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Por La Marquesa de Buenavista
-¡Y no te hagas ilusiones de que vamos a vivir juntos!… –le había dicho el joven a la muchacha que viajaba a su lado, en aquel coche Sedán.
-Pero si yo ni he pensado en… -respondió ella, sorprendida.
-Pues ni lo piensas –remató el hombre.
Incrédula y sin saber cómo la conversación había llegado a ese tono, ella no salía de su asombro: aquel muchacho que siempre se había comportado cortés y atento, desde que lo había conocido, ahora, sin motivo alguno, la agredía.
Hacía menos de un año que el joven había llegado a la oficina en la que ella trabajaba, y desde el primer momento que lo vio, quedó prendada: alto, delgado, con algunas canas prematuras que teñían sus sienes, con una sonrisa cautivadora, pero, sobre todo, con nos ojos oscuros, enmarcados por unas largas y rizadas pestañas, cuya mirada la inquietaba y cohibía. A su físico, el joven aunaba su refinado trato.
Dos o tres días después de conocerse, comenzaron a salir: idas al café, paseos por las calles arboladas, tomados de la mano, miradas furtivas en el trabajo e infinidad de detalles hicieron que la muchacha quedara cautivada, hasta que hace una semana el joven le propuso que fueran a “un lugar donde pudieran estar lejos de las miradas de los curiosos”; hasta en eso, el joven era sutil, ya que sus anteriores parejas lo mínimo que le habían propuesto era “vámonos a la cama”.
Para ella, cruzar la puerta de aquel cuarto de hotel, fue entrar al paraíso: lo prometido con las miradas, se confirmaba con la realidad.
Reposando sobre el pecho del muchacho, la chica evocaba lo vivido, mientras él dormitaba.
-Te llevo a tu casa –le dijo él, como era costumbre cada vez que salían, aunque ella ya sabía que la dejaría a dos cuadras de distancia “para no dar explicaciones”, según el joven.
Y ahora, al llegar al lugar habitual, la transformación fue brutal: desconocía a su amado, por eso, al bajarse del auto la joven tuvo la certeza de que nunca lo volvería a ver…
(Hasta el próximo viernes)
Referencia fotográfica: Room5
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