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“El niño no es niño porque juega,
sino porque es niño para jugar.”
Édouard Claparède
(Ginebra, Suiza, 24 de marzo de 1873–Ginebra, Suiza, 29 de septiembre de 1940)
Neurólogo, pedagogo y psicólogo infantil.
Por Maximino Escamilla Guerrero.
(Este texto es una reflexión, por lo tanto no son reglas, no son recetas ni se refiere a personas específicas, sino a generalidades con las cuales coincido y que han sido directrices en mi vida y de mi ejercicio profesional. “Cualquier semejanza con personas o situaciones específicas es mera coincidencia”, como dicen.)
Escena primera. Un día cualquiera, en una clínica cualquiera, acompañando a un familiar a su consulta médica mensual; con dificultad conseguimos tomar asiento, ya que en estos días hay infinidad de pacientes. Los asientos, de tres piezas y hechos de hierro cromado, están colocados uno frente a otro.
Frente a nosotros, ocupando los tres lugares, está sentada una mujer, de alrededor de veinticinco años, con infinidad de bolsas encima de los asientos. Una pequeña niña, como de tres años, recorre la sala, ante la mirada indolente de la madre que sólo musita “Mi vida, ven para’cá. Te van a tirar. ¿Qué no me oyes, chiquita?”; sin embargo, la pequeña continúa deambulando sin reparar en quién pasa junto a ella, hasta que una joven trabajadora social se le acerca y, poniéndose en cuclillas, le dice: “¿Cómo te llamas, preciosa”. Impávida, la niña únicamente la ve. La madre, con voz apenas audible, continúa: “Ven chiquita, te van a tirar”.
Escena segunda. Cuando era director de escuela primaria, en cierta ocasión mandé llamar a la abuelita de “X” porque el niño faltaba constantemente (en el ciclo escolar ya había acumulado más faltas que asistencias). La abuelita, ante la escuela, era la tutora, pues la madre cuando no estaba dormida, estaba ebria; del padre no sabían nada, hacía varios años los había abandonado. “Ya no sé qué hacer con “X” –me refería la señora- todas las noches, aunque lo encierro con llave en su cuarto, quién sabe lo que hace pero se me escapa y no regresa hasta las dos o tres de la mañana, por eso no se quiere levantar para venir a la escuela. Usted dígame ¿qué hago maestro?”.
Escena tercera. Los años sesenta del siglo anterior representaron una auténtica y radical coyuntura en el desarrollo de las sociedades occidentales; infinidad de hechos y circunstancias coincidieron, afectando las estructuras sociales desde sus raíces. Antes de esos años la sociedad era monolítica (o cuando menos eso creíamos), privaba como regla suprema “obedecer”; casi podríamos asegurar que de la infancia, sus integrantes pasaban a ser adultos, la llamada adolescencia se obviaba o se desconocía, hasta que poco a poco los jóvenes que tenían esa edad fueron tomando conciencia de que ellos no eran ni niños ni adultos: fueron conformando una “cultura joven”, con sus propios gustos, ideologías, formas de hablar, de vestir… de comportarse. El séptimo arte, como reflejo de la sociedad, retomó esas formas etológicas en películas como “Rebelde sin causa”: la juventud fue considerada “rebelde, porque no obedecía las reglas del stablishment (alteraba y, a veces, rompía el statu quo). Las antiguas frases: “lo haces porque yo lo ordeno”, “por eso soy tu padre”, “te callas y me obedeces”, y así hasta el infinito, fueron descalificadas y satanizadas por las nuevas generaciones. Se llegó a decir que con la manera rígida y vertical como se educaba a los niños y jóvenes se les “traumaba”; algunos jóvenes tenían como premisa “no confíes en nadie mayor a los treinta años”.
En consecuencia, en esa década, la confrontación con el poder fue la tónica: con el poder familiar (padres y adultos en general) y el poder gubernamental (Estado y sobre todo policía). A esto se agregó la libertad sexual (tambaleándose la “institución matrimonial”) y la libertad que obtuvo la mujer respecto a su cuerpo con el “uso” de la píldora anticonceptiva, y la pareja con la difusión del condón (que no preservativo, ya que un preservativo es toda sustancia que se adiciona para conservar materia orgánica).
Por otra parte, las instituciones religiosas, al no responder a las necesidades de los jóvenes, fueron perdiendo adeptos y surgieron nuevas sectas o algunos individuos se refugiaron en religiones “exóticas” (orientales, fundamentalmente de la India); algunas otras personas, utópicamente, quisieron regresar a estados primigenios de convivencia, como los fisiócratas o los hippies.
Otro aspecto que contribuyó sustantivamente al cambio radical fue el desarrollo de las comunicaciones: las personas pudieron enterarse de lo que ocurría en cualquier lugar del mundo, al momento: esto incidió en el cambio de costumbres y en la cultura en general.
No obstante, este estado de cosas, que podríamos seguir enunciando, tuvo su contraparte: la proliferación de la ETS (debido a la promiscuidad y al sexo no seguro), el uso indiscriminado de las drogas (donde la mariguana y el LSD ocuparon el trono principal) que comenzaron a minar a la sociedad en pleno (recordemos el impacto en el mundo del Rock, con muertes tan sentidas como la de Jim Morrison, Janis Joplin, Jimmy Hendrix, Brian Jones, etc.); la pérdida de la unidad familiar y de la convivencia social armónica; pero sobretodo, para lo que nos ocupa en este escrito, impactó en la educación de niños y jóvenes: se pasó de un extremo (impositivo, vertical y rígido) al extremo contrario (laissez faire, laissez passer), llegando a crear, inclusive, sociópatas (que creen que todo lo merecen y que no tienen ninguna responsabilidad y que, asimismo, no aceptan las leyes y normas sociales).
Escena cuarta. Laissez faire, laissez passer es un galicismo que equivale a “dejar hacer, dejar pasar”. En el ámbito de la educación se aplica cuando el mentor, en lugar de establecer disciplina en el grupo escolar, deja que los niños, literalmente, “hagan lo que quieran”, con la falsa idea de que así él no se mete en problemas con los padres, principalmente en la actualidad, cuando éstos, hasta porque “vuela la mosca”, demandan a los profesores.
Pero la formación de las jóvenes generaciones no se trata de eso; educar no es dejar hacer y dejar pasar.
Educar implica:
-aprendizaje (la educación se transmite de unos a otros, aunque la introyección sea personal, no en vano se argumenta que las conductas humanas pueden ser innatas o aprendidas; las primeras “nacen” el individuo, como el reflejo de succión cuando al bebé se le acerca un objeto a los labios; las segundas, son resultado de procesos informales o formales, y, entre ellas, se encuentra la educación).
-establecer límites: “hasta dónde llego yo y dónde empiezan los otros”, lo que requiere vivenciar valores como el Respeto y, algo tan manoseado, como el Amor;
-convivencia armónica, y, por lo tanto, aprender de los otros y de los otros, sin agresiones, sin presiones, sin chantajes… sin manipulaciones (desde frases tan sencillas como: “hijito, si me quieres mucho, me tienes que obedecer”, “pórtate bien y te regalo lo que tú quieras”);
-construir directrices (caminos por lo que hay que transitar para llegar a metas y objetivos; la educación no es asunto de “a ver qué pasa”);
-guiar (lo que no equivale a condicionar, sino a acompañar, a recorrer los caminos del desarrollo “junto a” los seres en formación);
-orientar (apoyar para que el otro conozca sus potencialidades y capacidades);
-fomentar que, además del apropiamiento de los conocimientos, el otro desarrolle el aprecio y disfrute de las artes (extasiarse ante un cuadro, una escultura, una obra musical, por ejemplo) o un atardecer, la compañía de una persona cercana o la soledad creativa y reflexiva.
-conocer las condiciones y “ambientaciones” donde se llevará a cabo la educación (cómo queremos educar a los menores; en el ámbito educativo formal, se dice que el docente es “propiciador de situaciones de aprendizaje”);
-guardar distancias (respetar personalidades, siempre y cuando no se dañe o interfiera con la de los demás o con la propia);
-convivir en ambientes armónicos y propiciadores del desarrollo cognitivo, cognoscitivo, espiritual, físico, social… humano.
-cumplir obligaciones y exigir derechos (a todo derecho debe corresponder una obligación);
-conocer y mantener las diferencias individuales (tener siempre presente que aunque hay igualdad ante la ley, no hay dos seres iguales, lo que priva en la creación es la diversidad y la individualidad, lo que constituye una riqueza);
-motivar (alentar al otro, destacando lo que hizo bien y apoyándolo para que corrija sus errores y aprenda de ellos);
-establecer retos con uno mismo (si los retos que se plantean son a partir de los logros ajenos, sólo propiciamos la comparación y, generalmente, la frustración y descalificación, e, en el caso contrario, la soberbia);
-esperar lo mejor del otro (no destacar los errores sobre los logros, por muy pequeños que estos sean; cuando esperamos lo peor recibimos lo peor y viceversa; podemos revisar el “efecto Pigmalión”: podemos influir, positiva o negativamente, en el rendimiento del otro, cuando estamos convencidos que podemos lograrlo: nuestras expectativas se cumplen cuando estamos convencidos);
-empatía (tratar de ponerte en el lugar del otro para intentar conocer sus motivaciones, capacidades, habilidades, destrezas, intereses, necesidades, etc., a fin de entenderlo y comprenderlo);
-no olvidar que cada uno tenemos nuestras propias funciones (las obligaciones, responsabilidades, derechos son inalienables y personales: el padre siempre será padre, el hijo siempre será hijo, el maestro siempre será maestro y el alumno siempre será alumno, aunque podamos aprender uno del otro y con el otro); al respecto, es necesario puntualizar que un padre nunca será amigo de su hijo (algo en boga, en la actualidad), porque: el amigo se elige, el padre no; el amigo no corrige, el padre tiene la obligación de corregir, cuando sea necesario, pero siempre en la privacidad; al amigo le cuentas todo, al padre hay cosas que no le puedes confiar; el amigo es tu par, tu igual, el padre tiene la obligación de fomentar la imagen de autoridad, tiene que ser una autoridad: el padre no es igual al hijo; con el amigo acudes a todo tipo de sitios para divertirte, por ejemplo, con el padre no; etc. Alguna vez un amigo me dijo que él nunca se perdería, por nada, la oportunidad de ser Padre, con todo lo que esto implica.
-predicar con ejemplo (cualquier aprendizaje es más sólido cuando se vivencia; existe una regla esencial que dice que “el aprendizaje está vinculado con el contexto donde se produce”, lo que es una verdad lapidaria);
-corregir sin maltratar (considerando que maltrato es cualquier acción u omisión que lesione el desarrollo bio-psico-social de la persona, sin dejar de tener presente que una corrección a tiempo, evita problemas futuros; asimismo, no abusar de nuestro poder, posición, fuerza, edad, etc.).
-congruencia (concordancia entre pensar y actuar; hace algún tiempo escuche a un padre decirle a su hijo: “Miéntale la madre al árbitro; aquí adentro sí, pero afuera no”, lo que nos lleva, también, a eso que llamamos “doble moral”);
-no hacer las “tareas” que le corresponden al otro, de otra manera lo haremos irresponsable o, como dicen en mi pueblo, “flojo”.
-establecer convenios (según los especialistas para el adecuado desarrollo se requiere disciplina; ésta implica normas, reglas, orden, tiempos específicos, etc. Antes de los 12-14 años, la disciplina debe ser heterónoma, es decir, los adultos deben aplicarla ya que el desarrollo neuronal y valoral del niño le impide conocer y analizar cuáles son las conductas aceptadas familiar y socialmente: cuántas veces vemos a las madres, en las puertas de las escuelas, recomendar a los niños que se “porten bien”, sin obtener los resultados esperados; al llegar a la adolescencia se debe aplicar una disciplina autónoma: que sea el propio jovencito (a) quien establezca las reglas que deberá observar en casa y fuera de ella, así como las sanciones por su incumplimiento; corresponde a los adultos, junto con los jovencitos, vigilar el cumplimiento de los convenios establecidos. Cualquier sanción que no se aplique echará por tierra lo mucho o poco que se haya avanzado. Decían los abuelos: “es mejor corregir que lamentar”).
-dedicar tiempos y espacios al desarrollo de aspectos muy olvidados en la actualidad, como el amor al Creador y a la Patria; el fomento de la solidaridad, el respeto, la civilidad; la responsabilidad a sí mismo, hacia los demás y hacia la Nación; la meditación; la valoración de lo que hemos logrado, contrastándolo con a dónde queremos llegar; etc.
-y un interminable etcétera.
Lo que es muy importante es que a través de la educación no debemos trasmitir a los otros nuestras visiones de vida, nuestros miedos, nuestras fobias, odios, venganzas,.. nuestras miserias humanas.
En suma, educar es apoyar al niño/joven a que se autoconozca, se autovalore, se autoacepte y se autoestime, desarrollando un pensamiento flexible que le permita afrontar, de manera independiente, los retos y experiencias que la vida le presenta, comportándose como una persona responsable y respetuosa consigo misma y con los demás. Decían mis abuelos que a los hijos se les educa con el ejemplo.
La falta de educación, de vivenciar asertivamente (con “s”) las normas sociales, como producto de una educación inadecuada o inexistente, nos ha llevado al extremo de que algunos conciudadanos no respetan nada ni a nadie. Cuántas veces vamos por las calles y las personas con las que nos cruzamos, nos tratan como objetos, nos empujan, nos agreden sin motivo (“órale quítese estorbo”, por ejemplo); se lastiman los símbolos más sagrados, como los patrios o los religiosos (cuántas veces le dedicamos un tiempo diario al desarrollo espiritual del otro) y todo es porque aquellos a quienes nos corresponde educar a niños y jóvenes no cumplimos nuestras funciones (“educa al niño para que no tengas que corregir al adulto”).
Finalmente, parafraseamos un proverbio chino que dice: “Educa a tu familia y la sociedad caminará bien”.
Colofón. Al momento de escribir este texto, me enteré del fallecimiento de Ramón Xirau (Barcelona, España, 20 de enero de 1924 – Ciudad de México, 26 de julio de 2017), destacado filósofo, poeta y ensayista, de origen catalán, naturalizado mexicano; en su memoria, comparto uno de sus pensamientos: “Para llegar a la verdad [que aún seguimos buscando] se necesitan vías distintas, el amor, la razón, el arte, la poesía, la ciencia…”. Descanse en paz.
¡Hasta la próxima!
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