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Destino (primera parte)
Por: Xoloitzcuintle González
Elia estaba por terminar la preparatoria eran los albores de los años ochenta.
Evidentemente haría una carrera profesional, era inteligente y dedicada. Sus opciones eran varias, aunque su inclinación eran las Ciencias Sociales.
Como cualquier joven disfrutaba su vida, era costumbre que los viernes después de comer se reuniera con un par de amigas a escuchar música, platicar, cenar algún antojito y cuando era necesario también a estudiar.
Su escuela era su reino, siempre había sido alumna destacada y gozaba del afecto de sus maestros. Estudiaba para aprender aunque las notas sobresalientes eran su principal estimulo. No existía el bullying y los profesores se daban el lujo de aventar el gis o el borrador a quien no estuviera poniendo atención o platicara. Nadie nunca salió lastimado, nadie nunca se quejó y ningún padre de familia entabló demanda alguna… eran otros tiempos.
Elia estaba feliz por terminar una etapa importante en su vida, aunque la invadía la nostalgia y por ratos porque no decirlo, la incertidumbre. Pero la mayor parte de su tiempo libre lo dedicaba a pensar en su graduación, el color de su vestido y con quién de sus amigos bailaría para abrir pista.
La televisión era parte de su entretenimiento. Imitaba las coreografías de Flans, cantaba con Pandora aunque su máximo eran las canciones de Timbiriche. Veía los Cachunes, Mi Secretaria y también El Premio de los 64,000 pesos con Don Pedro Ferriz.
Era muy unida a su mamá y aprovechaban el estreno de una buena película para ir a su cine predilecto y disfrutar la función con una bolsa grande de palomitas de maíz. También iban a la Basílica a dar gracias por las bendiciones recibidas y a los conciertos de música clásica en Bellas Artes.
Ninguna nube oscura se vislumbraba en su horizonte. La mayoría de sus compañeras seguirían estudiando, aunque dos de ellas hacían preparativos para casarse. A Elia eso la sorprendía, pensaba que eran complicaciones…
o ¿no? En fin…
La adolescente vivía con sus padres, aunque su papá por motivos de trabajo viajaba mucho. Su casa era pequeña pero cómoda y a su mamá le encantaba tenerla limpia y hermosa. Llegó a pintar la sala, con frecuencia había cortinas nuevas e invariablemente un jarrón con flores frescas en la cocina.
Elia tenía un medio hermano por la rama paterna, casi cinco años mayor. En un tiempo vivieron juntos, pero su progenitor decidió que viviría con su tía, su única hermana. Por lo que, por largos periodos poco se sabía de él.
Ellos eran totalmente opuestos en todos los sentidos. Ella de piel blanca, estudiosa y seria; él moreno, disperso, bromista y amiguero. Una comprometida y sensible, el otro evasivo e individualista.
Coincidieron en las vacaciones de verano. Fue a anunciarles que estaba próximo a casarse y que “temporalmente” había abandonado los estudios. Primero Ingeniería, luego Derecho. Él era así, porque su padre le había dado todo a manos llenas, quizá por la falta de su madre, quizá por el poco tiempo que le había dedicado desde pequeño, quizá porque ese era su destino…
Se vieron con gusto y cariño y se actualizaron respecto a sus vidas. Elia había sido aceptada en una prestigiosa Universidad y en su futuro sólo veía graduarse, titularse y ser una profesionista exitosa.
Su hermano la invitó unos días a la casa de la tía Lucrecia para que conociera y conviviera con su recién estrenada cuñada.
A Elia y a su papá les encantó la idea, no así a su mamá. ¿Qué tenía que hacer su hija en un pueblo polvoriento y lejos de la vida a la que estaba acostumbrada?
Los días pasaron y llegó la partida. Elia estaba feliz, les avisó a sus amigas que se ausentaría por unos días, el trío estaba emocionado, casi se podía decir que envidiaban a la joven por emprender una nueva aventura de altos vuelos.
Efectivamente la joven llegó a un poblado con calles de tierra, rodeado por milpas, con olor a campo y cielo despejado. Las únicas diversiones eran la televisión, que no siemprese veía porque bajaba el voltaje de la luz y las pláticas con las comadres para saber losúltimos aconteceres de los habitantes del pueblo.
Elia veía paz y tranquilidad. Su capacidad de asombro no cesaba. En una ocasión se sintió trasladada a la época Prehispánica cuando vio a una vecina preparar una salsa en un metate hincada, moliendo chiles, tomates, cebollas y ajos aun cuando la licuadora estaba intacta en un estante de la cocina, esto bajo la excusa, que “no sabe igual”.
Los días volaron y rápidamente estaba de regreso en casa, retomando su vida. Sus amigas la atosigaban a preguntas ¿cuántos chicos guapos había conocido? ¿La habían invitado a salir? ¿Habían intercambiado teléfonos? Nada de esto sucedió, Elia no paraba de hablar de la famosa vida en provincia. ¡Sus amigas salieron corriendo!
Las jóvenes habían dejado atrás sus tardes de risas y bromas, cada una se preparaba en todos los sentidos para convertirse en adultas.
Nuevamente Jairo regresó y volvió a invitar a Elia, se acercaban las Fiestas Patronales, era todo un suceso. Elia hizo maletas. Su mamá se preocupaba al verla partir con tanto entusiasmo.
La estancia de la joven coincidió con la convocatoria para presentar examen de admisión a la Universidad estatal. Jairo impulsó mucho a su hermana a prepararse y aplicar. Ganó un espacio en dicho plantel, sin siquiera vislumbrar el impacto de su decisión…
No era lo mismo ir de vacaciones que vivir y convivir. El boiler se prendía con leña, cuando iba su mamá Elia corría con suerte, cuando no tenía que andar mendingando quien la ayudara.
Estaba acostumbrada a llegar y sentarse a la mesa, su mamá siempre le hacía su comida preferida además de buscar menús equilibrados y nutritivos. Ahora al llegar de la Universidad a las 2 de la tarde, sus tíos apenas terminaban de almorzar, moronas, la tarja con muchos trastes, pilas de ropa sucia… ella moría de hambre. Se iba a su cuarto a estudiar. Después de las 5 comía. En poco tiempo ganó peso.
Ella se ofrecía a realizar labores domésticas y a apoyar en la cocina. No se lo permitían y no porque su tía la procurara, sencillamente eran territorios exclusivos que sólo Doña Lucrecia podía atender.
Aun así Elia veía lo bueno de su vida, participaba activamente en sus clases, hizo nuevos amigos, conoció lugares distintos, ayudaba a sus compañeros a resolver dudas, se inscribió en cursos extracurriculares, etc.
Los días pasaban rápido y Elia llegaba a casa, su mamá la iba a esperar a la terminal de autobuses y felices y unidas como siempre pasaban un fin de semana extraordinario. Veía a sus amigas aunque ahora las diferencias eran más que las semejanzas.
Su papá la llevaba los domingos por la tarde, saludaba a la familia y le dejaba a su hermana una jugosa mesada para la manutención de Elia, su hermano y la esposa de éste. La tía era muy hábil y con mucha labia sacaba buenas tajadas de su “bondadosa hospitalidad”.
La joven vivía con mil tareas, cuando se acostaba caía como un verdadero tronco, pero por momentos reflexionaba, extrañaba a sus padres, su cama, su aire y espacio, la cocina de su mamá, su música, todo su Universo.
Estaba por inscribirse al tercer trimestre y pensó que era el momento adecuado para Volver el tiempo atrás y regresa… (Continuará)
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