
Pedro Infante: el excelso artista mexicano fue un ser único.
Por: Óscar Alfredo Larico Dávila
Lima, PERÚ, lunes 15 de abril del 2019
Desde siempre, la humanidad ha leído o escuchado decir u opinar a filósofos, religiosos, tratadistas, libres pensadores y otras personalidades, que cada individuo por sí mismo es un ser ÚNICO. Por qué en el mundo, ni antes, después, ni ahora, ha habido o hay dos seres que sean iguales o que mínimamente se parezcan en su forma de ser, pensar o actuar. Pero eso sí, y es justo aceptarlo, que puede en todo el planeta existir personas que físicamente sean semejantes o tengan un ligero parecido entre ellas, pero, que, en su interior, en su forma y manera de pensar, de sentir y visualizar el mundo en que nos movemos, son totalmente diferentes. Nadie, en su totalidad, piensa o actúa igual que las demás gentes. Allí radica la diferencia entre uno y los otros. Allí cada quien tiene sus propios defectos y también sus propias virtudes, las mismas que también pueden tenerlas otras personas, pero no en la misma proporción ni cantidad.
Se repite con insistencia, que aparte de las diferencias físicas existentes, los varones piensan y actúan totalmente diferente de las mujeres y viceversa, lo cual encierra una gran verdad, porque queramos o no aceptarlo, somos seres individuales, aunque a su vez, seamos, por naturaleza seres sociales . Y, en base a esto, podemos afirmar que cada persona es ÚNICO en la especie humana, significando, que cuando alguien muere, con él abandona este mundo un ser irrepetible, inigualable e irremplazable.
Ni aún dentro de su parentela más cercana habrá alguien que se le parezca o que se diga que es su igual, porque la cuestión genética no entra a tallar en estos asuntos. De padres probos, honestos, laboriosos y responsables no siempre los hijos les nacen con estas virtudes y cualidades. Del mismo modo, de padres con problemas de conducta e innobles sentimientos, no siempre los hijos que procrean heredan su inclinación por lo pérfido y la maldad, y más bien, resultan ser unos dechados de bondad.
Expuestos estos conceptos, vamos a referirnos a un artista que nació en un hogar humilde (en donde la mayor de las riquezas era el amor y la ternura con que los padres criaron a sus nueve hijos) y que con el paso del tiempo llegaría a alcanzar renombre internacional merced a su gran versatilidad artística, ya sea como cantante o actor, y a su desbordante carisma y simpatía que le permitió ganarse el cariño y la preferencia del público cinéfilo y melómano de su tiempo, por lo que después de su dolorosa, trágica y llorada desaparición física su recuerdo sobrevive al paso del tiempo guarecido en la memoria colectiva del pueblo que lo viera nacer y de cuyo final solo el destino sabía.
Nacido en un hogar humilde, pero de abundante riqueza espiritual y moral, PEDRO INFANTE desde muy pequeño disfrutó del amor de sus padres y hermanos, así como del aprecio, estima y cariño de sus conocidos. Su niñez, pubertad, adolescencia y juventud lo vieron dedicado a la encomiable labor de ayudar al sustento de su hogar, como consecuencia de las obligaciones y responsabilidades que él mismo se asignó. Definitivamente, hubieron en esas atapas tantas cosas que él hubiera querido adquirir para sí pero no pudo lograrlo, lo que lo marcaría para siempre. Exento, por propia decisión, de muchas cosas que se hacen necesarias a determinada edad, el personaje de quien tratamos, se erigió por sobre sus limitaciones para decirle al mundo que con ganas y voluntad se pueden conseguir los objetivos que te fijes o propongas.

Todos quienes admiran a este portentoso artista mexicano (dígase de paso que la mayor parte de ellos nacidos después de su muerte ocurrida el año 1957) cada día se sienten más atraídos por su vida, por su historia y por sus triunfos logrados como artista de élite y como persona.
Como persona, podríamos decir que en su personalidad resaltan valores como la solidaridad, la bondad, la amistad sincera, su magnanimidad, que en infinidad de ocasiones lo llevaron a ofrecer y prestar su ayuda voluntaria y su desprendido apoyo económico a tantas personas desconocidas que llevados por su pobreza o estrechez económica clamaban por su apoyo. Con sus familiares directos, quienes al igual que él sufrieron las limitaciones que una precaria economía ocasiona, fue muy dadivoso y espléndido. Durante el tiempo que estuvo vivo y disfrutando de los halagos del público y la esplendidez de su bien ganado prestigio como artista, puso fin a sus carencias y no les hizo faltar nada.
Como artista, no obstante su indiscutible supremacía en las preferencias del público y del empresariado, supo ganarse el cariño, respeto y consideraciones de todos sus compañeros de profesión, caso totalmente anómalo, pues los celos artísticos que sentían entre ellos originaron en incontables oportunidades problemas y discusiones que trascendieron su propio mundo y fueron de conocimiento público por la difusión exagerada que le dio la prensa amarillista. Hasta muchos años después de su muerte, era común escuchar de boca de quienes fueron sus compañeros de arte (hoy la gran mayoría de ellos ya fallecidos) referirse a Pedro, con palabras salidas del corazón, con el mayor de los respetos y consideraciones. Como el mismo decía “yo me llevo bien con todos mis compañeros y a mí los propios compañeros me mantienen aparte”.

En Pedro hay muchas cosas que resaltar, y que son por todos conocidos, pero es imperioso que nunca olvidemos su arraigada emoción social que lo llevó a ofrecer su aporte y participación desinteresada en obras de bien social, no solo en su patria, también las realizó en el extranjero cuando tuvo que trasladarse para cumplir compromisos artísticos. Aquí, debo de hacer mención que durante una entrevista que brindó a la revista chilena Ecran, mientras se encontraba en un descanso de la filmación de la que sería su última película: Escuela de Rateros, en donde aparte de enviarles a sus lectores su caluroso agradecimiento por haber sido elegido el artista más popular, les hace la promesa formal de visitar Chile y estar a su disposición para participar en algunas funciones a beneficio de instituciones sociales. Lástima por los amigos chilenos que la diosa fortuna no jugó de su lado y no pudieron satisfacer sus deseos vehementes de conocerlo, verlo y oírlo cantar personalmente.
Otra de las actividades que Pedro solía realizar, era la de visitar los nosocomios y hospitales (sea en México o en el extranjero) en donde se atendían los enfermos de tuberculosis, enfermedad que en esos tiempos eran difícil de curar y combatir. El excepcional artista azteca que provenía de raíces humildes se conmovía y condolía de enfermos y familiares, pues ambos eran víctimas de esta mortal enfermedad.

Desoyendo el consejo de sus amistades cercanas, jamás para él fue un obstáculo el temor a contagiarse, al contrario, sentía una gran satisfacción por hacerlos partícipes de momentos de alegría y jolgorio y siempre mantuvo como prioridad en sus presentaciones artísticas llevarles momentos de solaz entretenimiento a los pacientes de tuberculosis y sus familiares. Muchas veces los rostros patibularios de quienes tenían avanzada la enfermedad lo conmovieron hasta las lágrimas que a dura penas pudo contener, para no incrementar sus tristezas.
A la gente humilde, los olvidados de Dios, los de escasos y limitados recursos, procuró darles cuanto a su juicio creyó necesario. Nos imaginamos la alegría que sentía muy adentro de su ser al ver los rostros felices de la gente pobre y necesitada que acudía en Pascua de Reyes a su casa de Cuajimalpa, para recibir regalos y víveres. Seguramente, Dios desde arriba, también se complacía de las acciones de uno de sus elegidos, de uno de sus ángeles con forma humana que mandó a la tierra para repartir felicidad entre los humildes. En el Perú, a Infante también se le llamaba “el protector de los pobres”, pues sus buenas acciones traspasaron fronteras y fueron de conocimiento de la prensa que se encargó de hacerlo público.
Tantas otros hechos podríamos mencionar de Pedro Infante que lo más seguro es que ya nuestros lectores y muchos otros admiradores del “Ídolo de México” lo hayan leído o escuchado decir con anterioridad, lo que nos exime por esta vez de tener que enumerarlos o consignarlos en el presente artículo. Y en cuanto a su buen corazón y nobles sentimientos, todavía quedan vivas muchas personas que supieron de su nobleza y bondad y, ellas han sido quienes han dado testimonio de sus acciones humanitarias.
En el introito de nuestro escrito, decíamos de que todos, individualmente, somos seres únicos, inigualables, irrepetibles e irremplazables, porque, como suena, somos totalmente diferentes a todos los demás, incluyendo a nuestros familiares más cercanos.
Para este escriba, Pedro Infante, el indiscutible “Ídolo de México”, fue una persona excepcional y extraordinaria que no tuvo parangón con ninguna otra, lo que en cierto sentido, lo hizo alguien totalmente sui generis, lo que finalmente lo convertiría en un ser ÚNICO en medio de miles de millones de personas que pueblan el planeta Tierra. Hasta donde se encuentre el alma de este grandioso hombre y magnífico artista, hasta allá van mis alabanzas y mi reconocimiento a su magnanimidad.