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Pincelada 195: “La última esperanza (Evocación)”
Por La Marquesa de Buenavista
Para Rodrigo Sepúlveda, guionista y director de Aurora.
Para Evita Muñoz “Chachita”, in memoriam:
«No señora, ahora sí ya tengo una tumba donde llorar»
(Frase en “Nosotros los pobres”).
Esteban y Lucila, sentados en los extremos del sofá, frente al televisor, veían pasar lentamente el tiempo. La mujer, con los anteojos haciendo equilibrio casi en la punta de su nariz, de vez en vez apartaba su mirada del tejido de la enésima bufanda que nadie usaría, cuando alguna imagen le llamaba la atención del noticiero nocturno, mientras su esposo roncaba a todo lo que daban sus pulmones, el periódico hacía mucho había caído de las manos del hombre.
“Lo ocurrido el día de hoy en el tiradero de Santa Úrsula, ha impactado a todos los sectores de la ciudad: la niñita, hallada muerta por uno de los pepenadores, tenía una horas de nacida cuando perdió la vida, tal vez por hipotermia, pues se presume pasó toda la noche desnuda, entre la basura que se acumula en el lugar, no obstante,…” La noticia y las imágenes que veía en la pantalla atraparon a Lucila, quien abriendo los ojos en demasía, al igual que la boca, no daba crédito a lo que escuchaba. “… Luis Pérez Pérez se encontraba buscando botellas de PET, como todas las mañanas, en el tiradero ubicado al norte de la ciudad cuando, al levantar unos cartones vio el cuerpecito sin vida de la bebita; el color blanquecino, con tintes violáceos de su piel, lo hicieron sobrecogerse, según palabras del hombre…”. La imagen era superior al sonido, Lucila ya no escuchaba lo que el locutor decía, la imagen del tiradero la sobrecogía, hasta que el comentarista concluyó: “… según las autoridades, el cuerpo de la menor, que tenía unas horas de nacida, si nadie lo reclama será sepultado en la fosa común…”. “No puede ser –dijo la mujer, aventando el tejido y moviendo con violencia al hombre- ¡Esteban, Esteban, despiértate!”. “Ora qué te pasó mujer, ¿por qué gritas?”, preguntó el hombre. “No podemos permitir que le hagan eso, ¡tienes que ayudarme!”, casi gritaba Lucila. “¿De qué hablas, no te entiendo?”, preguntó Esteban. “De nuestra bebita, quieren mancillar su cuerpecito”, respondió la mujer. “Ahora sí, esta vieja ya perdió la chaveta, nosotros no tenemos hijos”, pensó Esteban, mientras que con la mirada cuestionaba a su esposa. “Perdóname, debes creer que estoy loca, pero lo que acabo de escuchar no lo podemos permitir…”, tras lo cual, narró al hombre lo escuchado en el noticiero. “Y a nosotros qué nos interesa, mujer”, replicó Esteban.
Lucila y Esteban llevaban casi cuarenta años de matrimonio, si es que a esa relación se le podía llamar matrimonio, más bien era costumbre, inercia. No habían tenido hijos, pues ambos eran estériles y, tras la jubilación laboral de Esteban, después de comer, pasaban toda la tarde y la primera parte de la noche sentados intentando ver los programas de la televisión, no interesaba cuáles, lo importante era pasar el tiempo, ya que los temas de conversación se habían agotado hacía mucho tiempo, e irse a la cama ya no tenía ningún atractivo para ambos. Se aguantaban con tal de no estar solos. Su única escapatoria, según ellos, era un hijo, pero nunca llegó un bebé.
Aunque la mujer ya conocía cómo pensaba su esposo (quien por cierto, siempre se opuso a la adopción), también sabía cómo vencerlo: hablar, hablar y hablar hasta cansarlo. A fin de que Lucila se callara, Esteban terminó por decir “Está bien haremos lo que quieras”. “¡Estaba segura que me apoyarías! Mañana saco una cita con el abogado”, concluyó la mujer.
*** *** ***
-Señor, ya llegaron el Señor Domínguez y su esposa –dijo el secretario al abogado.
-¿Y ahora qué mosca les picaría? –preguntó el abogado, pero el secretario sólo se limitó a encoger los hombros- Está bien, hágalos pasar. A ver qué locura se le ocurrió a la mujer.
Después de los protocolos de costumbre, Lucila le platicó, con lujo de detalles, la noticia sobre el hallazgo de una bebé en el tiradero de Santa Úrsula.
-Bueno señora, ya escuché su historia, ¿y?… –cuestionó, arreglándose los anteojos y recobrando su posición en el sillón.
-Pues que mi esposo y yo queremos adoptar a la bebita –contestó Lucila.
-¿Quéeee? –fue la primera expresión del abogado, pero, tras respirar profundamente, para recobrar la tranquilidad, continuó- ¿Quieren adoptar a una niña muerta?
-Así es, licenciado, mi esposo y yo queremos adoptar a la bebita que encontraron en el tiradero de basura.
-Esto es inusual, es la primera vez que se me presenta un caso como éste.
-¿Pero sí se pueden hacer los trámites, señor licenciado? –preguntó la mujer, mientras su esposo permanecía callado, casi tratando de hundirse en la silla, para que el abogado no volteara a verlo, lo que resultó inútil: el licenciado dirigió su mirada a Esteban como buscando encontrar una respuesta lógica a la petición que le planteaba Lucila, pero el esposo sólo se deslizó más en el asiento, apretando los labios.
-Bueno señora, según lo que veo su esposo y usted están de acuerdo ¿verdad?; una pregunta más ¿para qué quieren adoptar una niña muerta? –cuestionó el legista.
-Usted, señor abogado, ha llevado todos nuestros asuntos desde que mi esposo y yo nos casamos y, además, sabe que no tuvimos hijos. Queremos adoptar a esa bebita para darle una cristiana sepultura, de otra manera irá a la fosa común ¡se imagina ese cuerpecito mancillado de esa forma! Si la adoptamos, al sepultarla, como Dios manda, respetaremos el cuerpecito de ese angelito y nosotros tendremos, cuando menos, una tumba a la cual llevarle flores, como si esa niñita hubiera sido nuestra y Dios nos la hubiera prestado un tiempecito. Aunque nunca oiremos su risa, ni la veremos dar sus primeros pasos o llamarnos papá y mamá, tendremos el consuelo que, desde el cielo, verá lo que hicimos por ella y nuestros corazones estarán tranquilos ¿Me comprende?
Como única respuesta, el abogado, bajó la cabeza.
(Hasta el próximo viernes)Referencia fotográfica: El Confidencial
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