Miles de niños no pueden conciliar el sueño esta noche. Aunque se fueron temprano a la cama, la ilusión se vuelve insomnio por la espera del regalo pedido a los Reyes Magos. Es grato ver por las calles a los pequeños que amarran sus cartas a los globos para dejarlas volar libres. Desean que sus peticiones lleguen sin demora a las manos de estos mensajeros de alegría que la historia ha estereotipado con tres nombres griegos: Melchor, Gaspar y Baltasar.
Esta tradición, que nos remonta a nuestra infancia, fue institucionalizada por la Iglesia Católica con el nombre de La Epifanía del Señor. Se sabe que fue en oriente donde comenzó a celebrarse durante el siglo III, pero que tuvo una fuerte penetración hacia occidente e incrementó su popularidad los siguientes cien años. La fiesta celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret y su posterior adoración por tres misteriosos personajes bíblicos, que a decir de algunos expertos en religiones del mundo, representan al pueblo pagano de la época. De esta manera, ante el nacimiento de Dios que se iguala al hombre, excepto en el pecado, nuestros corazones se vuelven a él en busca de la verdad. El vocablo griego ‘Epifanía’, significa ‘manifestación’.
Hace siglos y de acuerdo a los relatos bíblicos, principalmente al evangelio atribuido a Mateo, aquellos Magos de Oriente se pusieron en camino hacia Belén para conocer al nuevo rey anunciado por las profecías, y de quien Herodes sentía celos, al extremo de pretender indagar su ubicación para asesinarle. Hoy sabemos que eran considerados una especie de astrónomos e intelectuales de la época. El rumbo hacia la ciudad les fue indicado por la estrella que apareció en el cielo y que era la señal del nacimiento de un nuevo Rey. Ante su presencia, le ofrecieron tres regalos inusuales en actitud de veneración y respeto.
Le ofrendaron oro, un metal precioso no existente en la Palestina de aquella época. Acorde a las escrituras, es un símbolo de riqueza terrenal y también de pureza. A Jesús le fue entregado en reconocimiento de que era un Rey, cuyo verdadero poder era la inocencia, pues su corazón estaba libre del poder persuasivo de la maldad y el pecado. En los escasos testimonios canónicos sobre su infancia, podemos comprobar esta característica: es un chico amoroso con sus padres, fiel a la ley mosaica judía, y arde en su persona el celo por los asuntos de Dios.
También recibió incienso, una gomorresina que se extrae del tronco de las burseráseas; cuando es encendido, desprende un aroma agradable que genera tranquilidad e invita a la reflexión. Solía quemarse en los altares, principalmente en el Templo de Salomón, como ofrenda al Altísimo. Este obsequio simboliza la divinidad de Cristo en su segunda persona; misterio que desde tiempos primitivos ha caracterizado el dogma del cristianismo.
Y por último, le obsequiaron mirra; se trata también de una gomorresina aromática que se extrae de árboles nativos de África y Arabia. Es una mezcla de aceite de mirrol de sabor amargo, demasiado picante. Su aspecto es de color rojizo y amarillento. Con ella se consagraba a los sacerdotes y se ungía el santuario junto con los objetos empleados en el culto. También se empleaba para embalsamar a los muertos.
En el caso de Jesús, simboliza su pasión redentora y su incorruptibilidad tras la resurrección. Según las versiones ofrecidas por las escrituras, primero fue flagelado como escarmiento de la justicia romana. Se sabe que el procurador Poncio Pilato lo encontró inocente de los cargos de sedición y blasfemia, pero pensaba que con esta medida calmaría los reclamos del Sanedrín. Al verse acorralado por el chantaje del pueblo judío, quienes lo amenazaron con acusarle ante el César Tiberio por liberar a un enemigo del imperio, accedió a ordenar su crucifixión en el cerro o lugar de la calavera (Gólgota en griego; calvario en latín) para así olvidarse del asunto.
Cercano al trance de la muerte, le ofrecieron de beber vino y mirra para hacer llevadera su agonía. Se tienen registros de que los judíos acostumbraban limpiar y amortajar a sus difuntos con vendas aromáticas; en este entendido, Nicodemo embalsamó el cuerpo de Jesús con aloe y mirra para depositarlo en un sepulcro nuevo tallado en piedra.
Hay quienes dicen que los tres Reyes Magos, en realidad, son iconos creados por una tradición religiosa atribuida al Papa León I, “El Magno”. Desde esta hipótesis, ellos representarían a los grupos raciales más importantes que se presentaron a venerar al Niño Dios en el pesebre. Sin embargo, estos personajes no sólo tienen el reconocimiento de la Iglesia Católica, sino que sus restos mortales reposan en tres osarios en la Catedral de Colonia, en Alemania.
Desde este lugar, el papa Benedicto XVI, el 17 de agosto de 2005, dirigió un mensaje a los asistentes a la vigésima Jornada Mundial de la Juventud: “Podemos imaginar el asombro de los Magos ante el niño en pañales. Sólo la fe les permitió reconocer en la figura del Rey que buscaban, al Dios al que la estrella los había guiado. En él, cubriendo el abismo entre lo finito y lo infinito, entre lo visible y lo invisible, el Eterno ha entrado en el tiempo… Los Magos están asombrados ante lo que allí contemplan: el cielo en la tierra y la tierra en el cielo; el hombre en Dios y Dios en el hombre; ven encerrado en un pequeñísimo cuerpo aquello que no puede ser contenido en todo el mundo… Ahora iré en peregrinación a la Catedral de Colonia para venerar allí las reliquias de los Santos Magos, que decidieron abandonar todo para seguir la estrella que los condujo al Salvador del género humano.”
La polémica siempre ha estado presente en la tradición de los Reyes Magos y abarca sus elementos más relevantes. Por ejemplo, diversos debates astronómicos intentan convencernos de que la Estrella de Belén es un mito creado por los evangelistas, pues demuestran la ausencia de dicho astro a través de pruebas computarizadas que reconstruyen la bóveda celeste en el momento exacto del nacimiento de Jesús. ¿Pero, acaso es posible precisar la fecha? Sin embargo, otros científicos proponen que se trató de un eclipse entre Saturno, Venus y Júpiter. Por su parte, los exégetas nos dicen que se trata de un recurso literario muy usado en antiguas escrituras para indicar el nacimiento de un gran personaje. Y la discusión, prosigue.
La tradición de los Reyes Magos encierra una simbología muy rica en el folclore mexicano. Es innegable el peso que la fantasía y la ilusión de los pequeños le otorga. ¿Qué adulto puede negar la nostalgia de estas fechas? ¿Quién no esperaba emocionado los regalos prometidos? ¿Quién no resistió la curiosidad, desobedeció a sus padres y saltó de la cama para asomarse hacia el Árbol o el Nacimiento, con la intención de sorprender a los Magos y poder conocerlos al fin? ¿Quién no tomó entre sus manos infantiles papel y pluma para escribir la siguiente frase: “Queridos Reyes Magos, quisiera que me trajeran…”? Creo que muy pocos…