Cursaba el tercer año de secundaria, en la “Secundaria de Varones Anexa a la Benemérita Escuela Nacional de Maestros”, cuando tuve mi primer acercamiento formal con las célebres páginas de la Literatura Universal, en particular Española, si bien antes ya había tenido contacto con algunos libritos (en tamaño y extensión, no en importancia literaria), como Platero y yo de Juan Ramón Jiménez o El cazador y sus perros (1959), del escritor guerrerense Celedonio Serrano Martínez (03-03-1913, Puerta de Arriba, hoy Puerto Allende, Tlalchapa, Guerrero / 21-01-2001, Ciudad de México), quien fuera mi profesor de Español, en el primer año de ese nivel escolar. 

Pero fue hasta que cursé la asignatura de Lengua y Literatura Españolas, cuando el rico, basto y maravilloso mundo del lenguaje intemporal, se desplegó ante mi vista y mi imaginación, y, por qué no, también mi fantasía. Recuerdo que el libro de texto estaba escrito por María del Rosario Gutiérrez Eskildsen (16-04-1899 / 12-05-1979), ilustre lingüista y educadora tabasqueña. La titular de la materia era mi entrañable Profesora Amada Reyes, que causó un fuerte impacto en mi mente de adolescente, por el uso adecuado y fluido del lenguaje, pero, sobre todo, por su porte y apariencia: esbelta, vertical, siempre impecablemente vestida, con traje sastre, guantes y mascada al cuello (después supe que cubría cuello y manos para ocultar las huellas del vitíligo). 

Las figuras de Amadís de Gaula, del Cid Campeador, de los clásicos del Siglo de Oro, etc., desfilaban en cada clase y quedaban grabados en mi ávida mente. Por cierto que no me explicaba por qué la maestra tenía especial predilección por uno de los alumnos (un joven alto, de piel blanca y de abundante cabellera negra, además, se notaba que su ropa, aunque era el uniforme escolar, era de mejor calidad); años más tarde el misterio se aclaró: el jovenzuelo (ahora dedicado a las Artes Plásticas) era hijo de un escritor costarricense, de cierto renombre, avecindado en México. Su estrategia de evaluación era acorde con las técnicas de la época (catequística): después de la presentación y análisis del tema, nos dictaba un cuestionario, que respondíamos consultando el libro de texto. Cuando llegaba el período de evaluación, nos citaba al término del día escolar, para, uno por uno, responder oralmente a los cuestionamientos memorizados. Como en esos ayeres los grupos eran muy numerosos, la maestra se apoyaba en los alumnos más “aventajados”, para que preguntáramos a nuestros compañeros. 

Sin embargo, el primer libro que mis ojos infantiles recorrieron y mis manos hojearon, fue Amanecer, mi libro de texto para la materia de Lengua Nacional, en el primer año de primaria (Figura 1. Amanecer. Método de Lectura y Escritura y Libro de Primer Año). En la portada, ante un cielo amarillo, que anunciaba un amanecer al mundo que brinda la lectura, se ven dos niños, con ropajes de principios del siglo XX, que portan sus útiles escolares, y ella, una flor en la mano siniestra, mientras que él, una manzana en la diestra.

Figura 1

Después de la consabida portada, sigue una presentación (“A los señores profesores”), donde se manifiesta que se usará el método analítico, el procedimiento ideovisual, la equivalencia entre el elemento afectivo-intelectual, la estructura fonético-gráfica, e infinidad de indicaciones más. En esa “presentación” se observa el nombre del propietario del librito, escrito con una letra muy cuidada, el grupo al que se pertenecía (1º. A), el número de lista (13, número que me ha perseguido toda mi vida), la firma, tal vez de mi Profra. Georgina San Martín Hernández o del director, y el sello de la Escuela “Hermenegildo Galeana”; todo esto evidencia que, en esos lejanos ayeres, el orden era la pauta a seguir (Figura 2). Estos datos eran escritos para que el alumno recibiera todos los días, antes de la hora de entrada, el “desayuno escolar”, que en muchas ocasiones me causaba nauseas; nos sentaban en las tribunas deportivas que limitaban hacia el oriente, el enorme patio escolar, y hasta que terminábamos el alimento, nos permitían bajar para trasladarnos a los salones de clase.

Figura 2

Después de las lecciones dirigidas al aprendizaje de la lecto-escritura, se continuaba con lecturas, donde se destacaban los valores morales y patrios, a través de poesías y narraciones (¡allí conocí que existía Pinocho, o que las ranas le cantaban a la Luna, o que era mexicano y tenía una hermosa bandera…!) Cuando de vez en cuando, vuelvo a hojear este Libro (para mí con mayúscula, pues fue la llave que me abrió la puerta al espíritu del Hombre y a la Cultura Universal), las imágenes que aún conservo de mi niñez y las personas amadas, ahora ausentes, se vuelven tangibles y añorables (Figura 3).

Figura 3

Ese fue el primer libro que tuve, y que todavía conservo; cuando los padres tenían que comprar los textos escolares, ya que aún no llegaba a la Presidencia de la República, el Lic, Adolfo López Mateos, con su memorable Secretario de Educación Pública, Don Jaime Torres Bodet, para crear la Comisión Nacional del Libro de Texto Gratuito (CONALITEG), y para que así, los alumnos recibieran sus libros de texto gratuitamente (Figura 4).

Figura 4

Pero el primer libro que tuve, que no era escolar, fue Músicos célebres. 99 biografías cortas, de M Davalillo, publicado por Editorial Juventud, en Barcelona, en el año de 1954. Brevemente, la historia de cómo este texto llegó a mis manos, es la siguiente: en el primer año de secundaria, la maestra de música nos dejó el trabajo de elaborar un álbum con las biografías de los “músicos más importantes” (!!!!), y como en esos remotos tiempos ni soñar con el internet, ni siquiera con las “estampitas” (biografías y monografías) que los escolares compran en las papelerías, mi querida madre, acudió a una “librería del Centro”, donde compró el volumen, y así pude salvar el trance (Figura 5). A propósito, a esta maestra volví a verla en una función de ópera, en el Palacio de Bellas Artes, acompañado por dos de mis hermanas; estaba por iniciar la presentación de “Madame Butterfly”, cuando la vi entrar, rodeada por un grupo de jóvenes. El impacto fue brutal, ya que habían transcurrido casi treinta años desde que, con sus inolvidables clases en el auditorio de la escuela, me descubriera el imprescindible y vital mundo de la llamada Música Clásica.

Figura 5

Escribir y comentar sobre mis relaciones con los libros, sería una “historia sin fin” (emulando el título de la clásica película infantil/juvenil). Los libros han sido y son la presencia imprescindible en mi vida (no concibo la vida sin los libros, la música y el arte, y, claro, mis seres queridos). Ellos son la presencia tangible de la humanidad pasada y actual.

Tocarlos, olerlos, abrirlos y abrevar en sus páginas es acercarnos al pensamiento universal; tener al alcance de la mano la intemporalidad de esas personas que, aunque sólo sea con un breve texto, han contribuido a dejar constancia de que el ser humano es mucho más que carne y huesos, sino que, como dijo el poeta decimonónico, estamos hechos de polvo de estrellas.