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Destino (Segunda parte)
Por: Xoloitzcuintle González
Fue a la caseta telefónica del centro. Su madre enmudeció al escuchar su decisión y una vez recuperada le dijo:
-Hija, eres una mujer adulta, haz lo que tu corazón te indique, lo que creas que es mejor para tu vida y tu futuro. Lo que no quiero que olvides es que sea cual sea tú camino yo siempre voy a estar a tu lado.
Esas palabras fueron un bálsamo para Elia, se sintió fortalecida y confiada.
Las últimas dos semanas del semestre se le hicieron eternas. Se volvió taciturna y distraída. Aunque se sentía segura del giro en su vida, no dejaban de asaltarla dudas y preocupaciones, las noches de insomnio le parecían laberintos infinitos.
Como en cualquier situación, no hay plazo que no se cumpla, el periodo escolar había terminado y una vez concluidos los trámites administrativos de rigor estaba lista para partir.
Se presentó en el comedor con sus dos maletas repletas, con la sutileza y educación que la caracterizaban dio gracias a su familia por haberla acogido todo ese tiempo. Su tío político valga la expresión, levantó los brazos al cielo. Lucrecia vislumbró una seria reducción a sus ingresos, pero la actitud de Jairo la sorprendió completamente.
– ¡No, no te vayas!
– ¡Tus sueños se van a truncar!
– ¡Aquí no te falta nada!
– ¡La ciudad es peligrosa y complicada!
Inmediatamente se comunicó con su madrastra y le demandó que impidiera que su hermana cometiera lo que él llamó una tontería.
Era tal la vehemencia de Jairo que Elia se tambaleó. En un instante pasó su vida frente a ella cómo dicen que les sucede a los moribundos. Se preguntaba si su hermano veía algo que ella estaba pasando por alto, aun siendo tan analítica.
Finalmente se fue, tenía tiempo para aclarar el caos en su mente. Empezó a investigar los requisitos para revalidar materias, sintió que se perdía en un contaminado mar burocrático. Consideró la posibilidad de empezar de cero, el tiempo real perdido era cercano a los 3 años.
Buscó el cobijo de sus amigas. ¿A dónde estaban aquellas jóvenes que se habían jurado amor eterno? Había dejado de frecuentarlas unos meses que pesaron como siglos, se habían convertido en tres extrañas, sin ningún denominador común.
No sentía pertenecer a ninguna tierra, su identidad se desdibujaba y su alegría la había abandonado. Busco opciones, fechas, formas, atajos para finalmente considerar que lo más viable era regresar a terminar su carrera.
Pronto dio inicio el siguiente semestre, estar de nuevo en su Alma Mater llenaba sus pulmones de aires fresco, su cerebro de nuevos conocimientos y su espíritu de lucha y compromiso, sin embargo, los días con Lucrecia se tornaban cada vez más densos.
Que si había elegido el pan del tío, que se comió toda la nata, que su despertador molestaba al primo pequeño. Si iba al cine y regresaba a las 8 de la noche, no dejaban de murmurar en que malos pasos andaría. La leña desaparecía cuando se iba a bañar, su comida diaria se tornó en sopa de pasta y huevos de todas las formas inimaginables. En ocasiones la dejaron afuera por horas, nunca se hizo merecedora de una llave. También era común que cuando entraba a la sala todos guardaran silencio y si su mami le marcaba siempre decían que no se encontraba.
Nunca habló de esta situación con Jairo, Elia sabía que consideraba a Lucrecia como la madre que nunca tuvo y prefería guardar sus pesares en silencio.
No quería decirle nada a su mamá, estaba clara que desde el inicio se había opuesto… hasta que un día, estando en su casa rompió en llanto. No hubo que decir palabra alguna.
Sin pedir permiso la mamá de Elia empacó lo indispensable y rentó un departamento. Esta idea no le pereció a su esposo, pero finalmente accedió. Su esposa se comprometió a seguirlo atendiendo visitándolo algunos días a la semana.
Elia comprendió que el amor de su madre era infinito e incondicional. Sabía perfectamente que ella era 100 por ciento capitalina y que no le gustaba en ningún sentido el terruño de su esposo. Nunca se había identificado con su familia política y al irse dejaría de frecuentar a sus queridos hermanos, Hortensia y Alberto.
El departamento se ubicaba a las afueras del pueblo en una colonia popular. Estaba semi vacío, con muebles improvisados y lejos de las comodidades a que ambas estaban acostumbradas.
La señora estaba en un gran momento. Sacó la casta con el propósito de acompañar y auxiliar a su hija a salir adelante.
Elia trataba de corresponder siendo una buena estudiante. Terminó el tronco común y cada semestre concluido era un paso hacia su meta. Doce meses pasaron volando.
El papá de Elia empezó a tramitar su retiro, nada lo ataba a la ciudad…
Para estas alturas Jairo y su esposa se habían ido a vivir donde su papá y Lucrecia habían crecido. En la época en que ellos eran niños esa casa era un solo cuarto de tablas, una “cocina de humo”, un establo y un área terrosa a la que llamaban corral, cuyo principal atractivo era un viejo árbol de capulines.
Siendo joven el papá de Elia decidió ir a probar fortuna a la Ciudad de México. Al ascender en su profesión construyó un pequeño departamento horizontal, demoliendo así su antigua vida de pobreza y limitaciones.
Jairo hizo muy poco para embellecer el inmueble, a pesar de lo anterior, toda la familia le celebró su recién adquirida “independencia”.
Román platicó con su esposa. Era tiempo de consolidar un patrimonio para su vejez.
En tanto realizaba sus trámites de jubilación y se despedía de grandes amigos y compañeros, empezó a construir otro departamento enfrente del original. Poco a poco la obra fue cobrando vida.
Fueron tiempos complicados y de limitaciones. Para ahorrar gastos, transformaron la pequeña estancia de Jairo en una recámara. La cocina era compartida y la mamá de Elia aprendió a lavar hincada.
A petición y sugerencia de las mujeres de la familia, el departamento se convirtió con el paso de los meses en una amplia casa, muy iluminada y hermosa. Como coincidencia la mamá de Elia heredó por parte de una tía, unos muebles clásicos, elegantes, de buena madera y prestigiosa marca los cuales quedaron como anillo al dedo. Engalanaron la estancia y la recámara principal. Nunca hubo una inauguración oficial, ni la bendición acostumbrada.
Las alegrías así como las tristezas nunca llegan solas, Elia se graduó con uno de los mejores promedios de su generación. Su fiesta fue una gran algarabía. Vinieron sus tíos y primos de la Ciudad de México y parientes cercanos por el lado paterno.
Además ya trabajaba en una empresa. Cabe destacar que durante el largo proceso de selección Elia estuvo acompañada por su madre. El jefe de personal las invitaba a comer a ambas en el comedor de los empleados. ¡Qué tiempos aquellos!
Elia y Jairo parecían distanciados, ella lo atribuía a que su hermano estaba terminando los últimos semestres de su carrera y recién se había estrenado como papá. No trabajaba, su padre cubría con holgura todos sus gastos.
No faltó por ahí, gente que le decía a Jairo que parecía que él y su familia vivían en los cuartos de la servidumbre, en especial un primo hermano de Román.
Continuará…
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