Cada vez me resulta más incomprensible lo que pasa en el futbol nacional; a pesar de que “religiosamente” (casi sin excepción) asisto al Estadio Olímpico de CU cada quince días a ver a Nuestros Pumas, no logro aprender mucho sobre las reglas de este popular deporte.
En un partido, una falta que es sancionada con tarjeta amarilla, en otro es dejada pasar de largo, como si nada hubiera ocurrido y yo, que no soy versado en estos menesteres, no entiendo nada, porque lo visible “salta” a la vista, mucho más debe ser para los “silbantes”, que se esgrimen como profesionales del balompié.
Por otra parte, antes de cada partido (y después de la consabida bienvenida a “Goyo” y los “goya, goya” que emocionan hasta al menos sensible, y recibir entre vítores y aplausos a nuestra “escuadra” para entonar el Himno Deportivo de nuestra Alma mater, que tanta irritación causaba a un “entrenador” de triste memoria), se procede al protocolo de dar la salutación a ambos contendientes; no falta la frase, dicha por un (a) niño (a), “juega limpio siente tu Liga” que, junto con la lectura y presentación en la megapantalla de algunos artículos del Reglamento de la Federación Mexicana de Futbol, en los que se invita al público y las “barras” a evitar la violencia. Sin embargo, esto es letra muerta.
Las faltas siempre están presentes, tanto en las tribunas como en la cancha; en ésta, algunas faltas son producto de la propia inercia de la jugada, pero otras como una clara y franca manifestación de agresión al jugador contrario. Así, algunos “jugadores”, muchos de ellos extranjeros, se han hecho famosos por su violencia, que empieza por la falta de respeto (y algunos hasta los han premiado como capitanes de su equipo y no ha faltado directivo que públicamente los considere “líderes y espíritu” de su grupo. Cuando la débil cuerda que los sostiene se rompe, simplemente se cambian de equipo.
Cada vez las agresiones van en aumento, incluyendo a los técnicos, como ese “señor” que “no tiene llenadera” y que por todo grita e insulta, o el que dirige a la escuadra que se enorgullece de identificarse con frases como “ódiame más” (que patético prestigio, usando un epíteto tan del agrado de una de mis sobrinas); en suma, los gritos, brincos y sombrerazos de los técnicos dan soporte a la agresión de algunos jugadores. Escupitajos, “mentadas de madre”, raspones, cabezazos y hasta fracturas están a la orden del día.
En la semana que recién concluyó (porque la semana termina en sábado y no en domingo, como ahora algunos quieren imponernos; en el libro que nos da sustento cultural y espiritual, se menciona al domingo como primer día de la semana), se presentó una situación inédita: los “nazarenos” (¿por qué los dirán así?) se negaron a “pitar” en los partidos, es decir, no se presentaron en la cancha y el país se quedó sin futbol de la Liga Mx. Tal vez alguno no esté de acuerdo, pero considero que esta medida es correcta.
Nos guste o no (y yo soy uno de los que siempre protestan contra las decisiones de los árbitros), ellos son la máxima autoridad en la cancha y sus decisiones, en primera instancia, son inapelables, ya después, a través de las vías establecidas, se podrán argumentar las inconformidades. En la actualidad, muchos conciudadanos ya ven muy natural agredir a cualquier autoridad, como lo hacen los adolescentes cuando, en su afán de autoafirmación y en su búsqueda de identidad, descalifican y no obedecen las reglas familiares, escolares o sociales.
No obstante, la desvergüenza aumenta, a pesar de que se cuenta con las grabaciones, los atacantes siempre protestan o niegan sus faltas. Tal es el caso de la agresión perpetrada por un jugador de las “águilas” al árbitro, en el partido entre América y Xolos, donde se aprecia el cabezazo propinado al silbante. Se ha difundido que el árbitro protestó porque la Comisión Disciplinaria de la Federación Mexicana de Futbol le cambió la expresión “agresión” por “intento de agresión”, en el acta que rindió sobre el encuentro, todo con el claro propósito de mantener tranquilos a los dueños y directivos de los equipos que mangonean el llamado futbol profesional, atemperando la sanción que el agresor merece. También esta preclara Comisión quiso minimizar lo ocurrido entre el Veracruz y los Tigres, con sanciones irrisorias.
En las tribunas la violencia es una constante, empezando con la frase “Eeeeehhh p…”, cuando despeja el portero contrario y que un obtuso publicista usó en la propaganda de un partido político (ahí se ve la calidad y ética de esos partidos políticos que se autorizan a diestra y siniestra), o cuando se compara a los jugadores negros con nuestros parientes primates, o cuando un padre dice a su hijo “miéntale la madre al árbitro, pero en la casa eso no se dice”, o cuando se grita a un jugador pasado “goooordo”, etc. Creo que las autoridades esperan que la violencia llegue a los extremos que vemos en otros países, a través del televisor.
Ya se requiere un hasta aquí. Es un derecho de quienes asistimos a un espectáculo deportivo al que acuden familias, incluidos obviamente niños, quienes, además de ser expuestos a violencia, ven a sus “ídolos” participar en actos propios de un vándalo.
La limpieza comienza en casa, por los “dueños y directivos y por la propia Federación. Es lamentable que quienes vamos a un estadio pasemos por una revisión propia de delincuentes (que en esencia es agresión, pues implica tocamiento físico), muchas veces lasciva por parte de algún “policía”, además de que no permitan que se introduzcan bufandas, cuando en el interior se venden, ni protector solar, cuando se hacen campañas para evitar el cáncer de piel. Paradojas de nuestra realidad y, en este caso, de nuestra máxima casa de estudios, que permite estas “reglas” a los operadores del estadio.
Violencia en las calles, en los transportes, en las cámaras legislativas, en los partidos políticos, en los espectáculos, etc. Ésta es nuestra triste y lamentable realidad. La violencia inicia con una mirada, con una palabra… con una descalificación.
Creo que es el momento idóneo para revisar cuáles son nuestros comportamientos personales y ver si nosotros también contribuimos a la violencia social que tanto tememos y que nos rodea.