Y por fin llegó mi época favorita del año… Ahhh finales de Octubre y principios de Noviembre: olor a copal, el color naranja de la flor de cempasúchil o el morado del diente de león, las calaveras de azúcar, los dulces típicos o el amado Pan de Muerto… Díganme si no es para morirse de felicidad.
O sea si engordas los miles de kilos: entre el pan de muerto con una humeante taza de chocolate oaxaqueño, o un pedacito de calabaza en tacha, o un platito de mole, o lo que a ustedes se les antoje… Como cada año, en mi casa (su casa) hemos hecho malabares para poner nuestra ofrenda: la ida al mercado fue maratónica, encontrar la mejor fruta, hacer el chocolate, comprar el pan de muerto predilecto por “los míos”, evitar beberme el mezcal que les colocamos… No hay palabras que describan la felicidad y la nostalgia que experimento cuando veo el resultado final.
Debo confesarles que esta tradición viene de años atrás. Mi madre ponía una enorme mesa con muchísima comida; mole, caldo de pollo, arroz, pan, chocolate, fruta… Y recuerdo también que nos hacia participes de todo: la puesta del papel picado, ver que no estuviera chueco, acomodar cosas, poner dulces… Al morir mi madre, mi abuelo no dejo morir la tradición y era padrísimo acompañarlo por las compras porque sabias que daba inicio el momento del año donde sientes más cerca a aquellos que nos han dejado.
Otra tradición muy familiar que mi papi nos ha inculcado es ir a caminar por Jamaica: es tan padre ir a comer y andar por todo el mercado, sin ningún motivo aparente, simplemente caminar… Si por alguna razón nunca han caminado por algún mercado en esta época, no saben de lo que se pierden.
Soy bien sentimental y estos días me ponen pensativa, nostálgica pero a la vez me inyectan de algo raro: en el fondo sé que mis seres amados están mucho más cerca de lo que imagino y que se manifiestan de mil y un formas (esas que por razones muy mías no les compartiré) pero si les puedo asegurar que tienen una forma tan suya de hacerme sentir amada, protegida y especial.
Aparte de la ofrenda, esta ese momento de felicidad que significaba disfrazarte y pedir dulces.. Obviamente de niña me disfrazaban de todo lo habido y por haber, menos de calavera, digamos que siendo franca parecería más panda que Calavera… Amaba salir a pedir calaverita por las calles de la colonia; mi travesía comenzaba con mi abuelo, él tenía la costumbre de “persignarnos” con una moneda de 1 peso, esto para que la colecta de dulces fuera muy buena… (Creencia o no, siempre nos iba de maravilla), mi papá nos daba dinerin y ya sabran… niños, dulces, dinero… mala mala combinación. Pero les puedo decir sin temor a equivocarme que al pasar de los años, esa generación que vivimos todo esto, sabemos lo que era la sana diversión, las caminatas enormes y las corretizas por alcanzar “calaverita”. Sé que hasta este momento lo siguen haciendo pero obviamente ya nada es como antes.
Este año mi celebración es totalmente diferente: mi ofrenda tiene un significado especial, mi hogar ahora ya tiene 2 pilares más y dentro de un tiempo, andaré empujando personas y correteando a mis sobrinos…Pero lo más importante de esto es que pase lo que pase, la tradición sigue tan viva como el recuerdo de la gente que amo…
Disfruten su festividad y por cierto ¿Me dan mi calaverita?