La religiosidad popular es un importante aspecto en las sociedades que buscan externar en términos sencillos la complejidad de su fe. Claro ejemplo es el Día de La Candelaria, una fecha en que se piensa en fiesta, en convivencia y en recogimiento. Cada 2 de febrero, las familias católicas mexicanas acostumbran vestir las efigies del Niño Dios para llevarlo a la misa principal. Son puntuales en cumplir al pie de la letra la tradición anual de tener todo dispuesto para congratularse con el pequeño Jesús: la ropa nueva que habrá de estrenarse, los padrinos que lo acompañarán a la iglesia, y la suculenta cena que consiste principalmente en tamales y un buen atole o chocolate espumoso.
Nuestro folclore permite que esta fiesta cristiana se exalte en diversas partes de la república mexicana, donde el antropomorfismo importa mucho para el entendimiento de un misterio central: la unión de lo humano con lo divino en el cuerpo de un recién nacido. Cristo ha venido al mundo y se ha hecho carne para salvación del género humano y éste lo recibe acunado en el pesebre de su amor, de su buena voluntad.
El magisterio de la Iglesia Católica celebra en este importante día, La presentación de Jesús en el Templo o La purificación de Jesús en el Templo, pasaje que registra puntualmente el segundo capítulo del evangelio de San Lucas, en sus versículos 22 al 39, y que hace coincidente el libro del Levítico, capítulo 12, en sus versículos del 1 al 8. En dichas escrituras se afirma que la Sagrada Familia fue siempre obediente a la Ley de Dios. Pertenecientes al pueblo judío, debían cumplir con el ritual de la circuncisión del varón primogénito y la purificación de la madre: “…ella quedará impura durante siete días, igual como en el tiempo de sus reglas. Al octavo día será circuncidado el niño, pero ella esperará treinta y tres días la purificación de su sangre. No tocará ninguna cosa santa, ni entrará en el santuario, hasta que se cumplan los días de su purificación. Si da a luz una niña, estará impura dos semanas, y lo mismo será doble el tiempo: sesenta y seis días la purificación de su sangre.” También se especifica el tipo de sacrificio ritual a realizarse: “…presentará al sacerdote un cordero de un año como holocausto y un pichón o tórtola como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahvé haciendo expiación por ella, y quedará purificada del flujo de su sangre.”
Así lo cumplieron al pie de la letra, aunque debido a su condición económica, José sólo pudo comprar una paloma para ofrendarla en acción de gracias por el nacimiento de su hijo. Según lo expone la tradición, a la entrada del templo se encontraba Simeón, hombre justo y piadoso, quien al ver al niño exclamó: “Señor, ahora ya puedes dejar que tu siervo muera en paz, como le has dicho. Porque mis ojos han visto a tu salvador, que tú preparaste para presentarlo a todas las naciones. Luz para iluminar a todos los pueblos y gloria de tu pueblo Israel.” Sin embargo, también profetizó a María: “Mira, este niño debe ser causa tanto de caída, como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán, y a ti misma una espada te travesará el alma. Pero en eso los hombres mostrarán claramente lo que sienten en sus corazones. ”
Este vaticinio tuvo pleno cumplimiento cuando la Virgen María presenció la muerte de su hijo en la crucifixión. Así debía cumplirse todo cuanto se había dicho de Jesús como el Mesías anunciado por los profetas. Por su parte, una mujer llamada Ana no queda indiferente ante la presencia del recién nacido, la escritura nos dice la siguiente: “Ella también tenía don de profecía. Llegando en este mismo momento, comenzó a alabar a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.”
Otra clase de antecedentes nos indican que las festividades por el Día de la Candelaria iniciaron en el siglo XV, en honor a la advocación de la Virgen que lleva ese nombre, y que se dice, apareció en la población de Tenerife, Islas Canarias, región ubicada al suroeste de España. El vocablo ‘Candelaria’ significa candela, calor, luz; y encierra un simbolismo especial con la imagen de Jesucristo: él es la luz que nace, que disipa las tinieblas del pecado con su vida y resplandor.
Las vestimentas del Niño Dios son un aspecto central en esta celebración. Sabemos que hoy, ante la mercadotecnia impuesta por las tendencias modernas, se usan distintas prendas con propósitos diversos, alejados de la doctrina eclesiástica. El diccionario bíblico, en materia de imágenes sagradas destinadas al culto, expone lo siguiente: “La imagen es objeto de devoción religiosa. La palabra española no entraña necesariamente condena, como ‘ídolo’ o ‘abominación’… En el siglo VIII, hubo una áspera controversia acerca de la conveniencia de los iconos, o representaciones pictóricas de Cristo y los santos en las iglesias; al final, dicha controversia se zanjó en favor de las pinturas e imágenes hasta la Reforma, cuando los protestantes destruyeron muchas estatuas y relicarios.”
Las advocaciones más comunes en este día, son: el Niño de las Palomas, el Niño de la Abundancia, el Niño de San Judas Tadeo, el Niño de los Milagros y el Niño del Papa. El magisterio de la Iglesia es claro en puntualizar que no se deben vestir a las imágenes con alusión a los santos o a la persona del Sumo Pontífice; esto significaría que ellos son más importantes que el mismo Jesucristo. Tampoco se debe incurrir en cuestiones frívolas o lúdicas que no aproximen a los creyentes a la espiritualidad de su fe, como suele ocurrir con el Niño Futbolista, que sólo se toma como si se tratara de un muñeco o un juguete, y no como instrumento de devoción.
Otro rasgo importante de la celebración está representado por los lazos de convivencia social que se generan a través del compadrazgo: unión significativa que inicia toda vez que una persona funge como padrino de la imagen. Por ello, debe vestirla y llevarla a misa en compañía de la familia propietaria de la misma. Así queda sellada una alianza que en el pensamiento de los devotos no debe romperse, pues equivaldría a negar la protección de Dios en la figura de su Hijo.
El Día de la Candelaria tiene diversas manifestaciones en América Latina, pero en nuestra tierra se exalta la certeza de que Jesucristo es parte de la familia; como si se tratara de un hijo o de un hermano. En dicha cosmogonía, es el mayor privilegio que todo creyente puede tener, así como la mayor alegría que el hombre posee ante la sencillez de su fe.