NOTA. Continuando con la conmemoración del 150 aniversario del triunfo de las “armas nacionales” sobre los invasores europeos, presentamos la segunda entrega sobre este hecho glorioso; decimos “entrega” como se estilaba en la publicación de las “novelas de folletín” decimonónicas, mismas que ahora son un referente cultural para conocer la vida de nuestros abuelos de esos tiempos. Dicho lo anterior, prosigamos.
1866. Napoleón III, emperador de Francia, ha decidido retirar sus tropas de territorio mexicano; las presiones son muchas: por un lado, los Estados Unidos han concluido formalmente su Guerra de Secesión, con el triunfo de los estados norteños (la Unión) (el 9 de abril de 1865, el general confederado se rindió en Appomattox) y no van a permitir tener en su vecindad a los galos; por otra parte, la guerra contra Prusia es eminente; además, los planes del gobierno francés no han resultado como se esperaba, las tropas lideradas por Benito Juárez han resistido, su derrota total no se vislumbra en el horizonte. Ante esta situación, Napoleón III determina retirar su ejército de México, en enero de 1867.
Ante el inminente desplome del Segundo Imperio mexicano, la emperatriz Marie Charlotte decide ir a Europa para convencer al poder político (Napoleón III) y eclesiástico (Pío IX) de seguir apoyando el gobierno imperial, cuya efímera existencia apenas suma dos años. Los esfuerzos serán inútiles y su desequilibrio emocional (psíquico) llegará su cúspide.
Franz Xaver Winterhalter. María Carlota, Emperatriz de México. Óleo. 1864. Fuente: http://www.gogmsite.net/empress_carlota/1864_empress_carlota_by_fra.html
Wettin, como era llamada cariñosamente Marie Charlotte, había nacido en los alrededores de Bruselas (Bélgica), en el castillo de Laeken, el 7 de junio de 1840, siendo sus padres: el rey Leopoldo I y la princesa Luisa María de Orleans, ésta última falleció de tuberculosis cuando la pequeña Carlota tenía diez años de edad, por lo que quedó al cuidado de la Condesa de Huiste.
Al cumplir Marie Charlotte dieciséis años, arribó en Laeken un buque, propiedad de Napoleón III, que transportaba al joven Ferdinand Maximilian Joseph Maria von Habsburg-Lothringen, l’archiduc d’Autriche, quien recorría las cortes europeas en busca de consorte. Era ocho años mayor que Charlotte. A pesar de que entre los pretendientes de Wettin, se encontraban el príncipe Jorge de Sajonia y el rey Pedro V de Portugal, y desoyendo los consejos de familiares como su prima la reina Victoria del Reino Unido, la joven optó por Fernando Max.
El 27 de julio de 1857, tras cumplidas las obligatorias negociaciones económico-políticas entre las cortes de Austria y Bélgica, y para acrecentar los festejos por el veinticinco aniversario del imperio belga, Ferdinand Maximilian y Marie Charlotte contrajeron matrimonio. Se sellaba su trágico destino en común.
Tras efectuada la unión, se decide dar, nominalmente, el reino de Lombardía-Venecia, propiedad del imperio austro-húngaro, a los jóvenes esposos; y, en 1864, aceptan el “trono” de México, ofrecido por algunos conservadores y jerarcas eclesiásticos, tras la derrota del ejército republicano, un año antes. Así, el domingo 12 de abril de 1864, son recibidos en la ciudad de México, después de haber recorrido el trayecto que medía entre ésta y el puerto de Veracruz, donde fueron fríamente recibidos, lo que causó el primer desconcierto a los flamantes “monarcas”, que esperan que la nación en pleno los recibiera con vítores y palmas, como les habían hecho creer.
La llegada de la “pareja imperial” fue motivo de diversos escritos donde reseñaban, con exceso de detalles, sus biografías, arribo y cualidades. En 1864, en la obra De Miramar a México. Viaje del Emperador Maximiliano y de la Emperatriz Carlota, desde su Palacio de Miramar cerca de Trieste, hasta la capital del Imperio Mexicano, con una relación de los festejos públicos con que fueron obsequiados en Veracruz, Córdoba, Orizaba, Puebla, México, y en las demás poblaciones del tránsito, se describía a la joven emperatriz, a la sazón de ¡sólo 24 años! (Max tenía 32 años), en los siguientes términos:
La Emperatriz Carlota es también alta y de magestuosa estatura, blanca y sonrosada de color, de airoso y gallardo continente. Su profusa cabellera es de color castaño-oscuro; su mirada es apacible al mismo tiempo que magestuosa; el metal de su voz es dulce y grave al mismo tiempo. En su fisonomía, en sus miradas, en su hablar, en sus modales, en toda su persona, se encuentran admirablemente reunidas y mezcladas la bondad y la blandura de una mujer joven y hermosa, con la grandeza y la magestad de una soberana. Los sentimientos que inspira, son sentimientos de amor, de adhesión y de profundo respeto. Habla y escribe con rara perfección el español, además del francés, que es su idioma materno, del aleman, del inglés, del italiano, y otros.
No hay ningún retrato que represente bien á la Emperatriz. El que acompaña á este libro, es uno de los mejores, y apenas reproduce alguno de los rasgos de esa fisonomía soberanamente hermosa y dulcemente soberana. Lo que no han podido hacer el pincel y la fotografía, menos lo haremos nosotros, y renunciamos á un intento que seria vano.
Menos todavía podríamos describir las eminentes cualidades morales que realzan las prendas físicas de esta gran Princesa. Entre sus virtudes brilla especialmente la caridad. Lo saben los pobres de Bruselas, de Trieste y de todos los pueblos que ha recorrido, y hoy pueden dar de ello testimonio los desvalidos de México, Ellos lo publican por todas partes, por mas que la Emperatriz toma empeño en ocultar sus obras de beneficencia. [S/A. De Miramar a México. Viaje del Emperador Maximiliano y de la Emperatriz Carlota,…. Imprenta de J. Bernardo Aburto. Orizaba, México. 1864. pp. 411-412.] [La ortografía corresponde a la época].
Debido a las pésimas condiciones del Palacio Nacional, la residencia oficial, deciden instalarse en el Castillo de Chapultepec, comenzando a construir una amplia avenida que uniera éste lugar con el Paseo de Bucareli, para facilitar el tránsito de Maximiliano; de esta manera se inició la construcción del Paseo del Emperador o de la Emperatriz, hoy nuestro Paseo de la Reforma, que, en la actualidad, pasa por momentos grises en su conservación y respeto.
Dos años duró el “mandato” de Ferdinand Maximilian y Marie Charlotte (cuando el primero se ausentaba para recorrer parte de los territorios en poder de las fuerzas imperiales, la segunda quedaba a cargo de la regencia del Imperio), pues en 1866, el emperador francés determina retirarles su apoyo.
La partida de Marie Charlotte hacia Europa, el 8 de julio de 1866, en un vano intento para salvar su efímero gobierno imperial, originó que el “cancionero popular”, que era la memoria sobre los hechos históricos del momento, se enriqueciera con composiciones sobre el particular.
Se ha dicho que en las composiciones musicales de esa época, el binomio intelectuales-pueblo se unió para registrar, en cantos patrióticos o satírico-políticos, lo que acontecía. Las producciones que han llegado a la actualidad son tanto del bando conservador como el liberal.
Las letras de las composiciones aparecían en los periódicos o se difundían a través de “hojas sueltas”, indicándose con qué música tenían que cantarse, en el caso de las obras de carácter satírico-político, mientras que las de contenido patriótico, generalmente, sí se escribían con una música propia.
Los ejemplos son bastos:
“Cangrejos, al combate, / cangrejos, a compás; / un paso pa delante / doscientos para atrás. / Casacas y sotanas / dominan dondequiera / los sabios de montera / felices nos harán.” [Versos originales de Guillermo Prieto. “Los cangrejos”]
“Amoquinequi, Juan Pamuceno, / no te lo plantas el Majestá, que no es el propio manto y corona / que to guarache, que to huacal. / Con teponaxtle saldrán los pueblos / a hacer saludos al virrey Juan, / habrá tortillas como montañas, / de mole verde formaré un mar.” [Versos originales de Guillermo Prieto. “Marcha a Juan Pamuceno”. Dedicada a Juan Nepomuceno Almonte, hijo del generalísimo Morelos, que apoyó a los invasores franceses].
“Y antes de que a un extranjero / darle mi mano resuelva, /le diré: ve a que te envuelva / la madre que te parió. / ¡Qué lindo es pasar la vida / junto a una blusa encarnada! / viendo una frente tostada, / y hermosa con su altivez. / ¡Marequita! –El extranjero / es un plato desabrido… / ven chinacate querido, / a espantar a ese francés.” [“Canto de chinaca”].
“Guajito / ay de mí, / dame un traguito / para Saligny. / Dizque piensan los franceses / que han venido a los infiernos, / aquí no tenemos cuernos, / los ponemos muchas veces.” [“El guajito”].
“Estos franchutes / ya se enojaron / porque a su nana / la pellizcaron. / Padece insomnios / Monsieur Forey / porque en su triunfo / no tiene fe…” [“Los enanos”].
Hace algunos ayeres, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) publicó un LP, con el título “Cancionero de la Intervención Francesa”, de donde hemos extraído los fragmentos anteriores.
Entre ese amplio y variado repertorio, sobresale “Adiós Mamá Carlota”, con letra de Vicente Riva Palacio, quien parodió un poema de Ignacio Rodríguez Galván (“Adiós, oh Patria mía”).
El político, periodista, historiador y escritor michoacano Eduardo Ruiz Álvarez (Paracho, Michoacán, 22-05-1839 / Uruapan, Michoacán, 16-11-1902), publicó en 1896, salida de las prensas de la Ofic. Tip. de la Secretaría de Fomento, su obra Historia de la Guerra de Intervención en Michoacán; en el capítulo XL narra los acontecimientos que rodearon la composición de esta canción satírica-política, cuando, en 1866, estando comiendo en Huetamo, Michoacán, Riva Palacio, su secretario Verduzco, el propio escritor y otras personas más, un emisario entregó al primero un comunicado, mismo que detonaría su inspiración para dictar los versos de “Adiós Mamá Carlota”.
En uno de aquellos días el Secretario de Riva Palacio había recibido un poco de café, que le envió la persona más querida de su familia. ¡Café de Uruapan! Aquel fué un gran dia para el general y sus dos compañeros. Para hacer honor al grano de oro, la comida de aquella fiesta tuvo el aumento de un platillo (no recuerdo si fué sopa ó principio), lo cierto es que no se limitaba al caldo y al cocido, que era nuestra comida habitual en Huetamo; soberbia, si se compara con la de costumbre en la campaña.
Estábamos ya sentados á la mesa, cuando llegó un correo y entregó á Riva Palacio un microscópico papel enrollado. El general lo desplegó cuidadosamente, se quitó los anteojos y leyó. Ni el Secretario ni el teniente coronel Verduzco se atrevieron á preguntar el contenido, pero ambos eran presa de una curiosidad extraordinaria, tanto más cuanto que veían que el semblante del general estaba encendido de emoción.
Comenzó la comida. Y es de suponer que el banquete no duró largo tiempo. El café estaba preparado y se sirvió en tazas de porcelana, cuyo albor se tiñó con ese tinte oleoso, característico del café de Uruapan. Con el humo que se desprendía de la superficie del líquido se alzaba el aroma provocativo. Hacía mucho tiempo que no nos dábamos el lujo de tomar café, ni menos de Uruapan, que dista de Huetamo casi ochenta leguas.
Estábamos saboreándolo, no obstante nuestra grande curiosidad de saber las noticias que había llevado el correo, cuando entró un cajista de la imprenta que, como he dicho, tenía allí el Gobierno republicano, bajo el cuidado del constante patriota Gregorio Pérez Jardón. El impresor iba por original para El Pito Real. Diré lo que era el Pito Real.
Falto de soldados y de toda clase de elementos de guerra, el general no podía batir por aquel entonces, en el terreno de las armas, á los enemigos de la nación. Para satisfacer su ansia de luchar, fundó en Huetamo un periódico; digamos, un periodiquito, satírico, burlón, lleno de calor del patriotismo. PúsoIe por nombre El Pito Peal, por ser el de una danza que en aquellos días se había hecho muy popular.1 Inútil es decir que los principales personajes del imperio aparecían en el mencionado periódico ataviados con los más suntuosos trajes del ridículo. La gente se disputaba los ejemplares, y no hay exageración en afirmar que se sabían de memoria todos los números. Se les daba gratis á los ancheteros y á los barilleros que iban los domingos á placear á Huetamo, y ellos se encargaban de hacerlo circular en Tacámbaro, en Pátzcuaro, en Morelia y en otras ciudades ocupadas por el imperio, en donde se lo disputaban amigos y enemigos, habiéndose dado el caso de venderse á peso los ejemplares.
Méndez, el terrible general Méndez, cuyos oídos sólo estaban impuestos á la adulación y á la lisonja de los diarios de México y de Morelia, se enfermaba de ataques biliosos cada vez que llegaba á sus manos el famoso Pito Real. Una ocasión, sobre todas, guardó cama muchos días porque el Pito Real, con una gracia inimitable, refirió el hecho sobrenatural de haberle hablado un candelero. ¡Tales cosas le diría! Entonces Méndez juró hacer trizas á Riva Palacio, á pesar de las órdenes en contrario dictadas por Bazaine, cuando con motivo del canje de los belgas, lo reconoció expresamente como beligerante y no como jefe de guerrillas.
1 La danza era á la vez un canto patriótico, y me acuerdo de la siguiente cuarteta:
“Yo no soy de aquí,
Soy del Carrizal,
Soy puro chinaco,
No soy imperial.”
Concluida ya la digresión, diré que el general era quien más lentamente paladeaba su café, que nosotros estábamos como en ascuas por saber lo del correo, y que el cajista esperaba tranquilo ó indiferente el original.
Por fin, el general, levantándose de la mesa, dijo á su Secretario:
—Ahijado, traiga vd. papel y pluma, y escriba lo que voy á dictarle.
Y sin detenerse, sin meditar, sin cambiar ni corregir una sola palabra, disputándose el lugar las ideas que surgían de su mente, improvisó, mejor dicho, recitó la siguiente composición:
«ADIÓS A MAMÁ CARLOTA.»
I
Alegre el marinero
Con voz pausada canta,
Y el ancla ya levanta
Con extraño rumor.
La nave va en los mares.
Botando cual pelota:
Adiós, mamá Carlota,
Adiós, mi tierno amor.
II
De la remota playa
Te mira con tristeza
La estúpida nobleza
Del mocho y el traidor.
En lo hondo de su pecho
Ya sienten su derrota;
Adiós, mamá Carlota,
Adiós, mi tierno amor.
III
Acábanse en Palacio
Tertulias, juegos, bailes;
Agítanse los frailes
En fuerza del dolor.
La chusma de las cruces
Gritando se alborota;
Adiós, mamá Carlota,
Adiós, mi tierno amor.
IV
Murmuran sordamente
Los tristes chambelanes,
Lloran los capellanes
Y las damas de honor.
El triste Chucho Hermosa
Canta con lira rota;
Adiós, mamá Carlota,
Adiós, mi tiento amor.
V
Y en tanto los chinacos
Que ya cantan victoria,
Guardando tu memoria
Sin miedo ni rencor,
Dicen mientras el viento
Tu embarcación azota:
Adiós, mamá Carlota,
Adiós, mi tierno amor.
El Secretario, Verduzco y el cajista, estaban embargados por dos emociones: no sabían si brincar de gusto por la noticia que aquellas coplas lanzaban al público, ó abrir los brazos y estrechar entre ellos al general, como un tributo de admiración á su talento.
De aquel número del Pito Real se hicieron dos ediciones abundantísimas, que se agotaron en el acto, siendo aquel periódico el primero que dio á conocer en Michoacán el intempestivo viaje de la princesa Carlota.
Riva Palacio, por fin, había leído el papel que condujo el correo. Era del coronel Alzati, y decía: “Mi general: Ya no hay imperio en la frontera. Escobedo, vencedor. Los franceses se preparan á embarcarse, y la Emperatriz se ha ido á Europa á pedir socorros. Aymard abandona á Zitácuaro. Mientras vd. llega reuniré á los amigos. — José María Alzati.”
El general dispuso la marcha; pero antes hubo que hacer algunos preparativos.
[RUIZ ÁLVAREZ, Eduardo. Historia de la Guerra de Intervención en Michoacán. Ofic. Tip. de la Secretaría de Fomento. México. 1896. pp. 645-649.]
General Vicente Riva Palacio. Fuente: http://www.memoriapoliticademexico.org
Mientras el satírico canto se difundía y entonaba entre las huestes liberales, al año siguiente, 1867, Ferdinand Maximilian encontraría su destino final, en el Cerro de las Campanas, en Querétaro, y Marie Charlotte, recluida en su palaciega residencia se perdía en los vericuetos de sus recuerdos, dedicándose, cuando sus facultades se lo permitían, a plasmar sus delirios militares y místicos en misivas que ahora, cada vez más amarillentas, aguardan a los ojos interesados y curiosos que quieran conocer algunas pinceladas de su triste y sombrío destino.
¡Hasta la próxima!