Quien me conoce sabe que desde pequeña he estado rodeada de arte en todas sus expresiones. Quienes han visitado mi casa saben que puedo decirlo literalmente. Crecí entre máscaras, litografías, grabados, esculturas, conciertos infantiles en bellas artes y vacaciones de verano en cursos de teatro, pintura y origami.
Y es que el arte es tan amplio que no termina de convencerme ninguna definición teórica y he optado por inventar la propia. Para mí arte no tiene sinónimos pero si encierra sensaciones, admiraciones y, ¿por qué no? también algunas aberraciones, el arte es mucho siendo para algunos poco, es antónimo de método, y en algunas ocasiones también contrario a la lógica; es el contraste entre emoción y razón.
Ahora bien, si de nombrar mis corrientes artísticas favoritas se trata, necesariamente mi mente viaja entre dos principales. Dos de ellas derivadas del realismo, si bien ambas nacen contrariando el concepto plástico que sugería “lo real”, técnicamente son nada parecidas, hablo del impresionismo y del simbolismo, y hablar de impresionismo sin destacar la obra de Vincent Van Gogh, es prácticamente negar al genio.
Mi primer contacto con la obra de Van Gogh fue cuando tenía entre 8 y 10 años, iba cada sábado al dentista y la odontóloga tenía en su oficina una copia de “Los Girasoles” con un marco rojo que no contrastaba pero que hacía que cualquier visitante volteara a observar.
Foto: “Los Girasoles” en el Museo Vincent Van Gogh. Amsterdam, Holanda.
Luego, como cualquier niña, olvidé hasta que entre a secundaria. Mis clases de Artes Plásticas de la mano de una excelente maestra, me llevaron al reencuentro no sólo con “Los Girasoles” si no con una gran variedad de obras del tan póstumamente aclamado Vincent Van Gogh, fue en esta etapa cuando, inspirada por mi curiosidad sobre la trágica vida del “genio tímido” leí “Cartas a Theo”, un compendio extraordinario que raya en lo invaluable, donde se conocen las aspiraciones, pasiones, objetivos y desilusiones del pintor, éste libro es un testimonio vivo de la cotidianidad en la que vivía el artista, la primer muestra de que su salud mental y física no era óptima, en resumen la lectura resultó maravillosa para una mente de 13 años ávida de emociones.
Foto: Manuscrito original de una carta de Vincent a su hermano Theo.
Años más tarde y para ser exactos fue en 2003 que cursaba el último año de preparatoria, los primeros días de clases mi maestra de matemáticas (que aún recuerdo y no precisamente con mucho aprecio) nos puso como “tarea complementaria” para el primer mes del curso, la lectura de “Anhelo de vivir” del escritor biográfico Irving Stone. Un relato sinigual que me volvía a reencontrar con mi genio plástico favorito (hasta ese entonces), narrando su vida en una mezcla de novela y biografía que para ser honestos, pocos autores lo logran hacer como él, un libro que desde la primer página envuelve y no suelta, de esos que se disfrutan hasta la risa y hasta las lágrimas.
Foto: Libro “Anhelo de vivir” edición 1976.
Coincidiendo con esta lectura, yo planeaba junto con mi familia un viaje que me llevaría algunas ciudades del viejo continente, y a convencerme de que la belleza artística existe porque ayuda a enriquecer el alma y a desahogar los sentimientos, tener de cerca obras como “La Gioconda” de Da Vinci, presenciar la imponente belleza de “La Consagración de Napoleón y Coronación de Josefina” y la “Victoria de Samotracia”, reír con mi propia interpretación de “Las Meninas” y aterrarme con el “Saturno devorando a un hijo” y “El Coloso” ambos de Goya, todo eso valía la pena, pero valió más aún cuando visité la sala 71 del Museo d’Orsay.
Cuadros impresionistas en todos los espacios hasta que llegué a ese que me hizo sentir lo que había leído años atras en “Cartas a Theo”, el que me dio las respuestas a tantas preguntas, el que me hizo comprender aquello que el “genio tímido” ocultaba en su propio egocentrismo, no hubo palabras, la emoción salió en forma de ojos cristalinos y una pequeña lagrima, en ese momento no podía dejar de agradecer al universo por darme la oportunidad de estar enfrente de la obra de un artista que marcó mi vida en cuestión de gusto, y no sólo eso, de quien aprendí que no importa cuán trágica o triste sea tu vida, deberás de vivirla aceptándola, puede ser que al final, después de tu existencia hayas dejado inconscientemente una lección a las generaciones venideras.