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Por La Marquesa de Buenavista
Las dos mujeres ya llevaban bastante tiempo paradas frente al aparador. Los ojos Hortencia brincaban de un modelo a otro, parecía una niña en una juguetería, sin embargo, ya rebasaba los cuarenta años. Por su parte, Flor, dos años mayor que ella, no dejaba de observarla, mientras que en sus labios una sonrisa era contenida.
-Entonces qué Tencha ¿por cuál te decides? –preguntó Flor, sin obtener respuesta.
Los ojos de Hortencia, a ratos, parecía que se iban a saltar de sus cuencas de la emoción: los vaporosos y “ampones” vestidos de “quinceañera” eran un despliegue de tules y encajes de todos colores, todos ellos llamativos, rojos, azules, verdes,… amarillos; no obstante los que más llamaban la atención de la mujer eran los de telas de tonos “pastel”, en particular uno “rosita” con muchos metros de tela que eran soportados por un aro metálico que se intuía debajo del vestido.
-Ya Tencha, apúrate. Ya tenemos mucho tiempo paradas aquí, además, se ve que ya elegistes el que te gusta ¿o no? –prosiguió Flor; Hortencia asintió con la cabeza- Entonces vamos a entrar en la tienda.
Estrujándose las manos Hortencia penetró en la tienda (“boutique”, como rezaba el letrero) de vestidos “para quinceañera y toda ocasión festiva, son nuestra especialidad”, seguida por su amiga, que no dejaba de sonreír.
Aunque aún no eran las doce del día, la dependiente, sin moverse detrás de un mostrador, de mala gana, preguntó a las posibles clientes:
-¿Qué van a querer? Espero que ya hayan escogido bien porque no faltan en llegar más personas y luego no me voy a dar abasto para atenderlas.
Hortencia sólo se atrevió a verla con los ojos más abiertos.
-Te están hablando mana, que cuál vestido quieres –expresó Flor, dándole un codazo a su amiga.
-Entonces, ¿van a querer algo o qué? –insistió la dependiente, quien, moviendo la cabeza como buscando algo, continuó- ¿Y dónde está la quinceañera para tomarle medidas?
Respirando profundamente, Hortencia balbuceo algunos sonidos ininteligibles.
-Hable más fuerte y claro que no le entiendo –casi gritó la dependiente, logrando que Hortencia casi perdiera el equilibrio.
Ante esta escena, Flor intervino.
-Pues aquí la tiene usted: la quinceañero es mi amiga Tencha, Hortencia quiero decir.
Al escuchar lo dicho, lo que primero fue sorpresa para la dependiente, al instante se tornó en una risa que tuvo que se ahogada. Tras recobrar la ecuanidad, la dependiente, prosiguió:
–¡Vaya sorpresita! Así que usted es la “quinceañera”; pero no se le hace que esa edad fue hace algunos ayeres. Perdóneme pero en es que mis más de veinte años que tengo en esta tienda no me había tocado un caso así, pero, como dice mi patrón, “el cliente manda”. Soy toda oídos, como te pregunté al principio, ¿en qué las puedo servir?
Tantos años de soñar con ese momento y ahora que había llegado, Hortencia no podía articular palabra ni mover un solo músculo. Recordaba que, cuando niña, su máxima ilusión era llegar a su fiesta de quince años, no obstante, la precaria situación económica de su familia (su padre era ayudante de albañil y su madre ama de casa, además, tenía tres hermanos más) impidió que el festejo se celebrara. Ese día, Hortencia estrenó un vestido “floreado”, que su mamá le había comprado, “en abonos”, con doña Lucha, “la del dos”, y la había llegado a oír misa en la iglesia de “La Morenita”. No hubo comida especial, ni un pastelito comprado en la panadería de la esquina. Al poco tiempo, la muchacha terminó la secundaria y entró a trabajar en una casa de la colonia vecina, haciendo labores domésticas. Doña Lucrecia fue su primera “patrona” y después siguió otra y otra y otra, hasta perder la cuenta y olvidar los nombres de las exigentes mujeres que, casi siempre, la maltrataban.
Ahora, con más de cuarenta años de edad, Hortencia soportaba todo tipo de maltratos de las “señoras”, porque si se ponía “digna”, la podían correr y dónde iban a contratar a una mujer “mayor”, como ella se autonombraba.
Aunque había tenido uno que otro “noviecito”, no se había casado, pues más de uno sólo quería estafarla o eran “borrachos y mujeriegos”: … y para qué quiero un hombre así, ¿para que me den una mala vida y para sufrir hambres y golpes, como mi madre? Mejor ‘sola que mal acompañada’”.
Sus “días de descanso” los pasaba con su amiga Flor, su confidente y compañía de paseos por algunos lugares de la gran ciudad.
-Tencha, ¡despierta, mujer! Te está hablando la señorita –insistió Flor.
-Este… el vestido es para mí –tímidamente dijo Hortencia.
-¿Y cuál modelo quiere?
-Ése… el que está en el aparador… el rosita de la derecha.
-Ummm, pero le va salir más caro, no es igual usar tela para la esbelta figura que para…
-Sí, sí, sí, ya lo sabemos, ahórrese los comentarios, traemos el dinero suficiente para comprar el vestido que a mi amiga se le antoje –intervino Flor, muy molesta.
Percatándose de su impropio comentario, torciendo la boca, la dependiente, tomó su cinta métrica y, con la mirada baja, dirigiéndose a Hortencia, dijo:
-Súbase a esa tarima para tomarle algunas medidas.
-Dame tu brazo Tencha, yo te ayudo a subir y no hagamos perder el tiempo a la señorita, no ves que al rato van a llegar muchos clientes –dijo Flor a su amiga, dirigiéndole una mirada de complicidad.
(Hasta el próximo viernes)
Referencia fotográfica: Chicago Quinceañeras
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