El viernes pasado mientras navegaba por una red social me encontré con estas imágenes:
Para mi sorpresa quiénes las habían publicado eran mis contactos más jóvenes, todos ellos menores de 18 años, hijas de amigos, sobrinos, etc., sin duda en ese momento fue un golpe bajo que invita a la reflexión y fuente de inspiración para mi nota de este lunes, donde dejo atrás el quehacer de informar a los emprendedores o difundir información de negocios, hoy me pongo el chaleco de ciudadana del mundo.
Y es que no es para menos, la semana pasada en la Ciudad de México se suscitaron varios acontecimientos que pusieron a prueba la capacidad de reacción que tenemos como sociedad civil.
El primero a mediados de semana, las lluvias nos hicieron sentir impotentes, el caos reinó al sur de la ciudad, se voltearon de cabeza las principales avenidas, y muchos como yo quedaron atrapados por horas en el tráfico sin poder hacer nada, sólo darnos ánimos unos a otros, y darnos el tiempo que nos ha faltado para meditar sobre lo que la tierra nos está pidiendo a gritos.
El segundo, el jueves 7 de septiembre a las 23:49 horas se registró un sismo de magnitudes no vistas al menos en la historia contemporánea de México, 8.2 grados en la escala de Richter y con epicentro en Pijijiapan, en el estado de Chiapas. Un grito más del planeta expresándonos sus necesidades.
Ambos son claros resultados de los excesos que nosotros como seres humanos hemos cometido. No hemos sido capaces de respetar eso que nos fue otorgado y fue puesto en nuestras manos con la finalidad de que lo habitáramos y lo desarrolláramos de manera SUSTENTABLE, el regalo que más valor debería tener en nuestra vida, aparte de la vida misma, el lugar en el que hemos vivido como especie por milenios y al que le hemos faltado tanto al respeto, la tierra, nuestro planeta.
Es común que últimamente en las noticias escuchemos sobre inundaciones, terremotos, incendios forestales, sequias, etcétera, en cualquier parte del mundo, y es que no somos más que nosotros mismos los únicos responsables, quienes nos seguimos empeñando en aprovechar absolutamente todos los recursos de manera desmesurada, sin pensar en el daño que le hacemos a la tierra y por consecuencia el daño que nos hacemos a nosotros mismos como especie.
Las decisiones que hemos tomado en el pasado están poniéndonos en cara que quizá no fueron las mejores, obtuvimos desarrollo económico sacrificando grandes bosques, poniendo en peligro los ecosistemas y extinguiendo cientos de especies.
Siempre nos hemos justificado en pro del desarrollo económico, pero es hora de hacerlo de manera responsable, pensando no solo en lo que van a ver nuestros ojos, sino también en las generaciones que nos sucederán, casualmente esas que hoy nos embarran en la cara su preocupación por lo que le pasa al planeta y nosotros como “adultos” nos quedamos inmóviles.
Es tiempo de darles una respuesta certera a los jóvenes y los niños que nos cuestionan ¿por qué llueve tanto? ¿por qué muere tanta gente a causa de las sequias? ¿por qué tienen que ser testigos de la decadencia de recursos? ¿por qué tienen que sentirse preocupados ante la escases de alimentos sanos?, etcétera. Es hora de que dediquemos nuestros esfuerzos a recuperar lo poco que queda de nuestro planeta y aseguremos que los niños y jóvenes se sientan tranquilos que al menos estamos intentando revertir el daño.
Solo esos soplos de inspiración que nos brindan las generaciones más jóvenes en pequeñas bofetadas de sinceridad harán que emprendamos acciones al respecto, aún estamos a tiempo y no hacen falta grandes campañas, cada uno desde nuestra trinchera podemos hacer algo.
¿Tú que estás dispuesto a hacer para dejarles a tus hijos un mundo mejor?