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Por La Marquesa de Buenavista
“¡Ya déjela, papá! ¡La va a matar! ¡No le pegue más!”. Los gritos de la muchacha parecía que exacerbaban más el coraje con que el hombre golpeaba a Gloria, su hija mayor. “¡Para que aprendas, zorra del demonio, que no vas a seguir enlodando mi apellido!”, vociferaba como si tratara de sofocar las súplicas de su otra hija, Lorena, para que no siguiera hiriendo inmisericordemente, con el cinturón, el cuerpo de la joven que inútilmente trataba de protegerse con ambos brazos.
Junto a la estufa, dándole una y otra vuelta al sartén con frijoles, la madre de ambas muchachas, con la cabeza casi sumida entre sus hombros, intentaba evadirse del lugar; muy bajito, se escuchaba que repetía una oración, tal vez, para exorcizar el “mal” que se había apoderado de su casa.
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“¡Mire nada más cómo dejó mi papá a mi hermana! No sé por qué no la defendió… Cada día mi padre está más insoportable. Va a llegar el día en que mate a Gloria y usté no mueve ni un dedo… ¿Me está oyendo mamá?” Por más que Lorena cuestionaba a su madre, ésta no respondía, sólo seguía limpiando las heridas de su hija mayor, quien, con la mirada fija, apretaba fuertemente la mandíbula, no sabía si para intentar controlar el dolor o para aprisionar el rencor que se acumulaba en su pecho contra su progenitor.
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“¿Dónde está Gloria?”, inquirió el hombre cuando llegó a su casa. Atardecía y sólo veía a su esposa y a Lorena. “¿Qué no me oyes o ya te volviste sorda? ¿Dónde está Gloria?”, insistió el hombre. Ante el mutismo de la esposa, Lorena se atrevió a responder: “Mi hermana no está, ni va a volver a estar ya nunca”. “¿Qué estás diciendo mal nacida? ¿Cómo que ya no va a estar? ¿A dónde fue?”, dijo el hombre, cada vez más exaltado. “Se fue de la casa y no sabemos a dónde, y aunque lo supiéramos, no se lo íbamos a decir”, continuó Lorena. Por toda respuesta, el hombre estrelló su puño contra la desvencijada mesa, haciendo vibrar los platos que ya estaban colocados para la cena, mientras que su mujer, con el llanto contenido, con su habitual cuchara de peltre daba vueltas y más vueltas al guisado de chicharrón en salsa verde que terminaba de cocinarse en la estufa.
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El volumen del televisor, llenaba todos los rincones de la casa. Aturdido por el alcohol, el hombre dormitaba sentado en el único sillón de su exigua sala, con una botella que parecía que en cualquier momento caería al suelo. “Alerta Ámber –decía en ese momento la locutora- Se solicita su cooperación para localizar a la menor de quince años, Gloria de los Ángeles N N, quien desapareció de su domicilio ubicado en…”, pero nadie escuchaba: la madre, en su habitual ocupación, como alquimista medieval, se afanaba frente a la estufa, mientras que Lorena, apoyada en la desvencijada mesa, terminaba su tarea escolar para el día siguiente.
(Hasta el próximo viernes)
Referencia fotográfica: MisionesOnline
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