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Por La Marquesa de Buenavista
Los domingos, como era costumbre, Freddy nunca se levantaba antes del mediodía; los sábados eran de “antro” y regresaba, casi siempre alcoholizado, de madrugada a su casa. Además, su madre acostumbraba ir a comer todos los domingos con alguno de sus hermanos y se llevaba a Rosalinda, la hija menor, por lo tanto no había quien lo fastidiara para que se levantara. Ese día pasaban de las tres de la tarde, se estiró e intentó acomodar su “virilidad” aprisionada dentro de la trusa tan pequeña que tenía puesta; le gustaba que esas prendas fueron minúsculas porque “destacaban sus atributos”, pensaba el muchacho.
Una vez en pie se dirigió a la cocina y abrió el refrigerador, al tiempo que se rascaba las nalgas; nada de lo que vio se le antojó. Tenía mucha sed, tomó un envase tetrapack de jugo y directamente bebió el contenido, a pesar de que su madre siempre le decía que se sirviera en un vaso, pero ahora no estaba ella y podía beber como quisiera. Tras limpiarse la boca, con el dorso de la mano, avanzó hacia la sala.
-Como siempre, otra vez el viejo se quedó dormido con la tele prendida –dijo Freddy al ver al abuelo, don Irineo, dormido plácidamente, con la boca abierta.
Al anciano no le gustaba ir a visitar a sus hijos, pues “no quería dar molestias”, además, como con frecuencia iba a orinar, le daba pena que los demás se dieran cuenta. El joven tomó el control y apagó el televisor. Al momento despertó Irineo.
-¿Por qué apagas la televisión, si la estoy viendo? –dijo molesto.
-Pero si estabas bien dormido, a ver ¿qué programa estabas viendo? –preguntó Freddy.
-¡Qué te importa! Tú ocúpate de tus cosas y déjame en paz –respondió el anciano, muy molesto.
Sin contestar (para qué enfrascarse en una discusión inútil, pensó el joven), volvió a encender el televisor y regresó a su recámara. Se despojó de la trusa, la hizo “bolita” y la lanzó al bote de plástico donde depositaba su ropa sucia; no le atinó, pero tampoco se molestó en recogerla, ya su madre lo haría más tarde. Entró en el minúsculo baño; la frescura del agua, corriendo por todo su cuerpo, lo reanimó. Sólo se enjabonó con las manos. “¿Para qué me tallo con el estropajo si hoy no hay encuentro?”, se justificó.
Abrió el cajón de la cómoda, donde guardaba sus camisetas, seleccionó una que tenía la efigie de Kurt Cobain y se la colocó. De otro extrajo una trusa negra, su color favorito, y se la puso. Se sentó en el borde de su cama: “Ummm… ¿planchar otro pantalón?… ¡qué güeva!”, estiró el brazo y tomó, de la silla, el pantalón que traía la noche anterior.
Después de acicalarse y peinarse, regresó a la sala, en el televisor una mujer, con voz chillona, intentaba convencer sobre las bondades de una “batería de cocina”, mientras el abuelo había regresado a los “brazos de Morfeo”.
-¡Qué vida! Espero no llegar a esa edad y menos para estar así –se dijo.
Extrajo del bolsillo de su pantalón el teléfono celular; seleccionó un número, pero no tuvo respuesta. Después de tres intentos a sendos números, sin respuesta, y una negativa, “la quinta es la buena”, pensaba mientras que escuchaba, a través del auricular, el timbre de la llamada.
“-Bueno.”
-¡Qué tal güe! ¿Qué vas a hacer al rato? –preguntó Freddy a su interlocutor.
“-¿Por qué?”
-Para ver si vamos a echarnos unas chelas, frente a la plaza comercial abrieron una cervecería; ¡traigo una crudota marca diablo, güe! Anoche me fui de antro y véngase tu reino… y sirve que platicamos, hace mucho que no nos vemos ¿qué dices? ¿Sí o sí?
“-No puedo, voy a ir al cine con mi torta. ¿Y la tuya? ¿Por qué no la invitas?”
-Jejeje… terminé con ella hace más de medio año, güe, ¿no te han platicado?
“-¿Terminaste o te cortó?”
-Jejeje, bueno, la neta, me cortó.
“-Pues es tu culpa, ¿quién te va a aguantar? Con eso de que cada fin de semana agarras la jarra.”
-Bueno, ai la vemos –y Freddy cortó la comunicación- Si no me dejo regañar por mi madre, menos por este cabrón.
-¡Abuelo, abuelo! –dijo el muchacho, moviendo al anciano.
-¿Qué… qué? –dijo don Irineo, sobresaltado- ¡Otra vez tú, qué me dejes en paz! ¡Déjame ver mi programa tranquilo!
-Voy a salir. Cuando regrese mi madre le dices que me fui a dar un voltión.
-¡Tú siempre en la calle! ¡No sabes otra! ¡Pero un día te arrepentirás! –sentenció el anciano.
Sonriendo socarronamente, Freddy abrió la puerta de la casa y salió. Aún no terminaba el domingo y la calle ofrecía múltiples oportunidades para concluir el día.
(Hasta el próximo viernes)Referencia fotográfica: WorldPress.com
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