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Por La Marquesa de Buenavista
César permanecía cabizbajo desde que el ataúd llegó al velatorio, sólo, de manera mecánica, levantaba la vista cuando algún recién llegado se acercaba para manifestarle su pésame. Su único hijo, que ya estaba casado, aún no llegaba, “tengo un contratiempo”, le había dicho a través del celular, “pero en cuanto me desocupe iré para’llá”.
Aunque los médicos le habían dicho el motivo del fallecimiento de su esposa, tras dos penosos meses de hospitalización, el dolor del hombre era tan grande que no había comprendido; por eso, cuando algún vecino le preguntaba sobre la muerte de Toñita, no hallaba qué contestar.
“César, amigo”, escuchó de una voz conocida. Al voltear hacia arriba vio a su vecino, Héctor, con el que su esposa y él habían crecido.
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El sonido ensordecedor de la música impedía escuchar lo que se decía, pero no importaba, la fiesta estaba en su apogeo: la música sólo era el medio para reír, contonearse y “acercar el cuerpo” a la pareja. Las fiestas en la vecindad eran conocidas en el rumbo por ser las más animadas y porque el alcohol corría a raudales; no faltaba quien, descaradamente, se fumara algún “carrujo” para intentar evadirse de su cruda realidad.
En las reuniones, llamaba la atención Toñita: era muy hábil para bailar, “no se perdía una sola pieza”, por eso César, cuando su mujer ya lo había cansado, se refugiaba en un rincón para conversar con sus “compas” de la infancia y para “alegrarse” etílicamente.
“César, ven vamos a bailar, están tocando la pieza que tanto me gusta, con la que me conquistaste”, dijo Toñita a César, jalándolo de un brazo. “No manches, yo ya estoy muy cansado. Ve a ver con quién bailas”, respondió el hombre. “No seas aguafiestas ¡vamos!”, insistió Toñita. “Te digo que no, mujer. Mejor baila con Héctor. ¿Verdad que tú si bailas con mi vieja, compa?”, preguntó César a su amigo. “Tú ya sabes que yo no sé bailar, pero tratándose de la Toña, sí le atoro”, respondió César. “Pues apúrate Héctor o se va a acabar la música. Eso sí, les digo a todos, si un día se muere César, no tengan duda que me casaré con el Héctor”, exclamó Toñita, subrayando sus palabras con una sonora carcajada. “¿Oistes lo que lo que dijo tu vieja, César?”, no faltó quien le dijera a César, con una mezcla de sorpresa y coraje. “No te preocupes, así es mi vieja de bromista, que ¿no vamos a seguir chupando?, la noche es corta y hay que aprovecharla”.
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“Héctor ¡qué bueno que venistes carnal!”, exclamó César, levantándose intempestivamente. “¿Cómo cres que te iba a dejar sólo en este momento? ¿Cómo ocurrió?”, preguntó el recién llegado. “Pues la verdá no lo sé, pero ora sí nos hemos quedado solos sin la Toña”, contestó César. Y como epílogo, ambos hombres se dieron un fuerte abrazo, tras el cual, la mano de César permaneció sobre el hombro de Héctor, apretándolo suavemente.
(Hasta el próximo viernes)
Referencia fotográfica: Blogs-ABC.es
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