
Los cuarenta
Por: Xoloitzcuintle González
El amor… el amor mueve al mundo, pero también rompe corazones; saca nuestros
mejores destellos, al igual que nuestras lágrimas más amargas. Nos mantiene
soñando toda la noche, y en un segundo nos transporta al abismo del insomnio.
Rejuvenece y aniquila. Nace y sin embargo, también muere. Es elitista y muy democrático. Luz y oscuridad. Blanco y negro.
A pesar de lo anterior cómo nos gusta, cómo nos envuelve e hipnotiza y siempre
caemos rendidos ante él.
Laura era una profesionista muy exitosa, estaba alcanzando los 35 años. Había
terminado una dieta y los 16 kilos perdidos la hacían lucir una figura juvenil
y atractiva. Su ropa no era de marca, pero sí de buen gusto. Tacones. Cabello
teñido y muy bien arreglado. Uñas con manicura. Inteligente y muy echada para
adelante.
Su trabajo era impecable.
El otro pilar de Laura eran sus padres, vivía al pendiente de ellos; su mamá
iba a terapias y a realizar pagos y compras, pero no siempre la podía
acompañar, por lo que no obstante su pesar, contrataba un servicio de taxis de
sitio. En una ocasión la profesionista llena de presiones laborales y con el
tiempo justo para que su mamá llegara al consultorio, vio con indignación que
la unidad vehicular se alejaba cuando el tiempo de espera de ésta no rebasaba
los 10 minutos. Se comunicó de inmediato a la central y el taxi regresó. Con
tono enérgico le reclamó al conductor su actitud e hizo énfasis en
la atención especializada que requería su pasajera. El joven conductor asintió
con actitud respetuosa.
El incidente no parecía ir más allá de un día cualquiera en la vida de los 3
implicados, pero no fue así.
Los días sucedían a las noches, la primavera al invierno… Laura
permanentemente ocupada. Su mamá en casa y el taxista trabajando. Hasta que un
día ella tuvo que pedir una unidad, su carro estaba en el taller.
Escuchó, un buenos días señorita ¿Cómo está usted? Ella levantó la vista de los
papeles que estaba analizando y recordó la franca sonrisa del joven que unos
meses atrás había llevado a su mamá con el fisioterapeuta.
Apenada por el modo autoritario con el que lo había tratado, alcanzó a musitar,
un seco, bien gracias. Llegó a su destino, pagó y olvidó el asunto.
Laura era competitiva y segura de sí misma. Concentrada en sus responsabilidades,
siempre dejaba de lado su vida personal. Su reloj biológico la estaba
alcanzando, según las presiones de su familia y un par de amigas… ella evadía
los cometarios y sonreía para sus adentros. Sentía que su juventud y éxito eran
perenes. Pero no era refractaría a los coqueteos, alguna que otra invitación a tomar
un café con un rico pie, o a que le chulearan sus piernas.
Por fin, la revolución le hizo justicia y alcanzó un ascenso. Y sí,
efectivamente tuvo un incremento, pero más allá del sueldo, sus
responsabilidades y encomiendas la hacían trabajar hasta muy entrada la noche…
esa era su pasión.
Nuevamente su carro en el taller, nuevamente encontró a Agustín en su taxi. El
dialogo volvió a ser el mismo. Y este encuentro se repitió un par de meses más
adelante. En esta ocasión Laura bajó con una amplia sonrisa.
Por su parte, Agustín había ahorrado lo suficiente para comprarse una modesta
unidad; se sentía un microempresario. Sus ingresos los complementaba cantando
los fines de semana, iba a cumpleaños, aniversarios, bodas, bautizos, XV años y
cualquier motivo que llevará a las personas a cantar, bailar y festejar.
La mamá de Laura estaba más que dedicada a su hogar a cuidar y atender a su
esposo. El señor estaba enfermo desde algunos meses y la insuficiencia
respiratoria se agudizaba a cada momento. Su enfermedad y deterioro eran
consecuencia de haber fumado toda su vida. Las visitas a la clínica eran
constantes. La señora necesitaba ayuda ya que los taxistas siempre le pedían
rapidez y ninguno movía un dedo por ayudar a su esposo.
Agustín batallaba con los gastos; no era lo mismo pertenecer a una base y tener
servicios constantes y seguros, que andar “ruleteando” en la calle. Por lo que
decidió visitar a sus antiguos clientes. Fue así como un buen día se presentó
en la casa de Laura a ofrecer sus servicios.
La Sra. Laura con cierto recelo le platicó la situación de su esposo y de ella
misma y él se comprometió a ayudarla.
Establecieron el monto de los honorarios y el calendario de traslados. Laura apoyó la decisión de su mamá. Ella estaba ocupada todo el día, todos los días.
Su trabajo la hacía viajar constantemente a la Ciudad de México. El tráfico la
estresaba demasiado, por lo que su mamá le sugirió que contratará los servicios
del Sr. Agustín. Sus padres estaban muy contentos con su forma de conducirse. Ella
vio muy viable la propuesta. Inclusive podría arreglar algunos pendientes
durante los trayectos.
Habló con Agustín y se acoplaron de inmediato. Lo más importante era no
interferir con la atención que daba a sus padres.
Cuando ella se dio cuenta, ya extrañaba a Agustín los días que no se veían.
¿Cómo era posible que una mujer muy segura de sí misma, con estudios de
posgrado y acostumbrada a cierto trato y nivel no sólo económico, sino de otro
tipo de roce… de plática… de gustos se estuviera enamorando de su chofer?
El la cortejó. La invitaba a las ferias de los pueblos, a cenar, a cerrar los
tratos de sus eventos. Laura nunca había estado en esos lugares, ni
comido pancita o tacos de cabeza de no sé qué, pero la
relajaba de los protocolos que debía cumplir en su empresa y en su círculo
social.
No obstante, las diferencias, ella estaba feliz. El parecía muy enamorado. Su
papá ni cuenta se dio y su mamá no emitió ninguna opinión, al fin de cuentas
ella era
una adulta… madura o por lo menos eso pensaba, aunque la inteligencia laboral
es muy diferente a la inteligencia emocional.
El papá de Laura murió y Agustín fue un gran apoyo para ella, eso era lo
importante, no que supiera cálculo diferencial o integral.
Ni él ni ella hicieron pública su relación. Ésta pasó por diferentes etapas.
El enamoramiento, el amor, los problemas y las reconciliaciones.
Muy en su interior, en noches de insomnio o durante una conferencia soporífera
Laura se preguntaba si su democratización del amor le iba dejar una grato sabor
de boca o la rompería en mil pedazos y entendería de manera práctica y cuesta
arriba lo que le había dicho su maestra de secundaria: “Español con española, mexicano
con mexicana”.
Aprendidas estas cuatro palabras de la manera más profunda y sabiendo
perfectamente de lo que hablaba, ya que la Lic. Gallegos era
producto de un padre español y una madre indígena centroamericana. Y las cosas
no siempre habían sido equilibradas.
En fin, había días que respiraba el mismo aire que Agustín y otros en los que
deseaba volver el tiempo atrás y desandar el camino.
Los pleitos se hicieron más frecuentes y las reconciliaciones ya no eran tan
dulces.
Habían pasado 4 años y se sentía estancada… en un mensaje le dijo a Agustín que
ya no la buscará y el obedeció a cabalidad.
Para Laura fue un shock, ¿Desde cuándo su relación estaba rota? ¿Cuántas
oportunidades había dejado pasar? Estaba a punto de llegar a los cuarenta… ¿Y?
No derramó una sola lágrima, su corazón se sentía frío y muy vacío. A diferencia
de otras relaciones, no había peluches, discos, flores secas ni siquiera
fotografías. Hasta ese momento Laura recapacitó en su tipo de relación. El amor
la había cegado y al empezar a ver con claridad se daba cuenta de la estela de
vacíos que venía
arrastrando.
¿Valió la pena?
Finalmente, eso es la vida y optó por amarse más a sí misma…No dicen que la vida empieza a los cuarenta.