No hay dolor más profundo y devastador, y que deja una herida que nunca sana, que el fallecimiento de un ser querido, y más cuando la partida es prematura, cuando aún le faltaban al difunto planes por realizar, sueños que alcanzar, experiencias que vivenciar y amores que compartir.
Casi siempre nos referimos al de deceso de familiares consanguíneos, no obstante, existen otro tipo de familiares, los que elige el corazón y el espíritu, como son los amigos: esas personas que sin exigirte nada, te apoyan siempre y no quieren cambiarte, si no orientarte y compartir la vida contigo.
En estas fechas, en que recordamos a las personas que ya se han ido, quisiera dedicar estas breves líneas a un amigo, el primero y más importante, quien me brindó la posibilidad de saber que los “otros” existen, que la vida sólo tiene sentido y es valiosa cuando se acompaña por otros humanos, tus semejantes. Al amigo que el infortunio se llevó cuando todavía le faltaba mucho para cumplir treinta años: un irresponsable camionero provocó que su automóvil cayera en un barranco, en la sierra de Chiapas.
Ante todo quiero ofrecer una disculpa por hablar en primera persona, pero si alguien se siente identificado con estas palabras, se habrá cumplido el propósito de las mismas.
Cuando nuestras palabras son insuficientes para expresar nuestro sentimiento, nada mejor que recurrir a los maestros del Arte de la Palabra, los poetas, por eso abrevo en poesía “Elegía”, del inmenso Miguel Hernández. Vaya pues el más entrañable de mis recuerdos y la más amarga de mis nostalgias para Mi Amigo Esteban Islas Alemán, quien, con seguridad, debe estar esperando al “chavo tierno” en alguno de los recodos del camino.
Miguel Hernández (Orihuela (Alicante), España. 30 de octubre de 1910 – Alicante, España. 28 de enero de 1942) escribió este poema “de remordimiento y de reconciliación espiritual” (Ramón Fernández Palmeral), cuando se enteró de la muerte de su amigo Ramón Sijé (seudónimo de su compañero de infancia José Ramón Marín Gutiérrez, quien también nació en Orihuela, el 16 de noviembre de 1913). Desde su temprana juventud ambos compartieron la vena poética, pero años más tarde se dio el distanciamiento, cuando Hernández entró al círculo de Pablo Neruda y consideró que la influencia de Sijé era un “lastre” para su desarrollo profesional. Sin embargo, el 26 de diciembre de 1935, Vicente Aleixandre comunicó a Miguel el fallecimiento de Ramón Sijé (lo había leído en la publicación El Sol), ocurrido el 24 de diciembre, y causado por una septicemia cardiaca.
Se dice que Miguel Hernández, sintiéndose culpable y arrepentido, escribió el poema en quince días y lo incluyó, en 1936, en su libro El rayo que no cesa. En los tercetos usados, Hernández manifiesta diversos estados de ánimo que desembocan en el deseo de volver a encontrarse con el amigo perdido. Su fértil pluma fue catártica y permitió al autor sublimar creativamente su dolor.
“E L E G Í A”
(En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Referencia fotográfica: www.youtube.com