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Pincelada 194: “Las dos amigas”

Por La Marquesa de Buenavista

-¡A que no me alcanzas! – gritó Elena, al tiempo que emprendía la carrera.

-¡Cómo que no! ¡Ya verás ora que te agarre! –le respondió Edith, quien corrió tras su amiga.

Las dos niñas tenían cuatro años de edad y habían llegado a vivir en ese asentamiento irregular hacía dos años, cuando sus familias llegaron de algún poblado de la provincia, buscando nuevas oportunidades. En ese lugar las carencias eran muchas: no había agua potable (dos veces por semana una pipa, enviada por el municipio, abastecía a los vecinos de “Loma bonita”, como habían nombrado los propios “paracaidistas” a su nuevo terruño), ni calles asfaltadas, mucho menos servicio de luz eléctrica (años después, cuando una telaraña de cables y diablitos se robaba la luz del poste más cercano y “se hizo la luz”, el hermanito menor de Elena, al oscurecer decía a su madre: “Prende el Sol de la noche porque tengo miedo”). Pero a pesar de todo, las dos amiguitas eran muy felices, sobretodo porque sólo contaban con cuatro años y no había kínder ni primaria en su colonia; por lo tanto, desde que amanecía hasta que el Sol se volvía a ocultar o la madre de alguna de ellas le gritaba, todo era juego en aquellas apenas delineadas calles llenas de montones de tierra y de charcos, que en época de lluvia servían de estanque donde, como por arte de magia, nacían muchos renacuajos que, al sacarlos de su medio natural, abrían y cerraban sus boquitas ante la sequedad del ambiente.

Ese exiguo paraíso infantil iba a cambiar cuando, dos años más tarde, la autoridad envió a seis jóvenes profesores, recién egresados de la Normal básica y con muchas ganas de cambiar el mundo, y a un novel director para formar la escuela en un predio donde ya se construían las aulas. Un profesor para cada grado, pero dadas las condiciones de analfabetismo y la abundante población en edad escolar, terminaron formándose cinco grupos de primer grado y un profesor atendería a los niños de segundo a sexto, después de aplicarles un examen de colocación. La escuela se llamaría “Tierra y Libertad”, en recuerdo del jefe suriano que por cualquier motivo se evocaba por esas clases sociales, ante la ausencia de un auténtico caudillo y líder que las reivindicara.

*** *** ***

-¿Quién iba a decirnos que íbamos a ser amigas durante tantos años? –planteaba Edith a Elena.

-Ya cumplimos veinticinco años y aún estamos juntas. Siempre encontramos un motivo para reírnos y pasarla bien –respondió Elena.

-Ya nos estamos haciendo viejas; lo bueno es que tú, cuando menos estudiaste una carrera comercial y, con lo que ganas, puedes mantenerte, no que yo tengo que estar esperanzada a lo que mi mamá me dé y que no puede ser mucho. Además creo que ya nos quedamos para vestir santos –prosiguió Edith.

-Pues es mejor vestir santos que desvestir borrachos, amiga.

-Sí pero ya ves, todos los muchachos de nuestra edad ya se casaron; eran tan poquitos que no nos dejaron ni uno para nosotras jajaja…

-¡Jajaja Tú y tus ocurrencias!

-Por eso estoy seriamente en tener un hijo para cuando esté vieja me pueda acompañar y, por qué no, mantener.

-La vida da muchas vueltas y tú no sabes lo que nos depara el futuro, Edith.

*** *** ***

-¡Mira amiga, te presento a tu primer sobrino: Alan Eduardo –dijo Edith, al momento de descubrir a su hijo recién nacido- Porque es tu sobrino, pues tú y yo somos como hermanas; es más, ya lo estuve pensando y serás su madrina, su segunda madre –enfatizó Edith. Sin poder sostener la emoción, Elena rompió en llanto.

*** *** ***

-¡Madrina, madrina! Ya llegaron por mi mamá –le decía un pequeño de cinco años a Elena, jalándole el suéter.

-¿Qué pasa Alan? –respondió la mujer.

-Que ya llegó la carroza y dice mi abuelita que ya nos vamos al panteón –prosiguió el niño- ¿Qué estás pensando?… ¿Por qué lloras?

-Lo que pasa es que con los años me he vuelto muy chillona. Dame un abrazo, ya sabes que te quiero mucho y voy a estar siempre junto a ti, cuidándote.

Y Elena y el pequeño se fundieron en un cálido abrazo, mientras que las mujeres continuaban con sus rezos en el cuarto donde se velaba el cuerpo de Edith.

(Hasta el próximo viernes)

Referencia fotográfica: Efecto Cocuyo

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