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Por: Martha “Martiux” Ramírez
El día que me dijeron en el trabajo:
- “Martha, el 27 de octubre vamos a la F1”, me dije a mi misma, ni me gusta eso, pero como experiencia de vida voy a ir, porque no cualquiera tiene la oportunidad de ir a un evento internacional de ésta maginitud e importancia.
La cita fue temprano en el Auditorio Nacional, la aventura inicio desde ese punto en los camiones que el Gran Premio de México designó para llevarnos directamente hasta el Autódromo Hermanos Rodríguez, por sólo 30 pesos.
Arribando al evento, tocó buscar la puerta 14, en el trayecto ví gente de todas las edades desde pequeñitos disfrazados de “Rayo McQueen”, hasta abuelitos con sus gorros, chamarras y playeras de diferentes escuderías.
En pocas palabras, la emoción me invadió, pues desde que se pone el pie ahí el ambiente es extraordinarío. El sólo escuchar a los autos es algo indescriptible, no pense que lo disfrutara tanto.
El público existente se entregaba al máximo en cuanto aparecía un auto en la curva, gritaba más cuando aparecía el coche del mexicano Checo Pérez.
Sin lugar a dudas, fue una experiencia única que guardaré en mi memoría, ni el sol que ayudó a mi broncedo citadino, ni el calor, mucho menos la cansada; me hicieron perder ni un solo minuto de lo que ahí acontecía.
GRACÍAS F 1, por este nuevo año del Gran Premio de México, gracias por mostrarme la verdadera cara del automovilismo, esa llena de adrenalina que en la vida pense vivir.
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