canciones que interpretó.
Tuvieron que pasar muchos años para volverla a ver nuevamente, y esta vez desde el comienzo, y esto, gracias a los festivales de sus películas que los principales cines de la capital peruana pasaban en cada aniversario de su muerte. Como para entonces yo ya estaba afincado en Lima, tuve la oportunidad de ver muchas de sus películas que ni en sueños sabía que existían, y es que para esa época las noticias eran pocas. Seguramente que antes de ocurrida sus películas se veían regularmente en los cines peruanos, pero para ese entonces yo era muy pequeño y no me movilizaba sin la compañía de mis padres.
Con el paso del tiempo, cuando trabajaba y había formado mi propio hogar, pude adquirir una grabadora y con ella pude oír las canciones de Pedro Infante que venían en los cassettes que solícitos comerciantes ambulantes ofrecían en los jirones y calles céntricas de la ciudad, y a quienes se los compraba. Poco a poco fui descubriendo temas musicales que desconocía totalmente, y resultó un deleite escucharlas cuantas veces quería.
Con el tiempo adquiriría un VHS Sony y con él empecé a comprar en videos las películas de Pedro para verlas en casa con la familia. Mis hijos, que siempre me escuchaban tararear las canciones que Infante interpretaba en disco, conocieron al intérprete y lo escucharon prácticamente cantar en vivo. Para ellos, esa fue la forma de conocer a quien con el tiempo llegarían a querer y admirar. La forma de su muerte es algo que los marcó y quizá por eso llegaron a identificarse tanto con él. ¿Por qué si era tan bueno tuvo que morir tan feo?, preguntaron alguna vez. Era una pregunta que me costaba responder y alguna vez les hablé que era cosa del destino, que todos al nacer ya tenemos trazado nuestro camino y que cuanto nos suceda será por qué Dios así lo dispuso.
Por ese tiempo los cines todavía seguían funcionando y acudía a ellos cuando se programaban películas del ídolo eterno, porque en mi modesto entender, se veía mejor en la pantalla de un cine una película que verla en televisión.
Cuando los DVD’s y CD’s inundaron los mercados, se hizo fácil adquirir sus discos y sus películas. No sé cuantas de sus canciones tengo, pero en lo que se refiere a sus películas me faltan tan solo En un burro dos baturros en que hace de extra, y los cortos El Organillero y Puedes irte de mí, todas ellas dirigidas por José Benavidez Jr., de quien puede decirse que fue su descubridor en el plano de la actuación.
El tener sus películas y verlas cuando a uno se le antoja hizo posible que descubriera como Pedro iba progresando film a film convirtiéndose con cada película en un mejor actor, hasta que el 27 de enero del año 1945 filma Cuando lloran los valientes bajo la dirección de Ismael Rodríguez Ruelas, por cuya actuación es nominado por primera vez al premio Ariel de 1948 en la categoría de mejor actor principal. No lo ganó, pero en la práctica representó el reconocimiento a su progreso y a su capacidad actoral por parte de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas.
Ya con Los tres García, Vuelven los García, Nosotros los pobres, Los tres huastecos, Dicen que soy mujeriego, Ustedes los ricos y muchas otras más, Pedro se convierte en un actor consumado que empieza a cosechar los frutos de su esfuerzo y capacidad. Las ganancias económicas que su éxito como cantante y actor le proporcionan, le permiten llevar una vida cómoda y placentera, tanto a él como a su familia.
Pedro en una escena de la película “La vida no vale nada”, con la cual consiguió ganar su único premio Ariel el año 1956. En esta foto tomada de internet, aparece junto a Domingo Soler y la guapa actriz Lilia Prado.
Después de filmar esa películas dejó de ser el bisoño actor que nervioso e inseguro se paraba frente a cámaras y que no estuvo a la altura de las circunstancias cuando filmó El Ametralladora, que vino a ser la continuación de Allá en el Rancho Grande donde Jorge Negrete acaparó los elogios de la crítica especializada por su notable actuación. Ya para esa fecha se le consideraba como una promesa de la actuación y con una enorme proyección. Más adelante, como para darle la razón a los críticos cinematográficos del exigente mundo artístico mexicano, alcanzaría grandes logros y el éxito total que lo convirtieron en el número 1 de su tiempo, con nuevas películas que filmara para diferentes productoras y directores. Cualquier película que rodara tenía asegurada la taquilla, y con esto, la recuperación de la inversión y sus intereses.
Como decía líneas arriba, el poseer sus películas me permitió descubrir sus avances y progresos en el campo de la actuación, así como en el de la interpretación. Pedro Infante cada vez se hizo mejor intérprete, y esto se nota cuando en definitiva encuentra su propio estilo que lo diferencia de los demás cantantes de esa y otras épocas. Aparte de la mímica o dramatización de las letras de las canciones que interpretaba, baja sus tonos, es decir, deja de utilizar los tonos agudos y opta por las notas graves. En un determinado momento la vanidad me ganó y llegué a sentirme un verdadero crítico cinematográfico y radiofónico.
Volviendo nuevamente a las películas diré, que por haber visto una y otra vez cada una de ellas, llegué a aprenderme de memoria los parlamentos y las escenas de las mismas. Mi admiración crecía día tras día y fueron estas tres últimas películas cuyos títulos cito: Dos tipos de cuidado, La tercera palabra y Tizoc, las que hicieron que me convenciera que Infante había llegado a conocer todos los secretos de la actuación, que coadyuvaron para su crecimiento y superación actoral.
En verdad, no me avergüenza reconocer que en algún momento llegué a olvidar que Pedro estaba muerto, y ese olvido me llevaba a celebrar las conquistas qué como artista había obtenido, como si fueran éxitos recientes. La realidad suele ser dolorosa y cuando ésta me hacía despertar, sí que dolía la verdad lacerante y punzante. Mi ídolo artístico, la persona a quien tanto admiraba, físicamente no estaba más entre nosotros, hacía años que nos había dejado, quedando conmigo el recuerdo de una partida que hizo infeliz a todo un pueblo.
Cuando me hice miembro de uno de los clubes o grupos de admiradores del ídolo eterno existentes en la República Mexicana, sí que empecé a conocer realmente la vida de Pedro. Lo primero que hice llevado por mi deseo de conocer su vida fue ingresar a su biografía en la página de internet. Prácticamente devoré con avidez cada una de sus líneas y lo primero que aprendí erróneamente, porque así lo consignaba Wikipedia, es que se llamaba José Pedro Infante Cruz, lo que más adelante fuera desvirtuado con la presentación de su Acta de Nacimiento emitido por el ente competente de su estado natal.
Las publicaciones de los compañeros de foro, así como los comentarios u opiniones que vertían otros miembros del grupo, especialmente de quienes lo habían conocido en vida y narraban anécdotas, historias y sus aventuras amorosas, constituyeron para mí una gran enciclopedia, en la que con el devenir de los días iba aprendiendo cosas nuevas sobre el ídolo de México, que hasta entonces me eran completamente desconocidas. Las fotos y los videos en los que se le veía interpretando una canción con su dulce y prodigiosa voz acapararon mi atención, pues descubrí que la mayor parte de su discografía me eran totalmente desconocidas.
Definitivamente, este descubrimiento me orilló no solamente a buscar sus canciones para actualizarme, sino, que también me dio la oportunidad de ver las películas que hasta entonces me había resultado imposible verlas en cine o por televisión. Por lo alejado que se encuentra México del Perú, por esas fechas resultaba muy difícil conseguir este tipo de materiales. Comprenderán que en mi alegría y contento, mi felicidad era plena y total, al extremo que me regodeaba por largas horas los días de mi descanso participando en los foros, ocasionando esta actitud la protesta de los integrantes de mi familia, que empezaron a molestarse y quejarse, injustamente por supuesto, por el abandono en que dizque las tenía.
Me fascinó tanto el contenido de las publicaciones y artículos que circulan por Facebook, que se despertó aún más mi deseo por conocer mucho más sobre la vida de mi ídolo. Surge entonces mi afán por ubicar en internet viejos artículos publicados en diarios y periódicos de los años en que Pedro estuvo vivo y de cuando se produjo su muerte. Esto sirvió para darme cuenta qué sobre sus presentaciones artísticas en países de Centro y Sudamérica, El Caribe y en el gran coloso del norte de nuestro continente, no era fácil hallar publicaciones. Allí sentí que me deprimía un poco.
Incluso, de las presentaciones que realizó en el Perú, mi patria, tres meses antes de su inesperada muerte en la Ciudad de Mérida, Yucatán, se conocía poco, y es que, los admiradores peruanos de Pedro no se habían animado a publicar. Para fortuna nuestra en internet existía una página que se titulaba Página de Pedro Infante – Su vista al Perú, que le pertenecía al diario El Comercio, el decano de la prensa nacional.
Foto en la que podemos observar a Pedro en una escena de la película LOS GAVILANES que filmara en noviembre del año 1954 para su propia productora cinematográfica (fotografía tomada de internet).
Y allí encontramos muy buena información. También, debo de hacer extensivo mi agradecimiento a Luis Baca Díaz, un gran investigador de la vida de Pedro en Lima, quien aprovechando y sacrificando su tiempo de descanso se dedicó a recopilar información periodística, para lo cual, tuvo que visitar a un sinnúmero de archivos de diarios y revistas de aquellos años, y que en la actualidad ya desaparecieron. De todos los periódicos de ese entonces, los únicos que han sobrevivido al paso del tiempo son El Comercio de Lima y La Industria de Trujillo y Chiclayo.
Gracias al facebook he logrado conocer a gente noble y buena que siempre estuvo dispuesta a colaborar conmigo, y que a base de compartir información y fotos del ídolo, hemos llegado a desarrollar lazos de amistad que se han venido fortaleciendo con el tiempo gracias a la permanente comunicación que mantenemos. Entre estas amistades no puedo ni debo dejar de mencionar a mi dilecto amigo Jesús Amezcua Castillo, autor del libro biográfico Pedro Infante Medio siglo de idolatría, primer libro biográfico sobre Infante que leyera y que me ha servido de guía. Además, debo de agradecer su gran gentileza, fue quien me dio la oportunidad de publicar por vez primera un artículo sobre la visita de Pedro al Perú en la revista online Ociomanía.
En la relación de personas a quienes debo de agradecer por haberme acercado más a Pedro Infante, sin duda, figuran algunas que han contribuido más que otras para que me considere y me declare un confeso admirador del ídolo de Guamúchil. Está Pepe Rodríguez Vega, quien desinteresadamente y llevado únicamente por la amistad y por su deseo de que me ilustre y conozca más sobre la vida del ídolo de su país, me remitiera hasta el Perú los tres libros biográficos de Pedro Infante con qué cuento.
Un recuerdo muy especial para mi entrañable amigo Paul Riquelme García, autor del libro biográfico PEDRO INFANTE El rey más humilde del mundo, a quien debo mucho de lo que sé sobre Pedro, ya que sin ninguna muestra de mezquindad compartió conmigo interesante como relevante información mientras conversamos por inbox. De paso, hay que reconocerle sus grandes cualidades de investigador.
Aunque últimamente no interactuamos y hemos perdido comunicación, también debo de mencionar el apoyo recibido por parte de Héctor Bueno, investigador acucioso, a quien debemos la reactualización de información que por el paso del tiempo se había quedado olvidada en el pasado.
Con el profesionalismo que le era característico, vemos a Pedro Infante prestando atención a las recomendaciones que Ismael Rodríguez le daba mientras se filmaba Tizoc, con la que demostraría que era un excelente actor (foto tomada de internet)
Ya finalizando este monólogo, debo decir, que me he visto obligado a modificar el final después de conversar con la compañera Nani Escamilla, pues ya lo había terminado. Y es que, como conclusión de esa conversación, coincidimos que bien pudo, en cualquier tiempo, iniciarse gestiones para que Pedro sea declarado SANTO. Esto no quiere decir que nuestra admiración por Infante nos ciegue, ya que testigos para confirmar sus milagros habrían muchos, porque en vida, gracias a las grandes virtudes que poseía, especialmente el de caridad, de solidaridad y a su profunda emoción social, muchos hogares humildes se vieron favorecidos no solo por su altruismo, sino por la gran lección de vida que recibieron, y que sirvió para que recobraran la fe y la esperanza en la humanidad. A propósito de Nani, las gracias por la gentileza de publicar mis artículos en labombilla.